Anochecer

El Serafín del véspero pasa junto a las flores...
La dama de los Sueños en el órgano canta,
y el cielo, en que la tarde se afila y se adelanta,
prolonga un exquisito fenecer de colores.

El Serafín del véspero los corazones roza...
Las vírgenes apuran el amor de las brisas,
sobre flores y sobre vírgenes indecisas
palidez adorable, tarda, en nevar se goza.

La rosa, en el jardín, lenta y cansada expira,
y una pena incurable parece que suspira
de Schumann el espíritu que por el aire vaga

Tenue, quizá de un niño la existencia se apaga.
Alma, un registro pon en el libro de horas:
a recoger va el Ángel el ensueño que lloras.

Albert Samain


Dilección

Amo todas las formas indecisas;
los pálidos colores, los cabellos,
los ojos, el escorzo de los cuellos,
las suaves, melancólicas sonrisas,

las violetas, los ópalos, un cielo
todo gris, los vaguísimos aromas
las rimas que se rozan cual palomas
solicitadas por un mismo anhelo;

del humo las volubles espirales
en que giran los sueños, y la bruma
crepuscular que su perfil esfuma,
y sus largas caricias celestiales;

un alma por deleites agobiada,
sufriendo un gran pesar, meditabunda,
como una flor marchita, moribunda,
como un mustia rosa, triste, ajada;

y cual rojo rubí de un lampadario,
velando entre la sombra misteriosa,
dentro de un corazón la luz radiosa
de un casto amor intenso y solitario.

Albert Samain



La calesa de oro

Mi infancia cautiva ha vivido entre las piedras,
en la villa donde sin fin, se vomita el carbón.
La fábrica encendida devora un pueblo moribundo.
Y para ver los jardines yo cerraba los párpados...
Crecí; soñé el oriente, las luces,
las playas de flores donde el aire tibio huele bien,
las ciudades con nombre de oro, y señor vagabundo,
de aceras florentinas donde estrenan los estoques.
Luego tomé a disgusto el cartón del decorado,
y mientras tanto escuché en mi alma del Norte
que canta, y ama cada día con un corazón más fuerte.
Tu aire de mujer santa, oh, mi tierra de Flandes,
tu pueblo grave y recto, enemigo del escándalo,
tu dulzura de miseria donde el corazón se siente prendado,
tus marismas, tus verdes praderas donde ondean los linos,
tus carbas, tu cielo gris donde los molinos giran,
y esta viuda de negro con sus huérfanos".

Su paje favorito, por nombre Antaño, allí
Va leyéndole versos de magia en voz discreta,
Y con un tulipán ella en las manos, quieta,
Siente el misterio rítmico dentro de sí.

En torno el parque tiende frondas, mármoles regios
Estanques verdinosos, rampas de balaustres,
Y ella se embriaga, seria, de los sueños ilustres
Que nos hurtan los lueñes horizontes egipcios.

Y allí está, resignada, sin sorpresas, sumisa,
Consciente de que todo, si se lucha, es fatal,
Sintiéndose, con cierto leve desdén natal,
Sensible a la piedad como el mar a la brisa.

Y allí está, resignada, sumisa, entre gemidos.
Mas triste al ver, en medio de su visión interna,
Cualquier Armada, náufraga de la mentira eterna,
Tantos bellos augurios bajo el mar dormidos.

En las tardes purpúreas, graves, con su misterio,
Retratos de Van Dyck de lareos dedos puros.
Pálidos, enlutados, sobre los áureos muros,
Con su prestancia fúnebre le dan de imperio.

Y ante los espejismos de oro la fuga emprende
Su duelo; en las visiones que ahuyentan a su hastío
De pronto -gloria o sol- luce un rayo tardío
Y entonces el rubí de su altivez se enciende.

Pero la fiebre aplaca con su sonrisa triste;
Temerosa del férreo tumulto popular
Oye el son de la vida -lejana- como el mar...
Y el secreto en sus labios, más profundo, persiste.

Nada estremece el pálido lago de su pupilas,
Que velan el Espíritu de las Ciudades muertas,
Y en salas donde giran sin un rumor las puertas,
Vaga, y sueña palabras misteriosas, tranquilas.

El surtidor, allá, forma inútil cascada;
Y ella, pálida, mira, por la ventana; viejos
La copian -con el raro tulipán- los espejos,
Como añosa galera que se olvidó en la rada.
Mi alma es una infanta, de corte ataviada.

Albert Samain




La esfinge

Sola, sobre el horizonte azul vibrante de incandescencia,
La antigua esfinge se alarga, enorme y femenina.
Diez mil años han continuado; fiel a su destino,
Su labio a esquinas apretujadas guarda el enigma inmenso.

De todo aquello que vivía el día de su nacimiento,
Nada resta más que ella. En el pasado lejano,
Su edad hace temblar al soñador inseguro;
Y la sombra de la historia a su sombra inicia.

Acuclillada sobre el cúmulo de los siglos pasados,
Inmóvil al sol, lanzando sus senos agudos,
Sin jamás bajar su rígido párpado,

Ella sueña, y parece esperar con serenidad
La orden de levantarse sobre sus patas de piedra,
Para volver a pasos lentos dentro de su eternidad.

Albert Samain



La infanta

Tu alma es una infanta, de corte ataviada;
Su exilio se refleja, sempiterno y real.
En las lunas desiertas de un vetusto Escorial
Como añosa galera que se olvidó en la rada.

Al pie de su sitial, nobles, largos, atentos.
Dos lebreles de Escocia, con ojos melancólicos,
A un signo cazarán animales simbólicos
Del bosque de los Sueños y los Encantamientos.

Albert Samain






Otoño

Con pasos mesurados por la avenida fría
vagamos taciturnos bajo la paz del cielo;
la tarde otoñal sufre no sé qué nostalgía,
y en una indefinible, brumosa lejanía
pasan mujeres blancas con túnicas de duelo.
Como una inverosímil violeta, en el ocaso
deshójase la hora muriente. En la avenida
cada hoja susurrante y enferma que al acaso
rueda de la arboleda con un fru-fru de raso,
evoca en nuestras almas alguna ilusión ida.
Su corazón ya frío, y el mío, indiferente,
sueñan, aletargados, con un distinto puerto,
pero en la tarde hay una dulzura tan doliente,
tan suave, que olvidamos nuestro vivir incierto,
y en la desesperanza del día que se aleja
hablamos en voz baja, que tiene algo de queja,
de nuestro amor difunto, como de un niño muerto….

Albert Samain




No hay comentarios: