El jefe de la policía secreta de Constantinopla
conversa con el joyero de la corte

«No con el fin de amenazarte con la cárcel
como he oído que lo hace Pablo,
te mandé llamar, artesano mío.
Nunca me has tratado con malicia.
¡No! Pero tenemos un motivo
para una plática agradable.
Pues, acuérdate de mi encargo
Para el cumpleaños de Feodor.

Realza a la turquesa
con esmalte escarlata,
por debajo instala un zafiro,
que sus bordes fulguren más brillantes,
y alrededor, de esmeraldas una hilera,
para que el anillo resplandezca en las tinieblas...
¡Esmérate, arguiroprat!»
«Lo haré, muy señor mío.»

«Esmérate, arguiroprat,
en atraer las miradas de los extranjeros,
que les deslumbre el atavío
de nuestro Sol, Feodor.
Aposentando el temor en los forasteros,
él, como el águila despliega sus hombros,
y no sin razón en uno de estos días
me alabó en su discurso de conmemoración.

A las ciudades de Bizancio
libró de todo andrajo,
los campesinos del Estado
le llevan los rebaños,
lejos de la adulación, siento alegría
en resaltar, cómo ha cambiado la vida...
¿Estás de acuerdo, arguiroprat?»
«Lo haré, muy señor mío.»

«He aquí el adelanto. Y también la combinación
de una decena de hierbas chinas
–ellas prometen el sueño y el placer
al emperador... En la sortija haz una cavidad
secreta… y, anciano,
cierra el pico–
te protegeré, pase lo que pase…»
«Lo haré, muy señor mío.»

Bajit Kenzhéiev










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