Cántico

Yo no quiero ser poeta
para cantar a África.
Yo no quiero ser poeta
para glosar lo negro.
Yo no quiero ser poeta así.

El poeta no es cantor de bellezas.
El poeta no luce la brillante piel negra.
El poeta, este poeta no tiene voz
para andares ondulantes de hermosas damas
de pelos rizados y caderas redondas.

El poeta llora su tierra
inmensa y pequeña
dura y frágil
luminosa y oscura
rica y pobre.

Este poeta tiene su mano atada
a las cadenas que atan a su gente.
Este poeta no siente nostalgia
de glorias pasadas.
Yo no canto al sexo exultante
que huele a jardín de rosas.
Yo no adoro labios gruesos
que saben a mango fresco.

Yo pienso en la mujer encorvada
bajo su cesto cargado de leña
con un niño chupando la teta vacía.
Yo describo la triste historia
de un mundo poblado de blancos
negros
rojos y
amarillos
que saltan de charca en charca
sin hablarse ni mirarse.

El poeta llora a los muertos
que matan manos negras
en nombre de la Negritud.
Yo canto con mi pueblo
una vida pasada bajo el cacaotero
para que ellos merienden cho-co-la-te.

Si su pueblo está triste,
el poeta está triste.
Yo no soy poeta por voluntad divina.
El poeta es poeta por voluntad humana.

Yo no quiero la poesía
que sólo deleita los oídos de los poetas.
Yo no quiero la poesía
que se lee en noches de vino tinto
y mujeres embelesadas.

Poesía, sí.
Poetas, sí.
Pero que sepan lo que es el hombre
y por qué sufre el hombre
y por qué gime el hombre.

Donato Ndongo-Bidyogo



Cuando resuene el cataclismo
en el ocaso del Cielo, del Tiempo
decantará la espada implacable
de la Historia del lado de los Justos.
Y aquí estaremos, amigo mío,
firmes y fríos cuan sus manos ingratas,
escuchando la sentencia de su condenación
y gritar, gritar, gritar, gritar, gritar, gritar…
hasta que las palabras recobren su sentido:
Pues amar no era amar
Como reír no era reír,
y cuando oigamos
¡Libertad!
sabremos que nacimos en esta tierra
para ser Libres, Libres, Libres, Libres, Libres,
Libres, Libres, Libres, Libres, Libres,
Libres, Libres, Libres, Libres,
Libres,
Libres…

Donato Ndongo-Bidyogo


“Escribo para comunicar.”

Donato Ndongo-Bidyogo



"No tengo conciencia ya prácticamente de exiliado. Aunque yo sea exiliado de hecho, según mis papeles soy un exiliado político. Pero en mi mentalidad, en mi mente, estoy acostumbrado desde los 14 años a vivir en España. Salvo a aquel período de diez años que pasé en África, nueve años en Guinea Ecuatorial y uno en Gabón, el resto de mi vida, prácticamente toda mi vida la he pasado en España. La vida de cualquier ciudadano normal. Lógicamente, como decía Frantz Fanon, son los demás los que te hacen diferente. Son los demás los que te ensañalan, los que te hacen tomar conciencia de que no eres uno más, sino que eres distinto al resto. Entonces, salvo eso, por eso me ocurriría en cualquier país del mundo. Porque soy negro, he nacido negro, y eso no puedo evitar. Y como decía aquel, en cualquier caso, no me siento particularmente en el exilio aquí. Me he acostumbrado a vivir aquí, porque no puedo vivir en mi país. Lógicamente, desde el punto de vista cultural, desde el punto de vista literario, echo de menos a África y a Guinea Ecuatorial. ¿Por qué? Porque mis personajes, mis paísajes, el clima – en fin todo lo que necesito yo para crear mis personajes, está en Guinea, y tengo que utilizar equivocación, mucha más imaginación de la que sería necesario, para poder hacer las novelas que hago. Eso por un lado. Pero lo he sustituido con esos viajes, esta estancia de diez años en África. Fue una especie de cargar las baterías de luego ejercer mi labor. También desde un punto de vista humano, echo de menos a mi familia, mi padre y mi madre ya murieron, y murieron estando yo en el exilio. Yo no pude ni siquiera hablarles en sus últimos momentos. Este tipo de cosas sí me duelen. Pero desde un punto de vista puramente humano, desde un punto de vista de creación literaria, me siento a gusto. Lo considero que es mi vida normal, el vivir fuera de mi país, y en particular en España."

