Buscando a Judas

De un gris desteñido, las paredes de madera
del viejo granero se empapan de la brillante
y espumosa sangre del ciervo de cinco puntas
que cuelgo ahí, a la luz de la luna.
Destripado, desollado y resplandeciente
en su eterna desnudez, el destello de sus ojos
podría haber sido robado de las secas colinas de Jerusalén.
Dicen antes de que el hombre blanco
nos trajera a Jesús, teníamos honor.
Dicen cuando matamos a los Cazadores de Venados,
les dijimos que sus espíritus
vivirían en nuestra carne.
Usábamos arcos de fresno, ni reflectores ni rifles,
y su sagrada sangre se convirtió en la nuestra.
O algo parecido.

Adrian C. Louis

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