Así nosotros

Tal como un gato, atrapado por una puerta que se abre,
sobre el peligroso estante superior, maxilar rojo y garra zarzamora,
se deja caer al suelo sin ver,
seguro por instinto de gato que topará con el suelo,
ahí en la mera inocencia; y cae
de todos modos, bola de pelaje, tan rápido que al ojo
se le escapa la voltereta y la confianza
que brotan del haber caído antes,
y sólo distingue un felino desliz sedoso,
crimen inconcebible en un paso tan manso:
así nosotros nos dejamos caer rumbo a la mañana
deslizándonos por estantes del sueño. Cuando, libertinos de noche,
nos dejamos penetrar por las visiones, y la oscura ventana
grotesca nos empuja dentro, nuestro mundo pierde el equilibrio.
Los monstruos multifacéticos hijos de nuestra invención
forcejean al borde del sueño, conforme la habitación
pierde sus bordes y se llena de bruma y presentimientos
por las palabras murmuradas o por las penas recordadas,
hasta que, disueltos al dormir, caemos, el mundo conocido nos abandona,
y habitación y sueño y ser y seguridad se derriten
en un desquiciamiento final, donde cualquier paisaje
fácilmente podría cuajar, y los muertos llaman a gritos...
Pero al fin y al cabo todo termina menguando. Las voces se retiran.
La pálida cuadratura de la ventana brilla y permanece.
Poco a poco la habitación llega y madruga, y nosotros llegamos
a nuestros seres. Anoche, la semana pasada, el pasado
van volviendo a cuentagotas, despiertan. Conforme la luz adquiere solidez,
el sueño pierde claridad. Afuera, el lavado susurro del jardín
espera paciente y, recién llegados de la muerte,
¡qué agradecidos nos sentimos de absorber su aliento!
Y con todo, para soportar lo desconocido noche a noche,
¿acaso no debemos cerciorarnos, con penetración de gato,
de poder hacer frente a sus terrores, y de que la integridad del día
nos hallará sentados al escritorio, sanos y salvos, sin miedo,
con las mejillas afeitadas, las cartas escritas, las cuentas pagadas?

Alastair Reid



Escocia

Era un día especial en esta parte del planeta,
las alondras se alzaban cantando en largas hileras
y el aire cambiaba al ritmo del brillo de los ángeles.
El verdor penetraba el cuerpo. Los pastizales
temblaban rebosando presencias, y la luz del sol
permanecía como aureola en el pelo entre brezos y cerros.
Camino al pueblo vi, envuelta en una reluciente gabardina,
a la mujer de la pescadería. "¡Qué día tan bello!",
exclamé, como un demente insolado.
Y ella, ¿qué podría responder? Frunció el ceño,
sombríamente. Sus ancestros, furiosos en las tumbas,
conforme ella prorrumpía, a tono con una miseria de siglos:
"¡Pagaremos por ello, vaya que sí, pagaremos por ello!"

Alastair Reid


Fe de gato

Tal como un gato, atrapado por una puerta que se abre,
sobre el peligroso estante superior, maxilar rojo y garra zarzamora,
se deja caer al suelo sin ver,
seguro por instinto de gato que topará con el suelo,
ahí en la mera inocencia; y cae
de todos modos, bola de pelaje, tan rápido que al ojo
se le escapa la voltereta y la confianza
que brotan del haber caído antes,
y sólo distingue un felino desliz sedoso,
crimen inconcebible en un paso tan manso:
así nosotros nos dejamos caer rumbo a la mañana
deslizándonos por estantes del sueño. Cuando, libertinos de noche,
nos dejamos penetrar por las visiones, y la oscura ventana
grotesca nos empuja dentro, nuestro mundo pierde el equilibrio.
Los monstruos multifacéticos hijos de nuestra invención
forcejean al borde del sueño, conforme la habitación
pierde sus bordes y se llena de bruma y presentimientos
por las palabras murmuradas o por las penas recordadas,
hasta que, disueltos al dormir, caemos, el mundo conocido nos abandona,
y habitación y sueño y ser y seguridad se derriten
en un desquiciamiento final, donde cualquier paisaje
fácilmente podría cuajarse, y los muertos llaman a gritos...
Pero al fin y al cabo todo termina menguando. Las voces se retiran.
La pálida cuadratura de la ventana resplandece y permanece.
Poco a poco la habitación llega y madruga, y nosotros llegamos
a nuestros seres. Anoche, la semana pasada, el pasado
van volviendo a cuentagotas, despiertan. Conforme la luz adquiere solidez,
el sueño pierde claridad. Afuera, el lavado susurro del jardín
espera paciente y, recién llegados de la muerte,
¡cuán agradecidos nos sentimos de absorber su aliento!
Y con todo, para soportar lo desconocido noche a noche,
¿acaso no debemos cerciorarnos, con penetración de gato,
de poder hacer frente a sus terrores, y de que la integridad del día
nos hallará sentados al escritorio, sanos y salvos, sin miedo,
con las mejillas afeitadas, las cartas escritas, las cuentas pagadas?