Donato Ndongo-Bidyogo



"Tu tío Abeso quería que fueras tan buen cazador como él, y te llevaba con frecuencia a mirar y repasar las trampas que tenía construidas en el bosque. A veces encontrabais una gineta atrapada, o un antílope, o un puercoespín. Otras veces te llamaba cuando iba a cazar con la escopeta, mataba tucanes, jabalíes y hasta elefantes y cocodrilos. Le veías apuntar, contenidos los alientos, te cobijabas a sus espaldas o corrías detrás de un árbol (…)
Caminabais a veces todo el día siguiendo las huellas de una manada de elefantes, o te paraba el tío de repente y le notabas tenso, atento a un sonido que poco a poco se hacía perceptible para ti casi en el mismo momento en que veías a la víbora cornuda acechando vuestros movimientos. Pero ni te cansaba ni te daba miedo porque esas salidas te gustaban, pero sobre todo porque el tío te transmitía su seguridad.
El tío Abeso era mayor que tu padre, el depositario de la tradición familiar, el jefe natural de nuestra tribu y de vuestro linaje. Te contaba cómo Motutu ma Mbenga, tu bisabuelo, había venido para establecerse donde vivíais, fundando el pueblo y poniéndolo bajo la protección de su animal totémico, el caimán: un caimán le había ayudado a cruzar el río Ntem al abuelo de tu padre, quien había sido vencido por los conquistadores franceses muchísimos años antes y había tenido que huir hacia el sur.
El caimán era uno de vuestros tabúes, el más importante, protegía a los jefes y ancianos de tu linaje, a los niños y a las mujeres embarazadas, os preservaba de las maquinaciones de los brujos enemigos y de los espíritus adversos, y era el celoso protector de la intangibilidad de vuestras propiedades, tanto de la individual como de la comunal de todos los descendientes de Motutu me Nbenga (…).
Tu tío te confirmó como heredero de la tradición, y ello fue al pie del gigantesco ekuk que se elevaba sobre la tumba de los jefes de la tribu, y ese poder que recibiste debes trasmitirlo a tu vez a un sucesor elegido por ti y admitido por la tribu, y mientras estés ungido por la fuerza misteriosa, mágica y peligrosa de la tribu, debes velar por su seguridad, por su prosperidad, por su bienestar, y trabajar incansablemente por su esplendor, permaneciendo en continua vigilancia contra el fracaso y las flaquezas.
Y el tío tomó el tucán, lo descabezó con sus manos y su sangre roció tu cabeza y todos permanecieron en silencio mientras la sangre del tucán bajaba por todo tu cuerpo (…). Eras feliz, recuerda, y la lenta brisa iba secando la sangre de tu cuerpo, y aprendiste a soportarlo todo.
A pesar de tus cortísimos trece años tuviste la convicción de que, aunque te fueras para siempre mucho más allá del mar, siempre tendrías dentro de ti el espíritu de la tribu, siempre oirías la llamada susurrante de la tribu."

