A un bibliófilo

«Queridos niños, ya no hay otros caballeros que los de los libros.»

     Cuentos de una abuela a sus nietos.


¿A qué restaurar las historias carcomidas y polvorientas de la Edad Media cuando ya la caballería ha desaparecido para siempre acompañada de los conciertos de sus trovadores, de los encantamientos de sus hadas y de la gloria de sus valientes?

¿Qué importan a este siglo incrédulo nuestras maravillosas leyendas: San Jorge rompiendo una lanza contra Carlos VII en el torneo de Luçon; El Paráclito descendiendo, a la vista de todos, sobre el Concilio de Trento en pleno día, o el judío errante abordando cerca de la ciudadela de Langres al obispo Gotzelin para narrarle la Pasión de Nuestro Señor?

Las tres ciencias del caballero son hoy despreciadas. Ya nadie siente curiosidad por aprender la edad de un gerifalte encapirotado, con qué piezas cuartela el bastardo su escudo ni a qué hora de la noche Marte entra en conjunción con Venus.

¡Toda tradición de guerra y de amor se olvida y mis fábulas no correrán siquiera la suerte del lamento de Genoveva de Brabante, cuyo comienzo olvidó ya el coplero y cuyo final nunca supo!

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche


El alquimista

Nuestro arte se aprende de dos maneras, a saber: por la enseñanza de un maestro,
de viva voz y no de otra manera, o por inspiración y revelación divinas; o bien por los libros, que son muy oscuros y embrollados, y para en ellos encontrar acuerdo y verdad, mucho conviene ser sutil, paciente, estudioso y vigilante.

     Pierre Vicot, «La clave de los secretos de filosofía».


¡Nada aún! ¡Y en vano he hojeado durante tres días y tres noches, al pálido resplandor de la lámpara, los libros herméticos de Raimundo Lulio!

Nada, no, a no ser, junto al silbido de la retorta refulgente, las risas burlonas de una salamandra que ha hecho un juego de turbar mis meditaciones.

Tan pronto ata un petardo a un pelo de mi barba, tan pronto me dispara con su ballesta un dardo de fuego en el manto.

O bien bruñe su armadura y es entonces cuando aventa la ceniza del fogón sobre las páginas de mi formulario y en la tinta de mi escritorio.

Y la retorta, cada vez más refulgente, silba la misma tonada que el diablo cuando San Eloy le atenazaba la nariz en su forja.

Mas ¡nada aún! ¡Y durante otros tres días y otras tres noches hojearé, al pálido resplandor de la lámpara, los libros herméticos de Raimundo Lulio!

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche



La celda

«¡España, país clásico de los imbroglios, de los navajazos, de las serenatas y de los autos de fe! »

     (Extracto de una revista literaria).

«…Et je n’entendrai plus
les verrous se fermer sur I'éternel reclus» .

     Alfred de Vigny, “La Prison”.


Los monjes rapados se pasean allá lejos, silenciosos y meditabundos, un rosario en la mano, y miden lentamente, de pilastra en pilastra, de tumba en tumba. las losas del claustro que habita un débil eco.

Y tú, ¿ocupas igual tus ocios, joven recluso, que a solas en tu celda te entretienes trazando figuras diabólicas en las páginas blancas de tu libro de oración y maquillando de un ocre impío las mejillas huesudas de esta calavera?

¡El joven recluso no ha olvidado que su madre es una gitana, que su padre es caudillo de ladrones; y preferiría escuchar al alba, a la trompeta tocar botasilla para montar a caballo que a la campana tañer maitines para correr a la iglesia!

¡No ha olvidado que bailó el bolero bajo las peñas de la Sierra de Granada con una morena de pendientes de plata, de castañuelas de marfil; y preferiría hacer el amor en el campamento de los gitanos a orar a Dios en el convento!

Una escala ha sido trenzada en secreto con la paja del jergón; dos barrotes han sido cortados sin ruido por la lima sorda, y del convento a la Sierra de Granada ¡hay menos trecho que del infierno al paraíso!

Tan pronto como la noche haya cerrado todos los ojos, adormecido todas las sospechas, el joven recluso encenderá su lámpara y escapará de su celda, a pasos furtivos, con un trabuco bajo el hábito.

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche



La estancia gótica

«Nox el solitudo plenae sunt diabolo diabolo»

     Los Padres de la Iglesia.
     (Noche y soledad las llena el diablo)


«¡Oh! ¡La tierra —murmuré a la noche— es un cáliz aromado cuyo pistilo y cuyos estambres son la luna y las estrellas!» Y, con los ojos cargados de sueño, cerré la ventana, que incrustó la cruz del calvario, negra en la amarilla aureola de las vidrieras.

***

¡Si al menos no fuera a medianoche —la hora blasonada de dragones y de diablos—, sino el gnomo que se embriaga con el aceite de mi lámpara!

¡Si no fuera sino la nodriza que acuna con un canto monótono, en la coraza de mi padre, a un niño que nació muerto!

