Esos árboles desnudos

Qué perverso es el invierno con los árboles
desnudos y ateridos, agraviados
por la exaltación de los vendavales;
forzados a contorsionarse, extravagantes,
entre los aplausos infatuados de la lluvia,
con faroles de inoportunos ademanes
que los celan en las umbrosas avenidas
y silencios quebrajados por el llanto
de los seres traicionados.
Qué severo es el invierno con los árboles
desvestidos por las tormentas y los céfiros;
plañideros desde las cepas y los brazos
desarticulados de sus cuerpos,
suplicantes tras la postrimera furia,
como manos con lágrimas entre los dedos
brotando de la tierra.
Esos árboles desnudos y entumecidos
de todos los inviernos iracundos.
Esos tristes fantasmas profanados,
que no pueden surcar los territorios
como las aves en busca de indumento
para cobijarse.
Esos viejos árboles que vomitan resina
en los caminos lejanos,
con las entrañas abiertas a tajo de viento.
Desdichados árboles ofreciéndose
en holocausto como esculturas mutantes,
despojadas de su fronda
y de la dignidad de los árboles en primavera.

Antonio Álvarez Bürger


Los dos

A veces te quiero tanto
que te llamo sin hablarte
con ese silencio impenetrable,
el más ignominioso
de los silencios.

A veces tú no me quieres tanto
que me llamas impaciente
con aquel grito terrible,
el más fuerte de los silencios.

Y todas las paradojas
del mundo respetan la nuestra.
Y los dos seguimos
guardando silencio.
Y tú y yo nos queremos tanto.

Antonio Álvarez Bürger



Nosotros

Afuera llueve noches frías
como los muertos,
acongojadas en los rincones;
y nosotros con los pies tibios,
perpendiculares sobre otros cuerpos,
los ojos entreabiertos de culpa
y ávidos de menesteres.

Afuera caen profundamente heridos
los incorruptos y mujeres
que marchitas se prometen;
hay beodos dormidos en la opacidad
de los muros y de las nubes que viajan
muy lejos de las tragedias,
y nosotros en las azoteas,
inexistentes,
reparando en nuestras confesas
almas perdidas.

Afuera hurtan a los niños su inocencia
y les abren los ocultos secretos en las callejuelas
y nosotros apareándonos, sin querer llorar,
desnudos de piedad sobre el tálamo.

Antonio Álvarez Bürger


Pecado del hombre

De qué decir
mañana
diáfana intocada
De qué soñar
quimera,
si el mismo hombre
se ha ensañado
ante el pavor de las bestias
De qué decir
mañana
redención
con serpientes en el cinto
y de qué silencio
reclamar las injustas muertes
He aquí al Padre
abismado del hijo
arrogante
Heme aquí hijo
abonando a las culpas de todos
como maldecido
por lluvias de fuego.
De qué decir
salvo
entonces
hijo eterno
si el hombre mata al hombre
y no hay mañana
para siempre.

Antonio Álvarez Bürger


Poesía amarga

La tarde, espantosamente fría,
y se me viene este atragantamiento
de impresiones y de burdas sospechas.
Heme aquí aherrojando en pedazos
la poesía amarga
encerrado en el estupor impúdico,
sórdido,
porque me llega todo de golpe
como embestidas a mansalva
de risa y de llanto.
En el centro de mi boca
el pan agrio
de la mañana traicionera,
y enfrente de mis ojos
la imagen perpetua del Dios tuyo y del mío.
La noche espantosamente fría,
y se me viene este irrefragable deseo
de soñar con otro día.

Antonio Álvarez Bürger


Ya no

Ya no quise oír al grillo
y le escondí el canto,
pero en el canto
se vinieron trenes furiosos
cada hora;
en la ventana,
un mantel blanco eterno,
muchas lámparas temblando
con las lluvias escorzadas
en las calles
y las flores —¡ah, las flores!—
oscilando en las alturas,
embriagadas de beber la brisa.
Se vinieron plegarias
y pasiones autumnales,
se vinieron viajes astrales
a los territorios más extremos
de mi memoria.
Entonces,
ya no quise oír al grillo
y le devolví el canto.

Antonio Álvarez Bürger


Ya no juegan los niños en las calles

Ya no juegan los niños en las calles
Las bicicletas surcan el espacio
sin escafandras;
no brincan ni hacen piruetas para ser niños
de las flores y de los insectos
Los adormecen las pantallas en las alcobas
y en los refectorios
Sueñan guerras animadas
mientras trinan los pájaros en primavera.
Niños redentores macilentos,
émulos de juegos y redondeles,
no despliegan las alas extasiados
para corretear los sueños ni ascienden
a las estrellas para observar sus infancias
Cantan azorados la gloria del Dios caviloso
Ven crecer el alma atónita del yo pecador
y no hacen nada para ser niños de trapo
o de madera
Se los tragan las máquinas
Ellos penetran para conquistarlas,
para engolosinarse con sus vísceras
y aprenden a ser máquinas
fabricadoras de máquinas
insaciables comedoras de niños.

Antonio Álvarez Bürger









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