Alguien enciende las luces del planeta

Para Zaida del Río

Entre tus manos
y este objeto retórico que es mi corazón
el viento del Caribe ha completado un círculo

En él se ve, como a través del agua,
la fronda que tu pulso dictó secretamente
para que mi palabra se echara a descansar
después de una larga jornada por el mundo

A veces sucede una llamada nocturna
y tengo que desandar la trama de las hojas
hasta llegar a ese punto donde sólo tú eres posible,
animal entrampado bajo su desnudez de miedo

Hay quienes padecen la más cruel belleza
Cierra al dormir, amiga, la ventana
Sería fatal que te inundaras de estrellas

En todo momento
un hombre enciende las luces del planeta
Basta para ello que dentro de su cabeza
alguien dibuje pájaros y árboles

Cuida de mi voz como de un pobre perro
Es lo que tengo para salvarte y salvarme

Alex Fleites



En ocasiones, trunco

¡Vaya que uno amanece, en ocasiones, trunco!
Roque Dalton

La noche anterior,
la de los azufres y los óleos,
doblé con amor los pantalones
pero, sin querer,
adentro me dejé las piernas
Ahora no puedo salvarme
de los cuchillos del invierno,
impedido como estoy
de amar la lejanía

Recorro con lentitud las fotos,
los grabados
buenos para ahuyentar
a la simuladora,
mas de regreso
ya no tengo los ojos,
perdidos en venturosos
laberintos,
en detonantes manchas de color
que invitan a saltar
quién sabe a dónde

En esta situación,
¿qué me queda
sino los dedos de golpear,
las cejas inocentes?

Con curioso terror
espero esta mañana a los amigos
Tras los poemas,
los abrazos,
después de inventariar
los odios candorosos
y las claras incitaciones
de la vida,
terminarán así, los distraídos,
echando en su equipaje
mis dos manos

Alex Fleites



Es momento para hablar de hombre a hombre

Los que no creemos en el cielo,
los que ciertas noches de sables cruzados,
mosquetazos detrás de las palmeras
y quejidos de horcones
que malamente sostienen la casa,
pensamos que, después de todo,
no estuvo tan mala la función;
si nos mueve un presagio,
apenas somos asistidos
por tres golpes quedos
en la puerta o la mesa;
y ante la falta de noticias del hijo,
nos asalta el recuerdo
de la pata del conejo que quedó,
desangrándose, en la trampa

Que no creamos en el cielo
de ningún modo quiere decir
que no queramos entrar al cielo,
ese blando lugar donde
está prohibido envejecer,
no mueren los amigos,
no hace falta el pan,
ni hay que perseguir mujeres
Ah, el cielo. Cualquier cielo
Que uno pueda ser, sin más,
pastando nubecitas
Y el vino grueso
no sea alegoría
de la sangre de nadie,
y un dios aguafiestas
no nos mire
por el ojo de la cerradura

Alex Fleites



Esperando un tren

Hemos pasado la vida esperando un tren
Cada mañana vamos a la estación
con banderas y flores y allí nos estamos
hasta que la noche consiente
que las palmas y las nubes
se hagan un mismo mar de oscuridad

Esperamos un tren, nos dijeron nuestros padres
Esperamos un tren, les contestamos a nuestros hijos
cuando nos miran, con estupor u odio,
saltar por años entre los rieles, disponer la música,
engalanar el andén con humildes plantas del país

Al principio recibíamos noticias de su paso
por ciudades y pueblos de enigmáticos nombres,
pero hoy sólo queda la costumbre de atisbar,
la idea lejana de que nuestra vida se reduce
a esperar un tren, el que nos llevará
hacia conocidos parajes
donde mujeres cansadas, hombres taciturnos
y niños con ojos disminuidos por el sueño
aguardan un tren para marchar hacia otra estación
en la que otros esperan por viajar,
con idénticos rostros y ademanes a los nuestros

Alex Fleites



Primeras noticias del derrumbe

Al techo de la casa
le han salido manchas de humedad
Si se miran bien, dos rosas inconclusas
Aunque también dos rostros,
dos pámpanos marinos
y hasta dos soles negros
sobre nuestro breve cielo
de estar cómodamente acongojados

Mañana alguien, diligente,
va a reparar las lozas
que la lluvia cincela,
y cobrará por ello
un precio intolerable

Nada va a quedar
del presagio de las floraciones
Olvidaremos, por un tiempo,
el inaplazable comienzo del derrumbe

Alex Fleites



Sobre la belleza

Es bello
el colibrí
–sus alas
tornasol,
su pequeño
corazón
irradiante–
detenido
en pleno
vuelo

Es bella
la buganvilla
que
sobrevivió
a los escasos
días que duró
el invierno
–invencible
entre las hojas
pardas,
sostenida
apenas
por la rama
que terminará
quebrándose–

El colibrí
ha venido
a libar
precisamente
en esa flor,
a destruir
su precario
equilibrio

¿Será
que la belleza
no puede
dejar de
alimentarse
de sí misma?

Alex Fleites












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