Antiepopeya

Aquel que en la rotación de los astros
y en el oráculo de los sabios
buscó de su ley y mandamiento
la razón, la anuencia, el fundamento.

Aquel que de los vivos la lanza y el destino retenía.
Aquel cuyo trono de los muertos provenía.

Aquel a quien la voz de la tribu ungió.
Llamó rey, de poderes invistió.
Traicionó.
Por paños, por espejos, por chucherías
por ganancia, avidez, pedrerías
las puertas de la corte abrió
y de pueblo su reino agotó.

Maria da Conceição Costa de Deus Lima



La casa

Aquí proyecté mi casa:
alta, perpetua, de piedra y claridad.
El basalto negro, poroso
vendría de la Mezquita.
De Riboque el barro rojizo
del color de la malva para el tejado.
Enorme era la ventana y de vidrio
pues la sala exigía un cierto aire de plaza.
El solar era plano, redondo
sin trancas en los senderos.
Sobre los escombros de la ciudad muerta
proyecté mi casa
recortada contra el mar.
Aquí.
Sueño aún el pilar,
una rectitud de torre, de altar.
Oigo murmullos de barcos
en la terraza azul.
Y reinvento en cada rostro
paso a paso
los trazos inacabados del proyecto.

Maria da Conceição Costa de Deus Lima



La leyenda de la bruja

La señora Malanzo era vieja, muy vieja.
La señora Malanzo era pobre, muy pobre.
No tenía hijos, no tenía nietos
no tenía sobrinos, no tenía ahijados
ni primos tenía, ni entenados.
Era muy pobre y muy vieja
muy vieja y muy pobre era
era vieja, era pobre la señora Malanzo.
Pobre y muy vieja
vieja y muy pobre
era vieja y pobre
era pobre y vieja
vieja pobre
pobre vieja
vieja
pobre
hechicera.

Maria da Conceição Costa de Deus Lima




Los héroes

En la raíz de la plaza
bajo el mástil
huesos visibles, severos, palpitan.
Pájaros asustados derriban cornetas.
Retroceden en silencio las estatuas
hacia lejanos paisajes.
Los muertos que murieron sin preguntas
regresan lentos con los ojos abiertos
indagando por sus alas crucificadas.

Maria da Conceição Costa de Deus Lima


Raúl Kwata

Los alegres pantalones, de payaso, no eran suyos.
No era suya la camisa.
El castaño y el negro
en los pies izquierdo y derecho
eran de otro.
Largo, de buen cuero
el cinturón no concordaba, lucía.
La propia flacura, de huesos menudos
no le pertenecía, flotaba.
Tosía mucho, tropezaba.
Arrastraba con él dos ojos
astutos, burlones, de pícaro.
Y era dueño de una risita irónica,
su escudo.
En los pasos cargaba un arsenal
de Historias vivas, antiguas
y tenía el poder de lanzar carcajadas.
Sabía los nombres de todos los parajes,
en ninguno quedaba su aldea.
Murió paria en la excolonia.
Está enterrado en la isla.
No reparó en la nueva bandera.

Maria da Conceição Costa de Deus Lima













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