Equilibrio

Sombras de cielo azul..., las realidades
borraban las distancias del recuerdo...
Nos sentíamos de carne,
y, sin embargo,
la vida iba calcando nuestros sueños.

¿Verdad que ahora es mentira?
No respondas...
Esconde tu dolor en el silencio.

Antonio Isaza


La gringa que olía a clavel

Con los cabellos de espiga,
y los ojos de turquesa,
con la risa igual que un coro
de marinos, y en inglés;
brindaba la gringa aquella
un suave olor a clavel.
Clavel es olor de España,
y es un aroma fiel.
Solo hace nido en las curvas
de muy contada mujer.
¡Cómo encontrarlo de pronto
a ras del mármol aquel!
Cosas del afán de un beso…
Gringa… ¡y olor a clavel!
No mascaba intermitente,
ni eran muy grandes sus pies.
Me habló muy bien del Quijote,
y entonces volví a entender
que todas las Dulcineas
pueden oler a clavel.
¡Más clavel… olor de España!
¡Vamos, por Dios, que lo es!
Cascabel era la gringa
y tenía mucho que ver.
Algo entendí de un pariente
catalán o portugués.
No fue en aquellos momentos,
pero medité después:
que no había razón de peso
para que oliese a clavel.

Antonio Isaza



Retazo de Eternidad

El carro de los tiempos
no cesa en la parada.
Presiento más caminos...
Muy corta es la jornada.
La flor..., el fruto: todo.
Y ¿Qué será la nada?
Yo no quiero llegar,
yo quiero ir...

Antonio Isaza



Sed

Tengo sed... tengo sed...
Me desespera esta paz muerta,
acaso entre las aguas.

Un desierto de sed
roe las raíces de mis deseos
en flor.

No se cansa el azul y a veces vuelvo
a confiar mi ambición de claridades
a la sombra de Dios...

La luna, mancha en balde la coraza
de las sombras que en vuelo misterioso
llevan alas tan negras... tan amargas...

El sol ata neblinas de humedades
con sus trenzas doradas;
van las piedras en muecas retorcidas
atropellando brisas desbocadas,
y cada grieta negra es un regazo
para el llanto de Dios en las montañas.

Mí sed es un absurdo caminante
que no tiene ni fe
ya en el paisaje.

¿A dónde va la multitud sin rumbo
con su copa vacía de realidades;
esa copa que esconde los caminos
y cosecha el clamor de las pisadas...?

Que la preste un momento a mi egoísmo
y que rinda tributo a mi garganta
el mosaico incoloro
de un racimo de almas...

La distancia desnuda me da frío
porque he visto pasar la caravana
con rumbo hacia el olvido de esperanzas.

¿Las tumbas...?
Nadie sabe dónde cavan
las tumbas de las almas.
¿Tendrán también su cruz...?
o una guirnalda
de silencio, de luz y de agua clara...

Tengo sed... acaso ahora no pueda
llegar hasta el latido
de aquellos horizontes
que ya han muerto para todas mis ansias.

El agua es sólo una promesa vana
para mi sed en viaje...

Dadme pues de aquella agua
que ofreció a la gentil Samaritana,
aquel decepcionado de las almas...

De esa agua que alimenta
tantas cruces
y que riega de azul los camposantos.

Dádmela ya, porque la sed me acosa...
¡y he bebido tanto...!

Dadme esa agua de amor,
de claridades, de bondad y pecado,
de mentira y tortura,
de goces y llanto...
Esa agua que acaricia la esperanza
en el jardín de luz de una alborada
o en la copa volcada de un ocaso.
Que resbale en mis fuentes interiores
como lágrimas tibias de una madre,
como el beso de fuego
que yo siento latir en mis arterias desbordadas,
y que apague la hoguera de mi anhelo
para que alumbre el resplandor del alma.
¡Que no se esconda Dios!

¡Que no se quede enervada en suspenso mi plegaria!
Dejadla que se quede o que se vaya,
para que así coseche a su regreso
todas las tardes pálidas
y le salgan al paso las mañanas
cual banderas de
adiós en la enramada...

La duda me atormenta.
La espera me amedrenta.
¡Dejadme con mi sed...!,
que sienta el eco de mis pasos callados,
igual que si soñasen los recuerdos
al amor de las piedras que descansan.

¡Dejadme con mi sed...!
Porque si bebo
me quedaré tan solo y tan huraño
que ya no volveré a ver las estrellas
porque tal vez las lleve entre las manos.

Dejadme con mi sed...
velero tránsfuga...
Dejadme con mi sed...
y aunque no baste:
Dame tú de beber, Samaritana!

Antonio Isaza



Y van diciendo las canas

Ya el arado del tiempo
abandonó la siembra de ilusiones.
Sólo quedan los surcos,
las mil hebras plateadas
que pregonan cansancio.

Suicidio de recuerdos otoñales...
¡Los años de muñeca no existieron...
... hace tanto quedaron suspendidos
por la garra impasible del olvido!

(Abuela y nieta son los dos extremos
del gran círculo humano.)

Se agotó el porvenir.
Sólo un consuelo:

Hila, abuela, el pasado del recuerdo
con el blanco algodón de tus cabellos.

Antonio Isaza






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