Al sol

Pocas letras tiene el cuerpo a su lado
para decir la luz de todo lo mirado.

Cuánto olvido en la mano se inclina
si callada en la noche la sombra camina.

Como el árbol sin ser más visto crece
por siempre en lo que ahora perece.

La flor que aún no brota del aliento
es agua que todavía no bebe el viento.

La mañana libre y solitaria clama
a la hierba el leño del sol en su rama.

Mar del aire y en el cielo empezando a latir
el corazón de bajeles cruza un solo sentir.

Si la sombra del sol fue la última semilla
la mirada deja en el rostro del río otra orilla.

Del polvo es el comienzo de todo vuelo
la ceniza que abriga la voz del consuelo.

Y para lo pequeño del nombre está el rayo
si el sol de la tarde ilumina lo que callo.



Felipe García Quintero


Cielo vertical

El viento sucede.
La llama en su silencio estalla.
De azul a rojo el mar ocurre
La tierra espera, siempre erguida.

La realidad, y sus murallas,
deshecha en el suelo.

Suceder de los elementos
en la fuga de la voz.



Felipe García Quintero


El cielo que anda en la tierra

Una montaña con mis huesos,
un río con mis ojos y sus venas,
un árbol con mis manos.

Y mi voz en el viento memorioso
donde todo se encuentra enterrado



Felipe García Quintero


El vacío el aire

En la muerte las palabras a la muerte.
Humo de victoria, huesos y más huesos el tributo.
En la cima del aire el eco de un cielo roto me interroga.
El silencio del cuerpo:
La desnudez en que duermes. El sueño que te cubre.

*
Si el eco del sendero respondiera a nuestro silencio de ser piedras del río abandonado por sus aguas.
Si la muerte se alejara con el canto. Me digo.

*
Al camino de la voz vacía. Mi silencio de ti, tuyo.
Perfecto deseo de ser nada.

*
Un gesto es apenas el nombre. Otro el rostro.
Y en la suma del vacío la resta del cuerpo brilla.
Mas, si lo que se despide de las manos, de las manos brota ¿es la ausencia la escritura?

*
Miro mis ojos. Vicio de oscuridad.

Y el cuerpo en que insiste la vida –agua primera, fuente antigua- el único camino en la noche escrito.

Cruz del infinito
¿quién puso el cielo en tu nombre?

*
La muerte te hace animal humilde. Me digo.

*
Si todo lo que calla es un perfume, en la rosa de la espera florece la espina.

*
Como fiebre de río vagar desnudo de piedra en piedra sin al cabo tocar las puertas de una oración.

*
El viento en la piedra. Silencio del aire.

*
Y feliz el niño va entre la multitud perdido.
A la sombra del mediodía juega en el laberinto de una ronda.
Con la oración viene la noche. Llega con el llanto del cuerpo mudo.

*
Rodar de piedras. Música humana.

*
Donde la infancia sueña, la mirada despierta junto a las piedras.
Y el miedo entre los árboles, otro follaje.

*
¿Casa el lenguaje?
¿Vivos la vida?

*
Las cosas acallan la voz de las cosas.
Sólo quien retirado del mundo habla de su mundo entiende tanto silencio. El vacío del aire.
Cuando el lenguaje –agua de ruego- es piedra de sacrificio.

*
Soplo a soplo la piedra es viento
y arde el aire soplo a soplo
en la sangre las llamas del cuerpo.

*
Vuelve la pregunta lejana en su eco.
Como el espejo no cesa de mentir que estamos vivos.

*
Saber de las alturas:
un animal más, el aire.

*
En una oración de domingo, la voz acallada del que enciende la cerilla de la vida en las manos como una luz de ceniza para los labios, donde el rojo no quema.

Y muerto flota el río sobre el agua.

*
Pregunto a mis ojos por mí.

Con mi voz –pastor del aire- me abrazo en silencio a este corazón cansado de repetir sin cesar su fin.

*
Pero ¿a quién entregar, piedra por piedra, las ruinas de la voz?

Ese rostro donde jamás estamos.

*
Cuerpo deshojado
el aire que respiro.

*
La voz oscura entre los pasos camina.
Y mi sombra –vacío encendido- es la espera del cuerpo.

*
El vacío, esa montaña del aire.

Felipe García Quintero




Ha crecido un árbol

En la lluvia que alegra su miedo.

En el juego que ata las sangres en un solo latir.

En la sombra que humedece la piedra
hasta volver a la raíz del agua.

En la risa, sin fin, cayendo.



Felipe García Quintero


Liturgia

Sobre el piso llano brilla el polvo de nuevo. Minúsculo y pródigo
su exceso.

Paso mi mano y lo palpo sin verlo. Detengo mis ojos en
sus filamentos.

Lo siento latir, lo sacudo y estremezco. El polvo sin fin vuela:

Miro irse lo que soy por el aire, lo que soy al caer al suelo, la
criatura a quien doy mi visión y aliento.



Felipe García Quintero


Pájaro

(a los secuestrados de mi país)

A quien escucha la sangre ajada del silencio tañer su corazón, y la
vigilia del río le arrulla el sueño, yo lo imagino anidar sobre el
hierro inmarcesible de la selva, al picotear el óxido vegetal de sus
huesos.

Porque canta a lo lejos y vuela adentro, cautivo del cielo, yo lo
imagino jugar con el aire detenido que sostiene la mirada solitaria,
embriagarse con el vino crudo del crepúsculo, donde el horizonte,
a tajos, se derrumba.

Un puñado de tierra se amontona en los ojos cada mañana, si la
niebla voraz crece con el día cercado por el aliento. Y la espera,
como savia vive en lo profundo, siempre a ciegas, mientras la
hierba pisada brota nueva de la última plegaria.

Es cuando la lluvia se acalla y socava otras entrañas.



Felipe García Quintero


Rey en su trono

Desbocado en lo inmóvil
el grito al que nadie presta sus ojos,
paisaje extinto por el que ninguno pregunta.

Así de enterrado es lo profundo
cuando la oscuridad cae del aire.



Felipe García Quintero








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