Ars poética

1.
Anhelo un verso que pueda ser leído entre el estrépito.
Un verso con el que se pueda ir de la mano por la calle,
un verso que resista, sí, la prueba de la calle.
Un verso que no se incomode por el ruido de carros y tranvías,
y que tampoco se sobresalte si a su vera precipita estentóreo un cajón de sifones.
Un verso que sonría en el encuentro de las mujeres que admiramos,
y que no se escandalice por cualquier dicterio acaecido entre dos veredas.
Un verso al que no afecte el rigor de la canícula
ni amedrente la sombra en la calígine.
Un verso que no trepide porque el cielo se abrume en la tormenta y desate su ira en el estruendo.
Deseo un verso alto y abierto, para que quepan en su arco
todos los sonidos, todos los meteoros y todos los lamentos.

2.
Aspiro a un verso avezado en el deporte, con el que se pueda practicar el crawl en las piletas
y zumbar en el vórtice del automóvil desenfrenado.
Elástico para que rebote si en un descuido escapa a la memoria,
y veloz para salvar sobre su proa el agua antigua de nuestro río inmenso y ocre.
Un verso que pueda alinearse decúbito a lo largo de todo el horizonte,
o ascender vertical los meridianos has dar con la vuelta de la tierra.
Verso libérrimo que no agoste su libertad entre el rosario de las sílabas,
y que ordene su música multánime sobre el rumor en fa de mi planeta.

3.
Ansío un verso probado en las contingencias y eventos que distraen al hombre y su conciencia, dispersados.
Que madure en su entraña las contradicciones de la euforia y la muerte de un pariente querido;
la agonía infinita de un enfermo irresoluto y la voluptuosidad para gustar un cuadro alucinado de Dalí.
Un verso que conserve su calma ante los recursos convincentes del crédito hipotecario.
Un verso ersatz para los calambres del hambre,
y que disimule con decoro las miserias del vestuario.
Que permanezca impávido si una dolencia solapada nos atenaza el cerebro y la garganta,
y proque desde una muela clama la viva raíz del nervio, no pierda su eficacia reveladora de la vida y del ser.

4.
Quiero un verso total y universal, surto en la raigambre de la sinrazón y en el asombro de lo inverosímil.
Dúctil frente a la incertidumbre de la subsistencia
y maleable entre las dificultades de la convivencia.
Un verso permeable a la comprensión de que si el capital
produce intereses, también florece el almendro en primavera.
Un verso cuya substancia sea solícita a la brújula del amor y la amistad,
y presta para arder su fibra generosa en las llamas de un júbilo entusiasta.
Verso gimnasta con el que se pueda orar a Dios en las actitudes de todas las religiones,
y que, sensible a la alegría de la fuerza, sea idóneo en la fuerza de la alegría.

5.
Para cuando la marea del silencio revierta su pleamar sobre la calle y sobre el alma,
y nada turbe ni conturbe a las cuerdas sin cuento del corazón,
y el espíritu cuele en su aire diáfano la transparencia lúcida del éxtasis,
mi verso luzca con luces multiplicadas de diamante manifiesto,
mi verso vuele sobre el viento que le anima,
mi verso alcance la realización de su destino en su delicia fugitiva
o en su victoria definitiva,
o en la justa muerte de lo inane y lo inconsútil.

Arturo Fruttero


Canto al dedo gordo del pie

Ya que no tu gordura, tu belleza,
Tu adecuación perfecta, tu armonía
Connatural y antigua,
Canto.

Más allá de la planta, en el confín del pie,
Que es también una forma de ser primero,
Se asienta tu realeza.

Maravilloso es el pulgar.
Y justa la teoría plural de los halagos,
Pero entre los dedos tú eres el hércules,
El dedo y el dedazo entre todos los dedos.

Nadie sabe de ti.
¿Quién te recuerda, allá, por la memoria?
¡A ti, seguro norte!
Y esta noche, bajo un cielo que hiere los ojos
Y regocija el alma con el polvo de diamante
Que aventa la vía láctea,
He oído tu mensaje silente y rotundo.

¡Nadie sabe de ti! De ti, seguro norte
Por estas calles del mundo.
Digo estas calles iguales y diversas:
La calle prieta de silencios y de ecos
En el aire denso del invierno,
Dibujado su aire con la isocronía
De la marcha rítmica y sonante.
Y la calle poblada de voces y de luces,
La calle bullanguera y trasnochada
De los días estivales.
Y esta calle de primavera, fresca y clara,
Con un aire no más espeso ni más denso,
Ni muy ligero ni muy enrarecido,
En que tú afirmas mi equilibrio de peatón
Y otorgas la solvencia vertical de mi volumen.

Seguro norte al través de las calles de la ciudad,
Seguro norte al través de los caminos del mundo,
Más elegante o menos apolíneo.
Enhiesto o apenas torcido,
Eres toda la geometría del pie,
Puesto que en ti culmina,
Y a él le otorgas la fuerza y la prestancia.

Bien que antigua,
Tuya es la virtud de la modestia.
Al olvido consagrado se une el evento
En que se ofrece tu desnudez.
Demarcando el perfil de la alpargata,
Holgando en la red de la sandalia,
Y oculto en la armazón de cuero del zapato,
Si no irrumpes junto a la risa del agua,
O provisor te señala la inocencia de los niños,
Tan solo en la pobreza y la miseria de los pueblos
Te exhiben en la plenitud de tu figura.
Tuya es la virtud
Porque la violeta es pequeña y de suyo gratuita su prez,
Mientras tu robustez
Bien alto proclama tu recato.

