«Llegué al Desierto de Sarov el 5 de septiembre de 1831. Tuve la dicha, los días 7 y 8 de sep­tiembre -fiesta de la Natividad de la Virgen- de tener dos charlas con el padre Serafín, antes y después de comer, en su celda; pe­ro no obtuve la curación. Al día siguiente, 9 de septiembre, me llevaron a su «pequeño Desierto», cerca de la fuente. Estaba conversando con la gente que le rodeaba. Me llevaban en brazos cuatro de mis hombres, mientras que el quinto me sostenía la ca­beza. Me dejaron sentado junto a un abeto grande, que se ve to­davía a orillas del río Sarovka, en el prado donde solía estar el staretz. Cuando le pedí que me curara, me respondió: « Yo no soy médico. Cuando uno quiere curar de una enfermedad cualquiera, recurre a los médicos».

El joven le confesó sus fracasos con los médicos y le dijo que su única esperanza era la gracia de Dios, por medio de las ora­ciones del staretz.

«Me hizo entonces una pregunta:

– ¿Crees en nuestro Señor Jesucristo, que es Dios-Hombre, y en su santísima Madre, que es siempre virgen?

Le respondí:

– Creo.

– ¿ Y crees, siguió preguntando, que el Señor que en su tiem­po, curaba inmediatamente las enfermedades de los hombres con una sola palabra y un solo gesto, puede con la misma facilidad de entonces ayudar a los que le suplican? ¿ y que la intercesión de su Madre santísima es siempre todopoderosa y que, en virtud de esta intercesión, nuestro Señor Jesucristo puede devolverte la salud inmediatamente, con una sola palabra?

Le respondí que creía de verdad, con todo mi corazón y toda mi alma. De lo contrario, no habría venido.

– Si crees, dijo como conclusión, ¡ya estás curado!

– ¿ Cómo curado, le pregunté, si mis hombres e incluso usted me sostienen en brazos?

– No, me dijo; estás completamente curado; todo tu cuerpo está ahora sano.

Ordenó a mis hombres que se alejasen y, tomándome por los hombros, me puso en pie.

– Levántate; pon tus pies en el suelo. Así... No tengas miedo, ¡estás completamente curado! Luego añadió con una mirada risueña: ¡Ya ves lo bien que te sostienes!

– Seguro que me sostengo, ya que me sujeta usted, le respondí. Pero él, retirando sus manos:

– Ahora no te sujeto. Y estás de pie sin que te ayude. Camina sin miedo. Dios te ha curado. ¡Anda! ¡Camina!

Me dio la mano y, empujándome ligeramente por la espalda, me hizo dar algunos pasos por la hierba y en un terreno desigual cerca del abeto, repitiendo: Amigo mio, ¡ya ves lo bien que caminas!

– Sí, porque usted tiene la bondad de conducirme.

– No (retiró la mano). El Señor te ha curado por completo. Se lo ha pedido su santa Madre. Ahora puedes caminar sin mi ayuda. ¡Anda! y me empujaba para que avanzase.

– Me voy a caer y me voy a hacer daño.

– No, no te caerás, no te harás daño. Caminarás con pasos firmes.

Me sentía lleno de una fuerza nueva y entonces me puse a caminar. Pero él me detuvo.

– Basta. ¿Estás convencido ahora de que el Señor te ha curado de veras? Ha sido un milagro. Lo ha hecho por ti. Te ha perdonado los pecados y ha borrado todas tus iniquidades. Por tanto, cree en él; espera en su bondad, ámalo con todo tu corazón y da gracias a la Reina de los cielos por su favor. Sin embargo, como estás débil después de tres años de sufrimiento, no andes demasiado por ahora y vela por tu salud como si fuera un regalo precioso de Dios.”

Motovilov
Memorias




Motovilov, un discípulo cercano y venerador de san Serafín, fue testigo de la milagrosa transfiguración de su rostro. Esto paso en el bosque durante el sombrío invierno. Era un día nublado, Motovilov estaba sentado sobre un tronco y san Serafín se encontraba frente a él en cuclillas y hablaba sobre el sentido de la vida cristiana y explicaba para que vivimos nosotros, los cristianos, en la tierra:

"Es necesario, que el Espíritu Santo entre en el corazón. Todo lo bueno que hacemos por Cristo nos da al Espíritu Santo, pero sobre todo la oración, que está siempre a nuestro alcance."

"Padre - le contestó Motovilov - ¿cómo puedo ver yo la Gracia del Espíritu Santo y saber si esta conmigo o no?" San Serafín le dio ejemplos de la vida de santos y apóstoles, pero Motovilov seguía sin entender. Entonces el starez lo tomó fuerte del hombro y le dijo: "Ambos estamos ahora en el Espíritu de Dios." Motovilov sintió como que se le abrieron los ojos y vio que el rostro del santo era más luminoso que el sol. En su corazón Motovilov sentía alegría y la silencio, su cuerpo percibía un calor como si fuera verano y alrededor de ambos se sentía un perfume agradable. Motovilov se asustó por este cambio milagroso, principalmente por la luminosidad del rostro del Santo Pero san Serafín le dijo: "No tema, padre, Usted no podría ni siquiera verme, de no estar también en la plenitud del Espíritu Santo. Agradézcale al Señor por Su benevolencia hacia nosotros."

Así Motovilov entendió con su mente y corazón lo que significa el descenso del Espíritu Santo y como trasforma Él a un hombre.

Nikolay Motovilov








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