Endechas
               
Bella zagaleja
del color moreno,
blanco milagroso
de mi pensamiento;

gallarda triguera,
de belleza extremo,
ardor de las almas
y de amor trofeo;

suave sirena,
que con tus acentos
detienes el curso
de los pasajeros;

desde que te vi
tal estoy, que siento
preso del albedrío
y abrasado el pecho.

Hasta donde estás
cuelan mis deseos
llenos de afición,
y de miedos llenos,

viendo que te ama
más digno sujeto,
dueño de tus ojos,
de tu gusto cielo.

Mas ya que se fue,
dando al agua remos,
sienta de mudanza
el antiguo fuero.

Al presente olvidan;
y quien fuere cuerdo,
en estando ausente
téngase por muerto;

y pues vive el tuyo
en extraño reino,
por ventura esclavo
de rubios cabellos,

antes que los tuyos
se cubran de hielo,
con piedad acoge
suspiros y ruegos.

Permite a mis brazos
que se miren hechos
hiedras amorosas
de tu airoso cuerpo;

que a tu fresca boca
robaré el aliento,
y en ti transformado,
moriré viviendo.

Himeneo haga
nuestro amor eterno,
nazcan de nosotros
hermoso renuevos.

Tu beldad celebren
mis sonoros versos,
por quien no te ofendan
olvido mi tiempo.

Cristóbal Suárez de Figueroa


Felicidad de la vida

¡Oh bien feliz el que la vida pasa
Sin ver del que gobierna el aposento,
Y más quien deja el cortesano asiento
Por la humildad de la pajiza casa!

Que nunca teme una fortuna escasa,
De ajena envidia el ponzoñoso aliento;
A la planta mayor persigue el viento,
A la torre más alta el rayo abrasa.

Contento estoy de mi mediana suerte;
El poderoso en su deidad resida;
Mayor felicidad yo no procuro,

Pues la quietud sagrada al hombre advierte
Ser para el corto espacio de la vida
El más humilde estado, mas seguro.

Cristóbal Suárez de Figueroa


Hermosos cabellos de oro

¡Hermosos cabellos de oro,
Principio y fin de mis glorias,
Vos sólo sois mi tesoro,
Prendas sois, y sois memorias
De la luz en quien adoro!

Celebro esta perfección,
Aplicando con razón
Estos divinos despojos
A la boca y a los ojos,
Y al lado del corazón.

Sed testigos, pues vinisteis
A parar a mi presencia,
De tantos gemidos tristes
Engendrados en ausencia
De la flor donde nacisteis.

¡Cuán bien os podéis quejar
De que os hiciese cortar!
Mostrad, que es justo, despecho:
A quien tal daño os ha hecho
No le queráis consolar.

Estábades adorados
Con majestad y poder,
De mil flores adornados,
Y ahora venís a ser
De mis lágrimas bañados.

En lugar de estos despojos
Ofrezco penas y enojos
Siempre prontos a serviros,
Enjugando con suspiros
Lo que bañáren mis ojos.

No siento ya mi pasión,
Ni me aflijo cuando lloro,
Porque es feliz la prisión
Donde con cadenas de oro
Se liga mi corazón.

Gozoso estoy rodeado
De metal, que es tan preciado;
Que mi prisión sin igual
Es del más alto metal
Que amor jamás ha labrado.

Más bellos me parecéis,
Sí, cuanto más os contemplo,
Que sois y siempre seréis
Del sol retrato y ejemplo
Por lo que resplandecéis.

Aviva los resplandores
Este cordón de colores,
Con que venís recogidos,
Y alegrando mis sentidos,
Sembráis en mi pecho ardores.

Para más confirmación,
Lazo hacéis de vos cabello,
Y del precioso cordón
Nudo, que aprieta mi cuello
En señal de sujeción.

Al punto que os conocí,
La libertad os rendí,
De suerte que si hay momento
Que os niegue mi pensamiento,
Huya mi alma de mí.

