Cambio de siglo

Los artistas se echaron a dormir
devastados y exhaustos
por tanto ruido y decepción
razón por la cual se declararon en huelga
de opiniones y asistencia a los cocteles.
Habían ganado premios
y cantado en todas direcciones
llenando la segunda mitad del siglo XX
con sus pinturas y sus escritos
de magnífica factura
con páginas y lecciones derivadas
de otros tiempos; que al público mucho le gustaron
y que dan a puertas que se abren indistintamente
hacia adentro y hacia afuera
hacia el temible campo abierto del desconocido
material del arte que está por descubrirse.

Sergio Mondragón


Copista

Del abrojo que alegre el viento arrastra
surge un fuego
que respeta mis manos añosas de pirú;

del destello fugaz en los campos del sol;
de la luna de labios resecos que besa
mi boca terrena…

de semejantes construcciones
brota el lenguaje que me inspira
con sílabas ligeras, con visiones frescas:

todo lo cual es una cálida promesa,
la señal de que el Verbo retoña en mis comarcas
y madura huertas y cantos en mis manos de copista:

el copista:
ese ser que aprende a escribir y a mirar con pacienica
en la naturaleza de las cosas.

Sergio Mondragón


"Desde hace muchos años me interesó el budismo, que me llevó al zen, que me llevó al Japón. Cuando tomé un curso de japonés en la universidad, mi maestra At-suko Tanabe me invitó a colaborar con ella en la traducción de algunos poemas modernos escritos en esa lengua. A lo largo de 15 años ella me fue descubriendo a distintos poetas que habían escrito a partir de la época en que Japón abrió sus límites hacia occidente, a fines del siglo xix, y cuando los poetas penetraron el misterio del verso irregular y el verso libre. Descubrí en ese proceso una similitud asombrosa con la poesía hispanoamericana, en particular con Rubén Darío y los poetas mexicanos. Todos ellos, hispanoamericanos y japoneses, habían recorrido el mismo camino de influencias que va de Calderón de la Barca a los románticos alemanes, pasando luego por Francia y desembocando en André Bretón. Pude así armar una visión comparativa, misma que está documentada en el libro Un rebaño bajo el sol: antología de la poesía japonesa moderna."

Sergio Mondragón



El aprendiz de brujo

en realidad, señoras y señores, yo no soy otra cosa que un aprendiz de brujo.
tengo las escobas, quiero que barran y limpien mi casa
las ollas relucientes
todo como llevado de la mano de Brahms.
sé tumbarme entre la hierba, dormirme entre las flores
despertar y gritar ¡viva la libertad!
y recuerdo que la bruja Raquel me dijo un día:
libertad libertad girasol girasol
mientras me clavaba las uñas en la espalda
echados ambos en las risas de los soleados aguardientes
de Colombia
de sus cartas.
el aprendiz de brujo está bajo los árboles
hay mucha luz, es mediodía y la hora zumba canciones
exiliadas
el calor refresca la curvada espalda del Escriba
aprendiz de brujo.
¿pero dónde está la llave, aprendiz de brujo?
¿en una carta? ¿en un lance de judo?
¿en el aljibe sobre el que estás sentado?
¿y si ella no viene el miércoles, y si tu clase de yoga no empieza mañana?
¿y si no recibes el mensaje de Jan Arb?
ese pájaro en la rama está llamándote
aprendiz de brujo: toc toc toc.
Maestro, ten misericordia de los aprendices de brujo
que abren sus redomas.
ten misericordia del aprendiz de brujo
que escribe este poema.

Sergio Mondragón



"El origen de la percepción mística en mi obra está en la recurrencia de las imágenes primeras, grabadas a profundidad en la conciencia y surgidas de la cultura en que nací: el sonido de las campanas de las iglesias, el paisaje del mestizaje, el fulgor de los altares barrocos; más tarde, mi descubrimiento de la metafísica oriehtal, su caudal de metáforas y conceptos: la instantaneidad, la vaciedad, la conciencia del dualismo, la interdependencia de todos los fenómenos. Todo eso se ha vuelto parte de mi experiencia, que es percibida como interés místico."

