El hombre que pasa

Es como un joven dios de la selva fragante,
este hombre hermoso y rudo que va por el sendero;
en su carne morena se adivina pujante
de fuerza y alegría, un mágico venero.

Por entre los andrajos su recio pecho miro:
tiene labios hambrientos y brazos musculosos
y mientras extasiada su bello cuerpo admiro,
todo el campo se llena de trinos armoniosos.

Yo, tan pálida y débil sobre el musgo tendida,
he sentido al mirarlo una eclosión de vida
y mi anémica sangre parece que va a ahogarme.

Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme.

Aurora Estrada y Ayala



El poema de la maestra

A Maris, Angélica

Maestra, para cantarte tengo en el labio aromas,
la canción es ingenua i es blanca la palabra,
i suave como el tibio pecho de las palomas,
i dúctil cual la cera que la apis rubia labra.
Tú, cuyo nombre evoca la inmateria celeste,
los coros que interpretan las músicas astrales.
Tú, jardinera de almas, que con tu oscura veste,
pasas por nuestra tierra, nimbada de ideales.
I los alzas temblando, frente a los corazones,
de las niñas que abrevan en tu clara fontana.
Maestra como Gabriela, la que dice canciones,
“listadas con su sangre” en tierra americana.
Eres cauce pequeño para el caudal del océano
de tu espíritu erguido frente a los aludes.
O pones a la sombra el brillo soberano
de tu existencia, toda florecida en virtudes.
Rebelde, te hemos visto detener la meznada
de la reacción cobarde i del odio sectario,
con sólo el magnetismo de tu limpia mirada
i con la inmaculada prestancia de' tu ideario
.
Adoras la belleza del poema i de la nota,
como la que palpita en los paisajes nuestros.
I con fervor te inclinas delante la que brota
polícroma i divina de los pinceles maestros.
Tu corazón escucha la voz de la campiña
en la que el monte reza i en la que el agua canta.
I te cautiva el sol como la nieve niña
aquí donde naciste i se arraigó tu planta.
Tu sed de amor humano dentro el aula fulgura,
santifica los muros i el techo que cobija
a las futuras maestras, bajo tu égida pura,
pues en tu apostolado es cada una tu hija.
Fuera las hienas rugen i el mundo se ensombrece
pero en el huerto amado tus manos afanosas,
bajo los soles de oro i el viento que estremece
con la mirada en alto, sigues sembrando rosas.

Aurora Estrada y Ayala



El secreto

Tiene la frente altiva i arrastra largo manto,
su curvo cetro abarca las cuatro direcciones
e ignorando la angustia, la amargura i el llanto
va apagando los astros i helando corazones.
La Nada tiene asilo en sus desnudos brazos,
i cuando su figura pasea por la tierra
la anuncia un cuervo trágico i va tras de sus pasos
un mastín torvo i fiero, cuyo mirar aterra.
Pero él a mí se llega con ternura de amante,
pone su mano regia sobre mi sien quemante
i su contacto agota la savia de mi vida.
He allí todo el secreto de mi faz extenuada,
de mis ojos cercados de una sombra violada,
de mis pasos que dudan, de mi voz dolorida! 

Aurora Estrada y Ayala



Lluvia

No me siento la cara,
Ni las manos,
Ni el alma.
Solo la angustia
Y el violìn vertebral que desgarra una bruja.

Nada saben los que de mí nacieron,
Planetas girando en sus propias órbitas
Y yo, quemándome en un mundo de hielo.

Llevo en los brazos mi propia pena
Como a un niño dormido.
Y la aprieto para nunca olvidarla,
Sin dejar que mi fuego la convierta en ceniza.

Si alguien me toca,
Pensaré en una ánfora,
Quemándose sobre arenas soleadas,
Pero tengo frío…
¿Omar Khayyam, bebiste todo el vino?
Tengo sed. Tengo sed.
Y no hay viento de bosques
Ni rumor cristalino.
Por cada poro una garganta abrasada
Y las nubes lejanas.

No me siento la cara
Sòlo dos pozos locos,
Gritando: ¡Lluvia! ¡Lluvia!

Aurora Estrada y Ayala


Mi ruego

¡Señor! Llévate todos los dones que me diste:
mi juventud enferma, mi sonora alegría,
las alas de mis sueños, mi Primavera triste
y, si también lo quieres, mi cáliz de Poesía.

Marchita mis rosales, mancha mi blanca veste,
manda los buitres negros de la desolación
a que se nutran, ávidos, en la carne celeste
del ruiseñor que canta dentro de mi corazón.

Haz duro el pan que coma, más negra la negrura
de mi incierto destino; dame el vasto dolor
que soporta la Tierra. Toda la desventura
recibiré serena si me dejas mi amor.

Aurora Estrada y Ayala


Profética

(A la juventud ecuatoriana, baluarte de la Patria)

Bajo el plafond turquí de nuestro cielo
pasa un bélico viento de tormenta,
i como el toque de un clarín inmenso,
se sienten despertar ansias guerreras.
De nuevo el aire azul hienden altivas
las legendarias águilas salvajes
que de las blancas cúspides andinas
contemplan los abismos siderales.
El viejo sol, al envolver al mundo
con sus soberbios oros refulgentes
en nuestros regios montes armoniosos finge
un extraño florecer de sangre.
Llegan los que han de guiarnos al Futuro
a una explandente [sic] siega de laureles;
sus signos aparecen; ved como arde
la milagrosa hoguera de las almas.
Oíd la tempestad como galopa
de Norte a Sur en tumultuosas marchas,
más cerca a desatarse a cada hora.
¡Hombres que conducís a nuestro pueblo,
jóvenes maestros de energías profundas,
venced a los espíritus que aún dudan
con el vigor triunfal de vuestro verbo!
El instante es solemne: la mirada
volved prócera raza al Amazonas,
que el nuevo Caín su traicionera aljaba
prepara ya escudándose en las sombras!
Poned heroica valla a sus antojos
con vuestros nobles pechos atrevidos.
¡De pie raza viril! Bronces sonoros,
tambores fuertes, épicos clarines,
dad la señal! Espadas de áureos filos
haced brotar cascadas de rubíes.
Saludad la Hora roja que se acerca,
marchad serenos a la augusta hazaña
que, al apagarse la sagrada hoguera
de sus ardientes i postreras rosas,
sobre la tierra en sangre fecundada,
han de brillar magníficas auroras! 

Aurora Estrada y Ayala



Yo llevo en lo más hondo de mi nada escondida

la milagrosa copa perenne de la Vida.



Aurora Estrada y Ayala









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