El ruiseñor y el loro

En casa de un famoso pasajero
un lance vi que referirte quiero,
porque algo provechoso me ha enseñado
como verás después, lector amado.
Olvidando que estaba entre prisiones,
cantó un mirlo con suaves inflexiones;
que así los males la inocencia olvida
y su candor feliz presta a la vida.
Al terminar los ecos peregrinos,
de aprobación se oyeron dulces trinos,
y exagerando la alabanza un loro,
-¡Magnífico!, exclamó, ¡qué pico de oro!
Poco después un cuervo macilento
sus lúgubres granznido lanzó al viento,
y de las aves todas sólo el loro
-¡Soberbio!, prorrumpió, ¡qué pico de oro!
Luego del ruiseñor la voz divina
al silencioso público fascina,
cuando del loro el entusiasmo estalla
y exclamando: -¡Qué pico…! -¡Calla, calla!,
le dice el aplaudido con premura,
¡reserva para el cuervo esa figura!
Y todos los presentes en un coro
a guisa de sermón dicen al loro:
-Alabanzas que a todos se prodigan
ni nada valen ni a ninguno obligan.

Aurelia Castillo de González


Expulsada 

Te fuiste para siempre. Quedé en el mundo sola.
Mis lágrimas corrieron un año y otro año.
Gritáronme, de arriba: "¡Anda!", y anduve errante
y al fin me vi, de nuevo, en vuestro hogar de antaño.

Tu espíritu amoroso flotaba en todas partes.
Cantaba con las aves, perfumaba en las flores.
Con el véspero triste me enviaba tu sudario,
y, envuelta en él, soñaba nuestros dulces amores.

En el portal extenso contigo me veía,
paseando alegremente, cual buenos compañeros.
Ya el sol se recataba tras la cercana loma,
y aun tardarían mucho en brillar los luceros.

Bañábannos a un tiempo los cuerpos y las almas,
la brisa que era suave como un rozar de plumas,
la luz, que era soberbia cual luz de paraíso,
la dicha, que era clara como un cielo sin brumas.

Sin ser nuestro retiro agreste por completo,
de sepulcral silencio ni soledades vastas,
libertad nos brindaba, ante el inmenso espacio,
para coloquios tiernos, pasa expansiones castas.

Y, de pronto, te dije con juvenil locura,
estrechando en mi mano tu mano grande y fuerte,
como de hombre a hombre, cual de Orestes a Pílades:
"¡Compañeros y amigos hasta la misma muerte!"

Irradió tu semblante, con íntimo contento,
de igualdad y de fuerza oyendo mis alardes.
Tras el charlar festivo mi grande amor sentías.
¡Oh, qué tardes aquellas, qué dulcísimas tardes!

Así iba recorriendo, con un deleite extraño,
nonada por nonada, nuestra existencia aquella.
La flor que me trajiste como hallazgo y en triunfo,
otra vez contemplaba como la flor más bella.

Y así me iba engañando, viviendo en otros tiempos,
destruyendo el presente, minuto por minuto.
Aún paladear creía, como ninguno grato,
el que tú me llevabas del vergel dulce fruto.

Vibraban en el aire, unidas, nuestras voces,
unidas, nuestras sombras poblaban el recinto,
y sin ayer el tiempo, sin hoy y sin mañana,
deslizábase eterno, inmutable, indistinto.

Mi espíritu fue, entonces, subiendo a ti por grados.
La soledad austera llevóme hasta tu altura.
Viví entonces, contigo, sin verte , sin oírte,
sin los torpes sentidos, con el alma, ¡que es pura!

Y "aquí, te prometía, en este cielo nuestro,
vivirán nuestras almas mientras tu amante viva".
El mundo no entendía mi cándido delirio,
y yo escuchaba al mundo serena y compasiva.

Y, cuando reposaba tranquila en aquel sueño,
en nuestro umbral sagrado oí la voz infanda.
Tocaron en mi cuerpo las manos criminales
y el rencoroso arcángel gritó de nuevo : "¡Anda!"

Aurelia Castillo de González



"(...) huir de la ociosidad, leer buenos libros, sin dejarse arrendar por los que parezcan demasiado graves, que son siempre los mejores y escoger buenas amistades..."

Aurelia Castillo de González



"Las mujeres deben leer, pero leer libros serios como los hombres lo han hecho. Es posible que al principio les cueste mucho trabajo por la falta de práctica, pero poco a poco podrán ir asimilando y entendiendo su contenido sin ayuda."

Aurelia Castillo de González



Los Alpes

De un resalto tremendo a otro resalto,
escalan el espacio las montañas,
como en ardiente emulación de hazañas,
van los pétreos gigantes en asalto.

Llegan en confusión; y allá en lo alto,
entre las nubes son nubes extrañas,
mas el agua se filtra en sus entrañas,
burlando la pizarra y el basalto.

Incubadora sin igual, la nieve
como alas tiende sus armiños puros;
ya no se suelta murmurante y leve.

Ya no la bordan los alegres muros;
y, cerrando terrible el horizonte,
de blanco mármol aparece el monte.

Aurelia Castillo de González



Tierra de Cuba ¡Florece!
Lindos pájaros ¡Cantad!
Que un aura de libertad
Los ámbitos estremece.
¡Sol hermoso, resplandece
Con tu más límpido rayo!
Salid del mortal desmayo,
Almas de la patria mía!
Y floreced de alegría
¡Que llega el Veinte de mayo!

Aurelia Castillo de González


¡Victoriosa!

¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Realizose por fin el arduo empeño?

¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,
enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio,
que surge tu bandera como un lirio,
único en los colores y el diseño!

Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;
los niños la conocen y la adoran.

¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!

Aurelia Castillo de González











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