Cristóbal Suárez de Figueroa



"Llegó después a la junta en ocasión que Elisa se quería levantar por ir a beber a la fuente que estaba cerca de allí, mas reconociendo su intención, Cintio, amartelado suyo, pidió no dejase el asiento que ocupaba por tal respeto, supuesto traería él lo que deseaba. Se contentó la pastora y, levantándose, Cintio llenó de agua un curioso baso que tenía consigo, donde se venía riendo el cristal. Dio alegría a los circunstantes su pureza, siendo causa de que más de dos le bebiesen. Por tanto, Clarisio, que de continuo andaba filosofando y reconociendo por la perfección de lo criado la grandeza del Criador, cometió al mismo Cintio dijese lo que se le alcanzase en alabanza del agua. Y si bien él deseaba cayese aquel peso en otro, no pudo dejar de obedecer diciendo:
-Son excelentes las propiedades de este licor. Representa la imagen, refresca el calor, llena lo vacío, junta el polvo, cava la tierra, fertiliza los campos, ablanda lo duro, quita la sed, mata el fuego, abaja lo alto, alza lo bajo, sube cuanto baja, sana las enfermedades como las sanan los baños, fortifica los ejércitos como el Éufrates fortificaba a Babilonia. Sobre las aguas era llevado el espíritu de Dios, a éstas tiene Él mismo encerradas en sus cielos como tesoros ricos. El agua castigó los malos y reservó los buenos, el agua es madre apacible de cuantos vivientes ocupan el mar. Es admirable antídoto contra todo veneno, por eso los cisnes y elefantes, tras cualquier venenosa comida, corren luego a lavarse; y, así, el ciervo, para purgarse del tósigo que tragó cuando comió las serpientes, y también para renovarse, visita las fuentes y en las ondas se purifica y se sana. El agua vivifica, siendo adorno y vida de la tierra, de sus flores, yerbas y plantas. El agua junta los dos mundos, por la misma tan divididos y, en fin, en diversas partes está llena de calidades prodigiosas. La fuente de Macedonia hace blancas las ovejas negras; en Beocia una fuente causa olvido y otra memoria; otra en Egipto enciende las hachas muertas; la fuente del sol, entre los garamantas, hiela de día y abrasa de noche; otra en Idumea corre tres meses del año turbia, tres clara, tres verde y tres colorada; en Canaria, de un árbol se destila una fuente que jamás cesa; las dos medicinales de Maqueronte sanan todas enfermedades del cuerpo y la de Mesopotamia esparce suave olor. No os quiero cansar con otras infinitas virtudes que tiene, pues sabéis que sobre todas es la más eficaz ser una de los cuatro que fraguan y sustentan nuestra vida.
Cesó con esto [Cintio] y tras su discurso se introdujo el de las excelencias de las mujeres, en que Olimpio discantaba con agudeza, por ocasión de haber medido antes con la pluma parte de lo que se podía decir. Así dijo no haber obra humana que pudiese competir con la de la mujer, por quien sólo había dicho nuestro primer padre aquellas grandiosas palabras con que la llamó huesos de sus huesos, carne de su carne, por quien el hombre había de dejar sus padres. En fin, concluyó con decir un soneto que tenía compuesto en loor del valor y ser femenil."