Sergio Mondragón



"Escribir para un poeta no es estar sentado con el lápiz en la mano. Más bien se refiere al culto de una actitud interior de apertura hacia el sitio de donde brota la brisa. Alguien que escribe poesía se zambulle en el vivir; requiere una dedicación total en que lo que menos ayuda es una actitud irresponsable y locuaz."

Sergio Mondragón


Insomnio

la hora negra abre la boca
el tic tac de la carne crepita en la almohada

rostros desfilan monocordes y lentos
recuerdos humedecidos por los años
fermentados por las lluvias de innumerables veranos
voces vencidas por la memoria
ciudades aeropuertos despedidas
anclados en la niebla

Sergio Mondragón



"La palabra obra me sugiere algo descomunal, arquitectónico, bien orquestado. Mis poemas son más bien seres aislados que no integran una visión de conjunto. Son hojas que se desprenden de su árbol y navegan solas, brevemente, en el aire. Si acaso mis poemas, puestos uno junto a otro, son hojarasca arrastrada por el suelo que suena un momento y luego se detiene. Ése es el tema de lo que escribo: la validez de las cosas en su fugacidad."

Sergio Mondragón



La poesía del sol

la loca poesía tiene el sombrero del sol
la loca poesía tiene el manto de la lluvia
y nos tiende sus hilos dorados
y florece como una respuesta a todas las preguntas

la loca poesía baja las escaleras del cielo
trepa los árboles de la mañana
se adormila en las pestañas de los que nacen
de los que bucean la luz del mediodía
de los que aran y oran

la loca poesía tiene los cabellos mojados
duerme por la noche
avanza por el día
se detiene
aspira las flores y viaja con las nubes

la loca poesía habita mi hombro
tu pie
habita tus pechos alegres
la loca poesía mana del centro del sol
escurre por tu costado
mana también de tu cabello
mana de tus dedos
estalla en las almenas de mis ojos

la poesía está loca por nosotros
para mirarla sólo tenemos que trazar el cuádruple conjuro
norte . sur . este . oeste
y verla caer como la lluvia
oirla cantar como el viento que pasa
verla ovillarse en las ingles de la tarde

la poesía está loca por nosotros y nos regala el verano
un verano que desfila lento
junto a sus hermanas las estaciones

la loca poesía

Sergio Mondragón




"La poesía se me adhirió al cuerpo sin que yo lo advirtiera, cuando aprendía las primeras letras en mi libro Rosas de la infancia. Las resonancias de versos como «A la sombra de un verde limón/ con las alas tocaba las hojas/ con el pico picaba la flor» ya no me abandonaron más. De allí brotó mi enamoramiento de la naturaleza. Más tarde tuve a mis primeros amigos poetas, Juan Martínez, Homero Aridjis, Philip Lamantia, que me enseñaron a poner por escrito los poemas."

Sergio Mondragón




Magia de las manos

Suelto las manos sobre la víspera de un poema.
Esfuerzo del pensamiento en su gimnasio:
pectorales de hojas, un aroma de jardines,
asamblea de follajes
trascendentes.

En medio de la arboleda
y sin moverse, el poema observa el trazo
de aves que se persiguen
y que se dicen cosas
al pasar
sobre las ramas.
El poema medita soñando unos versos libres
que cobran vida,
que luego corren
por la creación entera.

Resplandece.
Reverdecen las espaldas de paisajes asombrosos
en unas páginas yertas:
aparecen
tiestos frescos en las hojas azotadas
con los látigos del habla:
textos que muestran el rostro por la magia de las manos

Sergio Mondragón




Más allá de las ávidas bocas se engendra el poema

Más allá del sentimiento de lo humano y lo inhumano
se engendra el poema:

antigua criatura
hecha con el humor del mundo; visible
en todo cuanto existe; escrita
sobre un espejo de agua
con lápiz que trasuda
el semen del cielo y los infiernos
que moja las piernas ancestrales de la noche.

El poema
ambigua criatura gestada
más allá de las ávidas bocas
de la ardiente realidad
en la que todos actuamos desesperadamente
con los labios resecos.

Sergio Mondragón




“Mi poesía es una forma sui generis de leer la realidad.”

