"Para un hombre, sobre todo si no está preparado, vivir con una actriz es asistir a una suerte de teatro íntimo, magnífico y aterrador, cuyo autor es el destino, a veces generoso y lo más a menudo negligente. Angustiada cuando actúa, infeliz cuando no lo hace, dando todo de sí a un arte que no perdura sino en la memoria de los espectadores de una noche, tan capaz con la misma vehemencia de superarse a sí misma como de subestimarse, aleación preciosa, inédita, de coraje y de egoísmo, de generosidad y de paranoia, ella establece su orden, al que su compañero se somete. Admitido a veces detrás del escenario, el marido sigue siendo un espectador a quien ese gran misterio es denegado. Porque no hay palabras para describir lo que es la vertiginosa entrada en escena; para traducir lo que ocurre realmente cuando el telón ha caído, cuando la actriz es siempre un gran personaje y no es todavía un trivial nombre propio; o para contar lo que pasa cuando, repentinamente, el teléfono deja de sonar. La espera es un suplicio, el sueño se disipa, las promesas no se cumplen y a la eterna Ondina se le propone, de pronto, ser la otra, la princesa Berta."

Jérôme Garcin

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