Cristóbal Suárez de Figueroa
La constante Amarilis



"MAESTRO. No paséis adelante os ruego, si no queréis sea la risa homicida del vivir. ¿Es posible no echase de ver ese señor ser finísimos chicolios los que en el billete iba pintando la pluma? Riesgo corríades notable si, por suerte, como se suele decir, os cayera en el chiste.
DOCTOR. Antes, al paso que entregaba al papel semejantes tolondrones, iban creciendo en su corazón tan grandes ímpetus de gozo, que le hacían descomponer, y decir, dando carcajadas de risa y juntando los hombros con las quijadas: “¡Superior, perfecto, bonísimo, a fe de caballero! Esto sí, y no lo pasado, que era todo tibieza, civilidad y grosería”. ¡Oh, cuántos discípulos de discreciones hace la calamidad, y cuántos catedráticos de necedades la riqueza! Nace este daño de tener creído casi todos los de aquella jerarquía desmerece no poco el singular por sangre y grado cuando se explica con lenguaje común, propio de la humilde plebe. Quisieran, según esto, hallar términos exquisitos para nombrar oscuramente las cosas más claras, por ser únicos en todo, y hasta en aquello no conformarse con el despreciado vulgo.
MAESTRO. Fuera bien tener para tales ocasiones secretarios capaces, así para proceder derechamente como para seguirles el humor cuando de ellos se apoderasen iguales frenesíes.
DOCTOR. Y ¡cómo que fuera! mas os prometo que son rarísimos los que pueden servir con satisfacción en tal ministerio. Conviene sean sus partes en extremo subidas de punto, científico (a lo menos, de letras humanas), discursivo, cuerdo, plático, experto, fiel, y que así con la presencia como con la pluma, sea el honor de su dueño, conservando su reputación y nombre con su prudencia y habilidad. Muchos conocen a los señores no más que por cartas, midiendo su talento y discreción sólo por el peso de las razones que ven escritas. Así, sería justo poner particular desvelo en elegirle cual conviene al descanso del señor y a los requisitos apuntados. Es bien verdad que tan acrisolados méritos le infundieran altivez; la altivez, la abominación al vos, y, sobre todo, a la cortedad y escasez que tienen por costumbre usar con los criados. De forma, que sólo a virreyes y otros grandes ministros es acertado servir en tales puestos; porque como acompañan al oficio aprovechamientos copiosos, enriquecen con brevedad, y no a costa de sus amos. Así que, volviendo a nuestro principal intento, podrá el billete que se enviare al requiebro ser expresivo de su afición, avisado, prudente, tierno. No haya corazón, ni flechazo que le atraviese, con alas ni cadenas, sino en todo una lisura agradable, una cordura cortesana, que atraiga, que mueva, que incline. Descubra en él humildad y sumisión, lejos de cualquier desvanecimiento y jatancia; que es odiosísima para con discretas. Tanto podría importar al recato y quietud de la dama no hallarse jamás rastro de lo que se escribe, que convendría valerse de algún secreto para disimular las letras, de modo que, aunque se encontrase el papel, quitase su blancura cualquier sospecha. Algunos, hallándose en honrosas y lícitas conversaciones, han manifestado su pasión con el medio de alguna novela, mudando los nombres y dándose a entender del todo con cifras, con alusiones y cosas así. También requiere singular advertencia el modo de enviar el billete, reparando sea la persona a quien se cometiere el cargo leal, astuta, prevenida, disimulada y suficiente para dar industriosa salida y color en ocasión de cualquier peligro. Siendo posible, sería más loable fuese el portador el mismo interesado; que hay descuidos cuidadosos, y mangas abiertas en buena sazón, y hasta frutas engañosas, que como en su preñez esconden guantes, sabrán ocultar papeles. Andar sobre aviso es importante, sobre todo, sin fiar de persona el secreto de su amor; ya que, descubierto a un amigo, aquél lo descubre a otro, y así va de amigo en amigo, haciéndose tan público, que peligra la fama de la servida, con gran detrimento de su honra.
DON LUIS. ¿Quién os parece deba ser primero en dar indicio de su amor: la mujer o el hombre?
DOCTOR. El hombre, sin duda, así por ser cosa más honesta como por hallarse dueño de más libertad. Toca a la dama la demostración de más gravedad y entereza, y el ser una y muchas veces rogada del galán; y esto basta cuanto a esta pregunta."

Cristóbal Suárez de Figueroa
El pasajero. Advertencias utilísimas a la vida humana























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