Sergio Mondragón



Partida de Itzapapálotl, madre y maestra

I

Todo es confuso en mi pasado. Todos opinan sobre él y elaboran profusamente alrededor de una misma historia, que se transforma a cada instante. Los relámpagos intermitentes que iluminan las pirámides que me dieron sustento y rostro, le dan continuidad a mi existencia. También el sol, que revienta las piedras. Y las hormigas, con su carga de maíz y chile colorado.

Pero una cosa es segura: he podido sobrevivir a pesar de mis exégetas y mis adoradores (quise decir: aduladores), los que administran desde sus autos refrigerados y por la frecuencia FM, los museos con sus vitrinas donde se venera mi efigie.

Mas nadie nota realmente mis caderas de barro, ni sabe con certeza en dónde vivo, ni ha respirado la fragancia de mi falda de seda chillona. Soy más bien una presencia que pasa desapercibida, pues todos me miran como a través de un cuerpo transparente. Mi morada fija es la conciencia de algo vivo que arde y duele en el fondo del tiempo que mana en el corazón, pero no transcurre.

Yo sé bien de dónde vengo y quién soy, aunque todos lo ignoren y me cubra el desprestigio contemporáneo y tenga que vivir huyendo, con mis cabellos en la frente y mis tacones lodosos. En el barrio de las mitologías, entre los suspiros y el acoso de borrachos y ambulantes, rento un cuarto de azotea, al que voy poco.

Los vientos de las diez direcciones trajeron las semillas que fecundaron a mi madre, que recibió una pedrada en la cabeza y rodó por las escaleras, hasta caer en el presente. Yo nací de su anhelo de lluvia y sus dolores en las sienes, que calma con rodajas de ruda; y del deseo de mi padre, que lo pidió todo dando a cambio un montoncito de pólvora que luego exigió que mi madre hiciera escurrir entre sus dedos. Mi otro nombre es Nadie, aunque muchos me conocen como Mariposa o me llaman La Negra.

Entre tantas versiones, o aversiones, fluyen mis numerosos hijos, que tienen sin embargo una certidumbre: su madre llegó hasta aquí transportada en un río de piedras, empujada por un viento que se quedó a tocar su caracol en mi vagina: el mismo aire sofocado que me acompañó en las cuevas donde me ocultaron para tapar su amor avergonzado. Pero yo he vivido sin culpa, y razonablemente feliz, apoyada en mi hijo Ce Ácatl Johnatan Topiltzin Gómez Quetzacóatl, y en mi hija Jenifer Paola Itzpapálotl Hernández Escobar, que son mi sostén y mi orgullo, aunque ellos lo ignoren.

II

Mi puro nombre de río ha obrado milagros en estas tierras, que desde siempre han producido legumbres en abundancia, y bordos vivificantes, y rápidas acequias, y alfalfares en los que he podido retozar y mancharme de un verde picoso las rodillas, lo que ha provocado el enojo de mi madre, la Llorona (lo de mi madre es otra historia y ya ha sido contada, usada muchas veces para asustar a los niños, cambiándole el nombre por el de Coco, apelativo que viene de Coqueta). La fertilidad y ferocidad de estas tierras han quedado impresas en mis ropas como un aroma, dicen que milagrosamente, y han sido adoptadas como emblema emocional por muchos de por aquí.

Por mi parte, alimento mi vida secreta, de mujer que observa constantemente y piensa a todas horas, con las imágenes vivificantes del cántaro roto y la serpiente emplumada, y con ellas mantengo templados mis instintos; digamos que son los elementos con los que me estimulo. Por eso mi marido los blande a todas horas frente a mí, contorsionándose, y su danza me mantiene satisfecha. Darle a él toda la leche de mi pecho me ha permitido vivir contenta, viéndolo crecer como un muchacho responsable, a pesar de todas sus limitaciones.

Así que pueden considerarme humana, pese a todo, ya que vean: me gusta que me masturben frente al espejito humeante en el que miro mis labios obscuros de los que veo surgir a Tezcatlipoca en el momento delicioso, con sus ojos entornados y sin armas, y con la boca arrugada de placer.