No es que pretenda erigirte en cartabón,
Ni pronunciarte paradigma incomparable,
Pues ahí, muy breve, está el mundo soberbio de la planta,
Y allende, la escultura soberbia de la pierna
Sosteniente de las furias del sexo.
Pero sí oponer tu conocimiento vivo
A la fábula idiota y al mito exasperado.
Enfrentar quiero con tu exaltación
La búsqueda infructuosa del ave legendaria,
Certificando la proximidad de la dicha
En la gustación de las delicias más íntimas.

Tu sencillez alcanza a tu eficiencia,
Y en la historia natural de la especie
Acaso sea comparable tu advenimiento
A la rueda y el fuego para la gesta humana.
Todos parejos en lo simple y lo grande,
Todos gemelos de puro inadvertidos,
Y pues que necesarios e ineludibles, transcordados.
En tu feliz desempeño advierto la armonía realizada,
Y tu ejemplo pregusta la futura y más amplia armonía
Del hombre y su contorno,
La belleza de una vida lograda, ahíta de esteticismos,
Y sí gozosa de libertad cabal y plena.

La vida nos ha apartado de la vida,
Pero está pronto el día de tu loa segura,
Cuando la vida nos devuelva a la vida.

Arturo Fruttero


Fruttero se va al campo

Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
Sino a quién conmigo va

Romance del infante Arnaldos


Fruttero se va al campo.
Se va con Sastre, Platón y la teoría de la relatividad, con las
investigaciones de Sommerfeld sobre los rayos espectrales
y los estudios de Sir Jadadish Chandra Bose
sobre el mecanismo nervioso de las plantas.

Se va con Whitman, se va con Hegel, se va con Montaigne.
Le acompañan el libro tibetano de los muertos, más conocido
por el Bardo Thodol, como asimismo el libro egipciano
de los muertos, junto con una gramática egipciana.

A un lado van Espina, Salinas, Cernuda, Diego, Guillen y Aleixandre.
En su corazón lleva a Negrita y en centro del pecho a Camarasa
Se va acordándose de Martíni, de Romero y de otros amigos que lo amaron.
Santa Teresa le vela, Santa Catalina le ilumina, San Juan de la Cruz le canta.
Atrás quedan la génesis de los organismos de Hertroig y las teorías culturales de Frobenius.
Lleva a ese loco lindo de Marx, precedido por Feuerbach, y
Seguido por Engels, Lenin y Stalin, y un paso más atrás el réprobo de León.

Va de “La Recherche du Temps Perdu”, para no olvidar el clima de invernadero de Marcelo,
y trascurrida la odisea de “Ulysses” proseguirá con el paseo del desatado de Finnengan.

Como ilustraciones lleva al Gineceo Rouveyre, a Spilimbergo,
a Van Gogh, siempre buen amigo, y a Fra Angélico;
también lleva al viejo Brueghel y a van der Delft; a Carpaccio y a Meng.

No olvidará a Girondo; ni a Neruda, el más grande poeta
chileno, ni a Huidobro, el más grande poeta chileno; ni a
Gabriela, el más grande poeta chileno.

En sus soliloquios se acompañará con las teorías del agua
pesada y la hipótesis tripartita acerca de la expansión del universo.

Lleva una fotografía del Museo Juan B. Castagnino, pues no podría llevarse al Museo consigo,
Y como no puede robarla, tratará de conseguir la plaqueta de la Donación Castagnino.

En un termo lleva agua del Paraná a fin de saborear la temperatura exacta de su río
y en una caja un trozo de asfalto para auscultar el perfume exacto de su ciudad.

Se va al campo con el bizantismo de Husserl, siempre edificante,
Y los melodramas de Heidegger, siempre regocijantes.

Una edición de Manava-Dharna-Sastra y un ejemplar del Corán irán colocados a su lado.
Adelante irán la Biblia y los Discursos de Buda,
Principe de Kapilavastu, Siddartha Gautama.

Dejará un lugar para un arabista insigne, Miguel Asín Palacios,
Y otro lugar para fray Bernardino de Sahagún, con quien
desea estrechar amistad a propósito de sus memorias sobre el Antiguo México.

Llevará la Endocrinología de Pende para las disfunciones humorales,
y algún diccionario vitamínico para las alternativas de la dieta.

Bueno es que lleve a Pareto para estudiar la sociología del agro,
Y a Simmel para la sociología más íntima de la persona.

Como antídoto de soledades lleva los poemas de Fausto
Y puesto a la defensa contra la angustia, la lírica honda de Sabat.

Una escultura de Paino le hablará sobre la elocuencia del  volumen,
Y una muñeca de chala, regalo de Leticia, bailará a lo largo
de su viaje, en vilo de la gracia alada que la animó a la vida.

Cuadros de amigos no lleva, pero sí algunos libros dedicados.
Muchos amigos sí deja, empero él se aleja alegrado.

Se va con Fulano, Zutano y Mengano.
Se va con todos, con etcétera, etcétera.

Ha adivinado un secreto
Y con su secreto
Se va

Arturo Fruttero














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