Confesión

Tu olor
el incontrovertible
y brutal olor del amor-
permanece intacto
mientras los besos
se volatilizan
en su propio júbilo
y la humedad
se hace una con la piel.
Tu olor, en cambio,
impregna hasta la médula.
Hasta ese lugar recóndito
donde el deseo anida
y obliga a dejar intactos
los platos del almuerzo
y a danzar de nuevo
hacia la cama,
muertos de hambre
de amor.

J. G. Cobo Borda


Desdén y hastío

Ya no quedaba un gramo de nada.
Sólo la obscena voluntad
queriendo sojuzgar
ese objeto degradado: tu alma.

El cuerpo que se usaba de vez en cuando
instrumento apenas
para alcanzar la verdad descarnada.

Todo se ha envilecido, inclusive la rabia.
Y el anzuelo del sexo,
ponzoña envenenada.

J. G. Cobo Borda



El anonimato de los nombres propios

Cualquiera puede llamarse Hans
como cualquiera puede llamarse Mario.
Un comisionista inescrupuloso
expulsado de la bolsa
o un notario que envejece mal
encadenado al ilegible garabato de su firma.

Cualquiera puede llamarse Jaime
como cualquiera puede llamarse Nadie.
Un viceministro
acosa empleadas detrás de la puerta
o un poeta camuflado detrás
de las ruinas de su máscara.

Cualquiera puede llamarse María Teresa
como cualquiera puede llamarse Loreley.
Una suficiencia insegura
reafirmándose en la crueldad atolondrada
o una cándida ambición
desbaratándose contra el poder de la nada.

Cualquiera puede llamarse Carmen
como cualquiera puede llamarse Nada.
La novia de América
seduce con la vacuidad de su gracia
o ese mismo vacío
poniéndose otro maquillaje.

Como los amé a todos ellos
al intentar en vano odiarlos:
endebles pretextos
para vivir pasiones imaginarias.

J. G. Cobo Borda


"El embrutecimiento que producen los libros."


J. G. Cobo Borda


"Fuera de papel y lápiz, ningún escritor necesita nada más."


J. G. Cobo Borda


Insomne

El llanto de los niños.
El estertor de los viejos.
Entre esas dos músicas se va la vida.

Timbra el suero
pues se cortará el aliento.
La sal, en la vena,
¿nos concederá de nuevo el sueño?

Las aseadoras han barrido el mundo.

Con mis nervios sin miel
titubeo con paso tímido.

Las madres salen a comprar
pan fresco para sus hijas.

Los muertos sueltan a los vivos.
Los vivos les desean «buenos días».

J. G. Cobo Borda



Lord Byron

Bello, como el diablo,
las podridas aristócratas inglesas
se le abren como frutas.
Él las toma con el mismo desprendimiento
con que saborea muchachos,
cumbres alpinas, mitos y leyendas.

Y siempre el repiqueteo de los versos:
cascos de caballo en que huye de la isla
y ya golpea los empedrados de Verona,
el sigiloso deslizarse de la góndola
hacia la cita nocturna.
Allí las alharaquientas italianas,
putas o condesas,
arañarán su cara de Dios equivoco
hartas de la Otra
y de sus propios, estúpidos maridos.

Huirá, carbonario y libertino,
de los grises austriacos
y de su Santa Alianza de pacotilla.
Apenas un pobre noble, patizambo y calvinista.
Un poeta fecundo e incorregible.
Él mismo, quien lo diría,
que pensó venir a Colombia
en una nave bautizada Simón Bolívar.

Apagado mito, que revive cada día,
cometió el error feliz
de ir a pelear, entre pantanos palúdicos,
por la libertad griega
contra los sultanes turcos.

La poesía de cuanto escribió e hizo
nos sacude imprevista.

Juan Gustavo Cobo Borda


"Los buenos versos han de tener la calidad flexible de la buena prosa; deben decir algo."

Juan Gustavo Cobo Borda


"Una tarde el amor se acaba
 y tanta magia
 se trueca en fastidiosa servidumbre"

Juan Gustavo Cobo Borda
Fragmento de Crisis






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