No crean, pues, que soy toda metafísica y mito, pura imagen religiosa o historia sagrada, mutilada de atributos mundanos, alegoría edificante para sostener la orfandad de mi pueblo. Hay en mí un viso de realidad y mi aliento se ha vivificado a lo largo de esta historia de amor con el latido de sus corazones, el murmullo de sus esperanzas y el olor de sus sueños, cuando los han permitido los políticos corrompidos –vaya pleonasmo, hablando de mexicas- que los manipulan y gobiernan. Soy, por lo demás, una mestiza atractiva, completamente Mexicana, patronímico éste compuesto de Meseta siniestra, Jícama y Picana, el eficaz instrumento de tortura en las manos obscuras de mis hijitos los agentes de la policía, cuando interrogan a mis entenados.

III

Heme aquí entonces, al final, doblada por las reumas y convertida en el pañuelo de todos ustedes, en la penosa condición de verme asediada por la cáfila de los ex – presidentes que sobreviven hasta hoy y esperan de mí un milagro, condenados como han sido junto con los caciques gordos de Cempoala y otros descastados a cadena perpetua y trabajos forzados (no faltó en el juicio que se lleva a cabo de manera permanente en la eternidad, el exagerado que pidiera para ellos que fueran arrastrados a cabeza de silla,

del Zócalo a la Villa,
oh, maravilla,
una pura rencilla,

por el caballo sin jinete de Miguel Páramo, y exhibidos luego en jaulas en las cuatro esquinas del Palacio Nacional); pero yo, una pobre mujer, ¿qué puedo hacer por señores tan poderosos? Si mis pies rajados y los jiotes en mi piel, y mi cabello negro y grueso no han podido conmoverlos antes, ¿podrán salvarlos ahora que la indiferencia y la incuria, y el saqueo, y el retraso mental, y la ineficacia para gobernar y convivir, y el odio, y el éxodo, se han enseñoreado de mi tierra, erosionada como consecuencia de sus acciones, cubriendo de basura y fealdad y desconcierto los paisajes y la gente? ¿Ahora que no sólo la autoestima de los mexicanos sino también el águila de mi nahual han sido mutilados y hasta mi efigie se subasta en las banquetas de las diez direcciones del mundo, entre los aullidos de los coyotes y los ires y venires de los traficantes y sus risotadas?

¡Oh, Huitzilopochtli, mi hijito primigenio que corres silbando por las venas de todos mis otros hijos! ¡Tú que fiel a nuestras costumbres ancestrales sigues cuidando las milpas y aderezas con el sudor de tus genitales el picor de los itacates, mismos que las brujas de nuestras pesadillas llevan contentas y presurosas hasta los divinos campos de labranza! Ahora que hoteles de lujo y altivos periféricos horadan con su peso los escuálidos pechos de los albañiles que los levantan, y las señales de las carreteras de cuota apuntan tontamente y sin falta en las direcciones equivocadas, en la esperanza de que todos lleguen primero que nadie a los infiernos; ahora que la miseria y el resentimiento se multiplican, y los piojos y el hambre devoran a estas multitudes amarillentas y taciturnas,

¡vierte tu blanco y espeso pulque sobre mis labios quemados y llévame contigo a las alturas, lejos de esta tierra desnaturalizada que ya me aburre con su empecinamiento y ha agotado mi deseo hasta el punto de hacerme sentir completamente seca ante la estupidez de que me veo rodeada!

Te prometo que regresaré a esta tierra adulterada cuando vuelva a sentirme humedecida y estimulada por la espontaneidad y la frescura que siempre caracterizó a esta gente, otrora honrada y valiente, de vibrantes voces y brillante mirada, de corazones puros y carácter templado y digno. Un regreso que te prometo para cuando volvamos a ser los mismos de ayer y de entonces, un tiempo en el que, sin embargo, ya no seremos los mismos...

Sergio Mondragón



Reino imantado del poema

El lenguaje,
el cuerpo,
el mundo y su paisaje…

El poeta,
sus piruetas,
sus visiones y sus tretas:

en el reino imantado
del poema,
donde todo se ve transfigurado.

Sergio Mondragón














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