Alastair Reid


Galilea

Pálido, descolorido, deslumbrado
por la brillantez en caída,
la cima de la colina me sostiene.
Abajo, la costa pela los dientes.

Sin aliento, quemado hasta la médula,
entre el pétreo verde del olivo
y el gris gesto de la piedra,
aturdido, bajo la vista.

¿Cómo pretender descansar
en este seco, aserrado paisaje
donde la tierra, el aire, el fuego y el agua
bruscamente exigen reverencia?

Acaso para fijar un lugar
en un mundo cambiante donde el tiempo
habla y donde demasiados seres
se entrecruzan y exigen
aprobación una y otra vez,

algún sitio decente donde morir,
algún sitio que se volviera
paisaje y vocabulario,
equilibrio, hogar.

Alastair Reid



La curiosidad

Pudo haber matado al gato. O probablemente
no tuvo suerte el gato o tal vez sintió curiosidad
por ver cómo era la muerte, no encontrando razón
para seguir lamiéndose las patas o criando
camadas y camadas de gatitos. Como era de esperar.

No obstante, la curiosidad
es peligrosa. Desconfiar siempre
de lo aceptado, de las apariencias,
hacer preguntas raras, incumplir los sueños,
ser suspicaz, abandonar el hogar o tener premoniciones
no hace precisamente amados a los gatos
en esos pequeños círculos de perros
donde cestas perfumadas,
señoras como toca y ricos almuerzos
constituyen el orden de la vida, y donde prevalece
un meneo de colas y cabezas nada curiosas.
Acéptalo. La curiosidad
no nos mata —carecer de ella sí.
Nos aniquilaría
no querer ver jamás
el otro lado de la colina
o aquel país de ensueño
donde vivir sería un idilio
(aunque en realidad un infierno).
Sólo el curioso tiene,
si sobrevive, un cuento que vale la pena contar.

Los perros dicen que los gatos aman demasiado,
que son irresponsables, peligrosos, que se casan en exceso,
que abandonan a los niños y enfrían as sobremesas
con el cuento de sus siete vidas.

Bueno, tienen suerte. Déjalos ser
siete veces vividos, contradictorios,
lo bastante curiosos para cambiar, dispuestos
a pagar el precio gato, que es morir
y morir, una y otra vez,
cada vez con el mismo dolor.
Sólo la minoría gatuna de uno
puede decirnos la verdad;
y lo que tienen que decirnos los gatos
tras cada regreso del infierno
es esto: que morir es lo que hacen los vivos,
que morir es lo que hacen los amantes,
y que son perros muertos los que no saben
que morir es lo que, para vivir, cada uno de nosotros
tiene que hacer.

Alastair Reid



La lección de música

Toca la pieza de nuevo, pero ahora
pon más atención al movimiento
y menos atención al tiempo. El tiempo
irá cayendo por su cuenta.

Toca la pieza de nuevo, sin ver
la digitación. Olvida: fluye el sonido
y te envuelve: ya no cuentas,
ya no piensas, ya no estás. 

Toca la pieza de nuevo, sin ser
nadie, sin ser nada, como si pura cadencia
el latido de tu corazón fuera, pura música
tu rostro fuera. 

Toca la pieza de nuevo: ya es más fácil
pensar cada vez menos en las notas, la medida.
Todo es un arreglo de silencios. Guarda silencio:
y tócala por gusto. 

Toca la pieza de nuevo, y ahora sí
no me preguntes lo que pienso: siente lo que pasa
en esta habitación, qué extraño: el sonido lo rodea todo,
a ti, a mí, oscuramente. 

Ahora
toca la pieza de nuevo.

Alastair Reid



Lo que se pierde

Traduzco continuamente
entre palabras que no son las mías
y, finalmente, ¿de quién es el texto?
¿Del escritor o del traductor
o de los idiomas?
Somos fantasmas, nosotros traductores, que viven
entre aquel mundo y el nuestro
Pero poco a poco siento
que el problema no es cuestión
de lo que se pierde en la traducción
sino de lo que se extravía entre la ocurrencia
-sea de amor o de aflicción-
y el hecho de que llegue a plasmarse en palabras.

Para todos nosotros, amantes, locuaces
el conflicto es éste.
Lo que se pierde
no es lo que se difumina en la traducción
sino lo que se pierde
en el hecho, en la lengua,
en la palabra misma.

Alastair Reid



"Lo verdaderamente crucial para mí era atrapar el tono —tentativo, cauteloso, incierto— con que Borges escribe, un modo que constantemente cuestiona lo que está contando, en ocasiones, solamente con el tono."

Alastair Reid


“Si un marciano preguntase qué es el fútbol, un vídeo del partido Brasil-Francia del Mundial de México lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística.”

Alastair Reid


"Vivir en otra lengua significa engendrar un nuevo ser, al cual toma tiempo sentirse en familia."

Alastair Reid





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