Donato Ndongo
Las tinieblas de tu memoria negra
Etnicos del Bronce



"Volvíais a casa con los últimos rayos de luz por la diminuta hilera que miles de pies descalzos y encallecidos habían ido arrebatando con paciencia al bosque, tu tío hablando a tus espaldas, cargando con dos monos grandes cuya sangre se derramaba aún sobre su torso desnudo, y tú sosteniendo sobre el hombro con exagerada precaución la escopeta vacía de tu padre (tu tío no podía obtener licencia, no había sido sometido por la ley de los blancos) y venía recordando que en aquellos tiempos los caimanes se volvieron locos, salieron de los arroyos, invadieron los caminos atacando a los hombres, a las mujeres, a los niños, y la premonición se cumplió: un destacamento de tropas extranjeras estaba ocupando ya la región, y de nada sirvieron las lanzas y las ballestas envenenadas con estrofanto porque ellos poseían armas, muchas armas como la que tú llevas en el hombro, y traían regalos para los jefes débiles, regalos que no servían para nada, clotes de colores, trozos de espejo, y los emborrachaban con esa bebida que quema la garganta, fíjate bien, y esos jefes débiles firmaban la paz sin haber luchado, hijo mío, por eso la ambición es muy mala, es la peor enfermedad que puede tener un hombre. Y la decadencia de vuestra estirpe había ido decantándose a medida que las armas de los blancos exterminaban a los caimanes. Y esas historias te embelesaban, y el único que intentaba salvaguardar la memoria colectiva de tu pueblo era el tío Abeso. Revivir la esencia de vuestra casta, hollar tu espíritu aún tierno con las huellas de la cultura truncada era su misión. No encontraba ventaja alguna en la amistad con los ocupantes blancos, prefería seguir conservando intacta la fuerza mágica, misteriosa y peligrosa que le había sido conferida por el pueblo como jefe, y ahí estaba el origen del majestuoso desdén que los desconocedores de la tradición de vuestro pueblo llamáis despecho. No entendías entonces muchas cosas, y algunas las escuchabas con un punto de escepticismo porque oías a tu padre que un negro no había sido aún capaz de inventar siquiera una aguja de coser. ¿Y qué podía esperarse de una civilización que no había sido capaz de inventar nada, que adoraba fetiches y que precisamente por eso había sido reducida por los portadores de la Única Verdad? Entonces tu tío te respondía contándote otro tipo de leyendas, cómo desde siempre la tortuga y el tigre habían luchado por controlar el reino de los animales, la una con la astucia y el otro con el terror y el desprecio hacia los demás. Eran cuentos morales, en los que la astucia y la paciencia vencían a la soberbia y a la brutalidad, la tortuga siempre terminaba engañando y ridiculizando al tigre. Estaba profetizándote que la infinita paciencia y la secular astucia de vuestra casta, de vuestra tribu, de vuestro pueblo triunfarían al final sobre la ostentación y la prepotencia de los ocupantes. Pero ya estabas incapacitado para interpretar las parábolas más cercanas, ofuscado por otras alegorías y deslumbrado por el poder que veías en los portadores de la Única Verdad. Eras demasiado engreído para valorar la sabiduría milenaria encerrada en unas leyendas, en unos cuentos, en las adivinanzas y en los mitos de apariencia tan simple, y demasiado niño para comprender que únicamente en esas palabras se justificaba tu propia existencia."

Donato Ndongo-Bidyogo
Las tinieblas de tu memoria negra


"Yo no me considero escritor ecuatoguineano. Me considero escritor. Un escritor tiene que escribir sobre lo que cree que son sus preocupaciones. Es decir, un escritor no vive en una urna de cristal. El escritor vive imbuído, es decir metido dentro de su propia sociedad. ¿Y cuáles son las preocupaciones de la sociedad? Las que sean en cada momento determinado. El escritor tiene que abordar esos temas, igual como lo hacían los griots de nuestra tradición oral, precolonial. El escritor ha asumido el papel que tenían los poetas ambulantes, los trovadores. Entonces, ese papel de un trovador, ¿qué hacían? Pues contaban historias, primero para informar a la gente, porque no había periódicos. Al mismo tiempo había una preocupación del narrador por recoger las preocupaciones a su vez de la gente. En mi novela El metro se nombra Guinea Ecuatorial una vez. Sin embargo, se ocupa de las preocupaciones que tienen también los guineanos, la inmigración. Contexto diferente en los EEUU, México, América Latina, ... porque es un fenómeno que en este momento no sólo preocupa exclusivamente a los africanos, o a los españoles o a los euopeos, sino a toda la humanidad. Porque estamos viviendo este momento de las migraciones masivas, y hay que explicar por qué."

Donato Ndongo-Bidyogo


"Yo soy guineano. Lo que pasa es que el gobierno de Guinea Ecuatorial no quiere darme pasaporte guineano ni documento de identidad guineano. Entonces, la embajada de Guinea Ecuatorial en Madrid, en 1997, el embajador Santiago Robeya, que fue el último ministro de cultura, me dijo que no me iban a darme el pasaporte ni nada. La solución que me dieron las autoridades españolas fue que fuera exiliado político. Así estoy como exiliado político. Tengo la nacionalidad guineana. Mi pasaporte pone nacionalidad de origen guineana. Si no tengo documentación guineana, lógicamente no es por culpa mía, sino por culpa de la dictadura que es evidentemente una muestra más de que en Guinea no se puede discrapar. Si no eres amigo del presidente y le sigues fielmente en todas sus cosas, incluyendo los asesinatos y las torturas, lógicamente te arrojan a las tinieblas exteriores. Y yo fui arrojado a las tinieblas exteriores. Me han echado del país. Mañana podría solicitar la nacionalidad española, porque tengo vinculación con España desde hace 40 años, y me la darían sin problema, pero prefiero no hacerlo. Pero quiero que la gente sepa porque no estoy en Guinea, mis vecinos de aquí quiero que sepan porque estoy aquí en Murcia viviendo y no en mi país. Yo quiero conservarlo siempre."

Donato Ndongo-Bidyogo















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