Amor

En la tarde armoniosa que le entrega
fábulas de quietud a mi pasado
tímidamente amor ya me revela
los deseos perdidos, casi un hálito

del primer balbuceo en que se cela
—idilio eterno— el mundo imaginado.
O ardiente de silencio va hacia el cielo
la golondrina en vuelo y hechizado

el muchacho contempla la serena
oscuridad que de occidente mana.
Nada del corazón sabría decir;

fue sensible y ya en plena madurez
—por la piedad llevado— dejó vana
memoria al tiempo: un sueño de morir.

Alfonso Gatto


Amor de la vida

Veo los grandes árboles de la noche
que elevan los cielos de los bulevares,
las carrozas de Roma que a las tumbas
de la antigua Via Appia llevan la luna.

Todo de nosotros largo tiempo tuvo la muerte.
Pero larga la calle fue por la noche
de miradas a cada casa, y más allá el cielo,
entre las luces ascendentes de los campanarios
¿a los nombres azules de los carteles,
el corazón nunca más responderá?

¡Oh, entre las ramas goteantes de casas y cielo
el cielo de los bulevares,
cielo claro de golondrinas!

Oh noche humana de nosotros absortos
hombres cansados hombres buenos,
nuestro dulce hablar
en el mundo sin miedo.

Volverá volverá,
de pronto el corazón
despierto
¿tendrá palabras?
¿Llamará a las cosas, las luces, los vivos?

¿Los muertos, los vencidos, quién los despertará?

Alfonso Gatto


Casi un recuerdo

Encontrarnos por azar nos pareció
en la hora olvidada.
Era la estación amarilla en verde.
Un ciclista, extraviado el camino,
bebía recuerdos en el fondo de los ojos.
Pero todo es eterno para quien pasa,
hasta el nombre oído alguna vez.

Alfonso Gatto


El Chotacabras

Volverá siempre la ironía serena
del sortilegio sobre tus corolas,
flor deshecha.
Y tú que vuelas y lloras
chillando, con tus grandes ojos oscuros,
oh chotacabras de plumaje muelle,
lo oscuro siempre engullirá la noche
de las mariposas negras, las lustrosas
cucarachas ante las que el hombre misero
obliga a las manos y los ojos a respetarlas,
humanas por la piedad en sí.
Por la escalera de los infiernos desciende
el consenso perenne, la ordenada
congregación de las víctimas celebrantes.

Oh medida del hombre, un cuadro en sí mismo,
llevado más allá de la muerte, momia a salvo
tras la pantalla de las manos,
a no tener más límites; abstraída
está la fuerza latente, la oruga
insomne de la materia que nos esboza y sigue.
Un fenómeno oscuro el devenir
en el énfasis sordo que en sus palabras
ya no cree, pero jura. Aún desciende
esta escalera de los negros infiernos y el informe
que pide un sentido ansioso de figuras.

Alfonso Gatto





El Dios pobre

El Dios pobre en el ala de la noche
al impetuoso grito alzaba el rostro,
al pensamiento remoto que lo llama.
Y sonriendo creyéndose sutil
sin rumor con su paso igual
en la dulzura de ser creía.
Parecía de sí mismo enamorado, bueno,
por amar con palabras que las manos
acompañan largamente, las palabras
comunes que no parecen nunca dichas.
Pobre Dios de los pobres de Milán.

Alfonso Gatto


Fin

Cuando la muerte sea el suave viento
que la tarde del campo cobija en su regazo,
o un lago o un cielo, y la hierba en sí misma
un latido, el muro eterno blanco…

Y paseen del brazo voces límpidas
de mujeres lunares —tal creeremos—
y de exhaustos soldados desplomados
sobre linternas…

Veremos otra vez el blanco lecho de aire,
las casas a lo lejos con una sola luz
entre calles que el sueño trepa y baja
de voz en voz…

Penetraremos hondamente el brazo
vigoroso del cielo y, en la densa
cerrazón de los pueblos, las tinieblas,
el mar ceñido en galerías de olas.

Seremos estentóreos despojos en los tronos
de bárbaros legados a una vida
que nos tomó de niños, con el miedo
eternamente incrustado en los ojos. 

Alfonso Gatto



Hostería flegrea *

¡Qué constante de nada a la nada absorta
la luz en el polvo! La puerta
al verde oscila, la imprevista llama
del soplo es breve.

Mira fijo el búho
la envidia de la vida,
el despreocupado que bebe
en el emparrado azul en su lava
y al sereno de la muerte invita.

Alfonso Gatto
* De Campi Flegrei: zona de origen volcánico al noroeste de Nápoles (N. del Administrador)


Invierno en Roma

Los chicos que piensan en los ojos
tienen el invierno, el largo invierno. Solos,
se apoyan en las rodillas para ver
en la mirada iluminarse el sol.
Más allá de ellos, en el cielo, las chicas
en los hilos luminosos de la lluvia
se tocan los cabellos, caminan solas,
riendo con los labios agrietados.
Han pasado con los siglos palabras
de amor y de piedad, pero las chicas
apretando el chalcito, caminan solas
solas en el cielo y en la lluvia. El techo
gotea sobre los pajaros desde el alero.

Alfonso Gatto


Las cosas

Un día golpearán en cada casa,
quien vive ya es culpable de tener
su vida a solas. Cuando baja oscura
la noche, uno se queda tras los vidrios
aguardando que llegue el vasto absurdo
de la quietud. Está en las mismas cosas
de siempre, siempre en su lugar, la nueva
mirada pétrea: la desierta esquina
pone a salvo al que huye o bien lo embate
de cara al pelotón. Parece un vano
delirio este creer aún en las cosas.

Alfonso Gatto


Para decir

¿Quién no ha sido vano
una tarde de gloria?
¿Quién no ha estado muerto
una tarde de llanto?
¿Quién no vio en el puerto
zarpar su propia nave

hacia el cielo lejano?



Alfonso Gatto


Una madre que duerme

Una madre que duerme
llueve en dulzura dentro de sí,
como una gruta,
y en el fondo de la luz tiene a su niño.
Una madre que duerme
duerme al abrigo ardiente de una fiera
que la mira, mansa.
Es una noche dulce
en las pupilas
de su onda quieta.

Alfonso Gatto








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