¡Si no fuera sino el esqueleto del lansquenete aprisionado en el revestimiento y que topa con la frente, con el codo y con la rodilla contra él! ¡Si no fuera sino mi abuelo, que desciende a pie de su mareo carcomido y sumerge su guantelete en el agua bendita de la pila!

Mas no, ¡es Scarbo, que se muerde el cuello y que, para cauterizar mi sangrienta herida hunde en ella su dedo de hierro puesto al rojo en el horno!

Louis Jacques Napoléon Bertrand llamado artísticamente Aloysius Bertrand 




La hora del sabbat

«¿Quién atraviesa tan tarde el valle?»

     H. de Latouche, «El Rey de los Alisos».


¡Aquí es! Y ya, en la espesura de los matojos, que ilumina apenas el ojo fosfórico del gato salvaje acurrucado bajo la enramada;

En los costados de las rocas que sumergen en la noche de los precipicios su cabellera de zarzas, chorreante de rocío y de luciérnagas;

Sobre el borde del torrente que mana en blanca espuma de la frente de los pinos y que cae en llovizna como vapor grisáceo al fondo de los castillos;

Una multitud se reúne innumerable, que el anciano leñador demorado por los senderos, con su carga de leña al hombro, escucha y no ve.

Y, de encina en encina, de otero en otero, responden mil gritos confusos, lúgubres, aterradores: «¡Hum! ¡Hum! ¡Schup! ¡Schup! ¡Cucú! ¡Cucú!»

¡Aquí está la horca! Y ahí aparece entre la bruma un judío que busca algo entre la hierba mojada, al resplandor dorado de una mano de gloria.*

*Mano de un ahorcado que portaba una luz y paralizaba al que fuera por ella alumbrado.

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche



"La poesía es como el almendro: sus flores son perfumadas y sus frutos amargos."

Aloysius Bertrand


Gaspar de la Noche



"No tenía qué comer y compró un ramo de violetas."

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche



Ondina

Creí escuchar
una vaga armonía que encantaba a mi sueño,
y cerca de mí nacía un murmullo semejante
a los cantos entrecortados de una voz triste y tierna.

     Ch. Brugnot, «Los dos Genios».


«¡Escucha! ¡Escucha! Soy yo, Ondina, quien roba con estas gotas de agua los losanges sonoros de tu ventana iluminada por los sombríos rayos de la luna; y aquí estoy, vestida de moaré, señora del castillo que contempla en su balcón la bella noche estrellada y el bello lago dormido.

«Cada ola es un ondino que nada en la corriente; cada corriente, un sendero que serpentea hacia mi palacio, y mi palacio se eleva fluido al fondo del lago, en el triángulo del fuego, la tierra y el aire.

«¡Escucha! ¡Escucha! ¡Mi padre golpea el croante agua con una rama verde de abedul y mis hermanas acarician con sus brazos de espuma las frescas islas de hierbas, de nenúfares y de gladiolos o se burlan del sauce caduco y barbudo que pesca con caña!»

***

Murmurada su canción, me suplicó ella que recibiera en mi dedo su anillo para convertirme en el esposo de una Ondina y que visitara con ella su palacio para convertirme en el rey dc los lagos.

Y como yo le respondiera que amaba a una mortal, mohína y despechada, vertió unas cuantas lágrimas, lanzó una carcajada y se desvaneció en chaparrones que chorrearon blancos a lo

largo de mis vidrieras azules.

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche



Un sueño

«He soñado eso y más, pero no entiendo ni jota.»

     «Pantagruel», libro IIII.


Era de noche. Primero fueron —como lo vi lo cuento— una abadía de muros agrietados por la luna, un bosque atravesado por senderos tortuosos, y el Morimont hormigueante de capas y sombreros.

Después fueron —como lo oí lo cuento— el tañido fúnebre de una campana al que respondían los sollozos fúnebres de una celda, gritos plañideros y risotadas feroces que hacían estremecerse cada hoja a lo largo de toda la enramada, y las plegarias runruneantcs de los penitentes negros que acompañaban a un criminal al suplicio.

Por fin fueron —como acabó el sueño, así lo cuento— un monje que expiraba acostado en la ceniza de los agonizantes, una joven que se debatía colgada de las ramas de una encina. Y yo, desmelenado, que me ataba el verdugo a los radios dc la rueda.

Don Agustín, el prior difunto, tendrá las honras de la capilla ardiente en hábito de franciscano, y Margarita, a quien mató su amante, será enterrada con su túnica blanca de inocencia entre cuatro cirios de cera.

En cuanto a mí, la barra del verdugo se había quebrado al primer golpe como un cristal, las antorchas de los penitentes negros se habían apagado bajo torrentes de lluvia, la multitud se había retirado con los arroyos desbordantes y rápidos, y yo proseguía con nuevos ensueños hacia el despertar.

Aloysius Bertrand
Gaspar de la Noche















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