Carpe noctem I

...naturaleza efímera
cuando intentamos conocernos,
cuando creemos besarnos para que se borre
el contorno de los estólidos cuerpos.

Hijos de nadie besando perdidos
el venero del suspenso en una piel ignota
que por instantes veneramos.

Infinito y real inmerso en lo continuo,

en el reflejo de los vestidos invisibles que hablan,
los tules que parecen ofrecer gestos lentísimos
y el sombrero inclinado
de un hombre sin identidad,

piedras acaso,
en el inventario de pedruscos del espejo.

Arturo Carrera



Carpe noctem II

Pusiste música:
arias de Satie no escritas nunca pero
memorizadas de pronto: la infancia.

Y aplastados por la muela del Amor;
pues ¿qué sería si vos fueras sólo una criatura humana
y no el túmulo que de noche esconde
secretas penas en secretas canciones?

Arturo Carrera


Carpe noctem III

Los niños. Los hijos. Y lo que es peor: lo que ellos
nos hacen «creer» cuando nos acercamos,

el hilo de su dolor,
el discernimiento —niños; sí, niños
aunque parezca mentira.

esa repetición
esa inclemencia

Arturo Carrera


Carpe noctem IV

Y formas deshechas también,
que en la inmovilidad aparente de una visión
corrigen su propia aniquilación,
su propio exceso:

«no estás, no sé si estarás...»

Tu muerte aseguró que mi presencia
fuera exigua en esta noche.
Y que tu presencia degradada fuera el tesoro,
el potlatch que me provee tus dones.

La pérdida útil de riqueza acumulada
en el erial sin tiempo
donde nuestro gozo como cizaña creció,
tan real entre los sueños reales
pero tan inalcanzable entre las cosas que dijimos.

Arturo Carrera


Carpe noctem V

Y sexo, sí: en lo que cada mota de color,
cada explosión, cada
ploteado,
cada nueva ilusión cromática viene a traernos
de sus
pegoteos de espuma

niños y niñas en un amargo torcer
lo que se mira:

«Queríamos que esos niños pintados
nos hablasen,
que esos grumos de color en relieve simularan
joyas y juguetes de una alegría perdida...»

carpe noctem

Arturo Carrera


Carpe noctem VI

Límite de lo útil también como materia;
un continuo anhelo de amor
dicho y contenido no visible:

en cada ínfimo no su goce replegado.
en cada ínfimo sí su punta de sosiego.

y…huellas de un parvo decir cada día. En la tela,
en la lluvia, en la Historia.

¿de la grandeza de cuánta felicidad
se precipita nuestra búsqueda?
De un tiempo que sólo parece medir
el canto del grillo

Arturo Carrera


Crepúsculo argentino

El campo,

un espacio donde los niños
confunden la belleza con la felicidad;

la luz los atonta, el flash doméstico
y natural los oculta en catacumbas, agujeros
negros, blancos conventos insonorizados,
sin follaje...
oh pequeños religiosos de la exigencia:

una sonrisita fosforescente y acústica
y un abracito afectado que se conoce
en esa especie de Vacío Mundo

en otra más lejana galáctica
insaciable risita que lucha.

Todas las astillas cósmicas.
Todos los hilos agámicos.
Todas las taciturnas
vocecitas en la luz amarilla,
intensa, de azufre fosforescente
y de luciérnaga que agoniza.

nosotros en ese campo expulsado
donde la fatiga es imprevista
con sus misteriosos eclipses...

La insistencia de un pánico silvestre
y los diminutivos con que Arturito recorre
su paciencia, su olvido en todo lo que se
afinca como parpadeo.

Las cajas del sueño donde el poder dormir
como volver a morir se precipita; el aire
se funde con la luz oscura y el agua con
los desplazamientos del rumor acuático

imanes, imanes de felicidades remotas mímicas
en los estados de belleza pura, y variaciones
mágicas con dedos de reptil, pero ese reptil

de miniatura africana
que salta continuamente en el hirviente
desierto de arena para no escaldarse y
vivir al unísono,

para que el día entre en él por todas sus
semejantes, ínfimas, innumerables huellas
para que la presencia insaciable del día
no lo adormezca;

sin embargo,
a ellos otros espero, anhelo,
anillo sus múltiples exigencias.

Puedo envejecer esperándolos en otra humanidad
y puedo otra vez nacer; estar como un fruto
en corona, esperando el picotazo de otros
mundos,

la vida de cada minúscula noche hacia el mar.

Ellos,
bienes dormidos bajo estatuas de olmos, gnomos,
tesoros en cofres de pirotecnias perpetuas,
aún en el vacío insonoro, atraídos como ranas
En la inquietud de los estanques o el mar,

sobre la vasta ola roma, sin cresta, alzándose
silenciosa sobre el amor:

minutos sin ley ni astros
tiempos sin cuerpo ni deseo
espacios donde se cortan los afectos
a cada exiguo pie de un hombre.

Son niños siempre y
niños en un festín donde
se desconocen los nombres

Niños arrancados del cuerpo y
del corazón, como raicillas que
ya hubieran echado en otros niños
su ligazón; en otros pensamientos
su dolorosa espesura.

Niños explosiones acústicas
Niños ortigas del verano; a un punto
en la seda
vienen a mirar faisanes;

un círculo luminoso donde caen
todas las remotas ideologías naturales
y todas nuestras cósmicas huellas
estrelladas: los niños.

duelo de no pertenecer
duelo de las sabidurías desconocidas
sin órganos
sin ostentación y sin goces

duelo de apartarse dudando del patio
de la dicha: donde allí todo nos
sosegaba como sofocado dolor
aquí todo nos despierta
aquí somos el sobresalto del lince
aquí el sueño oculta
la alegría del secreto

Aquí la verdad solitaria derrumba
el placer
y el placer no sostiene
el secreto no sostiene
el despertar no me sostiene,
su realidad,
es más devastadora que el deseo

¿Qué es?

Es la desesperación
que nos impone como un sueño
el vacío, el campo...

Vaho amarillo y los diablitos
riéndose. Arrastran un perrito,
escriben una eme majestuosa;
las brujas-lolita con sus mechones
eléctricos y sus malcriadas muñecas,

la voz del perrito; los dientes de las cosas;
la acústica estirpe china del súbito día

(el té).

Los niños.
Sus rasos borran la única fiesta,
la única mentira, la única verdad,
la única risa.

No te alejes más.
No te alejes más.

¿Qué haré sin los ojillos de tu faisán?
Sin tus gestos como picotazos dorados.

Mi desesperación clavada en el deseo
como un colibrí salvaje en la
gigantesca flor acuática. La hipertrófica
magnolia del deseo:

un limón escarlata y óxido de hierro la van
centrando con sus suavísimos ganchos:
la abeja allí se empolva, los zánganos
conocen y reconocen: desconocen

El campo, la noche y
sus caretas de olores
que no enmascaran, los
mensajes cortados y los
gritos suntuosos;
la noche con sus señales
de amores de alfalfas y
alfabetos de sapos y
telarañas.

Magnolia del zorrino
con su chorro de humos acres

¿Nada sostendría?
¿Nada consentiría en su risa de chaparrones
de blancos y agrios fuegos
luminosos?

Es la madrugada: ¿pero cómo...?

Los niños se duermen:
fácilmente se duermen sobre estos clavos
de azúcar, fakires del infinito turbulento.

El campo tiembla.
El campo nuestro. (...el delirio, los surcos
de la lava del alba. El agua donde amanecemos.

Los terrores poderosos giran en torno a
objetos sin valor. ¿Te acordás? Fase del
desprecio, incluso por el no...

El No de un amarillo vibratorio,
los girasoles en el vozarrón del día
y el humo del atardecer, los ojos
en la cabeza leñosa
en el espumoso anaranjado del sol.

No te alejes más.
No te alejes más.

el deseo desdibuja en su plumosa tierra
un espacio: "que no te despierten todavía,
y que no hiervan la leche todavía".

Multiplicidades. Multiplicidades
secretas

Lo que pasa durante la tarde
como los pequeños frutos de las intensidades
se abre, como un último frutillo
en las fogatas anaranjadas

Deja que bajo nuestra incertidumbre
croe lo incierto: el agro de la espera,
la niñita que baila... la patria de San Juan
y esas inquisitorias cartas que quemaste
para cocer la langosta y las habas:

La pintura es la extensión más sutil

Arturo Carrera



"Cuando uno lee, por ejemplo, a un poeta que yo admiro, como William Carlos Williams o como Mallarmé, él dice que no hay diferencia entre la poesía y la prosa, la diferencia está en si el poeta sabe captar el alma de su tribu, entonces la pregunta que se hace William Carlos Williams es qué le devuelvo a mi pueblo, ¿le devuelvo la lengua como ellos me la dieron? Y entonces cuando le preguntan por qué le gusta un poema muy raro de e.e. cummings, él responde que si un poeta puede presentar una lista de compras de supermercado, destruyendo esa especie de materia y transformándola en materia poética, la transforma en un poema."

Arturo Carrera


Padre o pared

¿Padre o pared?

Padre maldita parte y padre bonapartista.
Artista, sí. Payaso. Fuiste el dios; te quise como fuiste y ahora lloro: abro un tokonoma en el muro, un pequeño agujero en la pared; celebro y disimulo tu ausencia y tu vacío; sabiduría de la muerte.

Padre muro o rumor de madre feliz al encender lo oscuro. Apicultor en el más puro azul de una noche de danzas: el botín de atronadoras flores sobre la panza de la pequeña muerta: ¿Y estaba yo?
Padre que asiste a la recolección de la miel y asiste al parto: haber nacer.
Hermosa es la aparición del padre en la luz.
Hermosos los niños de bocazas abiertas en un llanto de apiario experimental con zumbantes recolectoras de pólenes milenarios partiendo de la matriz; el hombre al aparecer con sus colores: dedito húmedo: manita que se abre sobre el arroz azul y las abejas dormidas, ebrias, sobre la pintada nariz. Panal del cuerpo feliz.

Hermoso es el hombre que no acaba de nacer.
Padre emparedado.
Padre que muere de risa en la sala de partos.
Algo escuchó en la delicadeza del sueño demerólico, la secreta mujer.
Una cabecita; el champú sebáceo de la mascarita de proa; el pequeño cuerpo de jabón que fácilmente se desliza por la borrachera o el etílico pavor: ¿se acuerda, doctor, que casi se le escapó un niño entre los confitados dátiles de aquella Navidad?

Las candilejas quirófanas; las carcajadas de las estirpe.
El carillón de los muertos latiendo en los cráneos niponizados. El esqueleto y los cuerpos de bultos sonoros, transistorizados: cartilaginosos, siempre,

(blando: las sombras de esos
niños en el vano del
libro,
blandos).

Padre el alba tomando un mate amargo y pelante. Y padre que firma, vagando por oscuros indicios: mis hijos no están a mi lado rosigando las nueces de oro y ardilleando: silencioso es el destino de los padres:
la madre envuelta en el oro de su apariencia, o parto.

Parto, padre.

Padre, no se puede nombrar tu entretenimiento: tu juego: tu caricia sangrienta cifrada en helicoides. Pared de la muerte y único hijo de Pan en el alero deseante. Envoltura y padre de la madre. Único erial y única pureza de lo real. La mano; el pie; brazos.

Arturo Carrera













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