Como si todos los Rivera, Nicanor...

Como si todos los Rivera, Nicanor, Eustaquio,
los Granados
don Ignacio juntos se mataran sin porqué;
como si todos los niños no nacidos
y esparcidos en la imaginación de las muchachas
comenzaran a llorar; como si los árboles
de pronto se volvieran horcas.

Eduardo Cote Lamus


El vértigo

Todo se va cayendo, todo es piedra,
molino que cambia aire por harina
como el hombre es igual a lo que anhela.
Todo se va cayendo, todo es plomo
que cae ceniciento por la piel.
Y todo va cayendo al miedo. Alguien
usa la voz como perfume: cae
sobre su sombra y la destruye, cae
envuelto de pasión sobre sus pasos:
los borra, los sepulta, los camina.

Todo se va cayendo, todo es sueño:
la luz para encenderla tiene un nombre,
otro para apagarla.  Todo es sueño.
Alguien se fue quitando días, poco
a poco, hasta quedar sin años, para
meterse en tierra y embozarse en ella.

Eduardo Cote Lamus




Escrito en la hoja de una espada

Destino es trazar paz adonde gime el pecho
Crucé la vida hasta la empuñadura:
me emparedaron por reliquia, estar escrita:
la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.

Eduardo Cote Lamus


Esto es el amor

Esto es el amor: llevar en la sangre
el impulso inefable de otra sangre,
buscarse el corazón dentro del pecho
y no encontrarlo hasta palpar su frente,
padecer la ansiedad de ser en otro
como grano de trigo germinando,
es trasladar el mar hasta sus ojos
y sumergirse en ellos hasta el alma,
sentir la eternidad entre las manos
al descubrir a Dios en su mirada,
árbol del  bien que las horas traspasa.
Esto es amor: ser uno proyectado.

Eduardo Cote Lamus


La vida cotidiana

Hoy comienzo el día de ayer
con palabras y con deseos;
ya los zapatos tienen polvo
de mañana sin excepción
los actos se me vuelven huellas. 

Vemos al ciervo y hasta a veces
llega a beber en nuestras manos,
pero la sed se le hace vieja
como un abuelo entre los labios. 

Somos del hoy, mas lo que hacemos
pertenece al pasado, somos
la fuente que se queda:  el agua,
quiero decir la vida, pasa.

A mi oído llegan las voces
que mañana diré, mañana:
la suerte mía de callar
con la palabra de otro día.

Si se lanzara el sueño al aire
como unos brazos, sí una red
-del ayer a lo que seremos-
nos circundara! Pero todo,
todo lo que hago es ya pasado. 

Ahora yo que soy recuerdo
me miro adentro y huelo a solo,
y muy vagamente distingo
el abuelo que está en mi rostro.

Eduardo Cote Lamus


Poema imposible

Deja por última vez que mi tacto te sepa
porque quiero aprenderme tu cara de memoria,
porque quiero iniciar un poema diciendo:
“En Segovia, una noche de torres, mi alma no pudo,
no le fue posible…”.

Déjame, sí, déjame.
Déjame aunque sea fatigar tus huellas
por esta almohada con aroma de rostro
porque quiero hacer un pájaro con tu piel
para despertar mi corazón muerto.

Yo te amé de frente, por entero
y me miraba largamente en tus manos
buscando dar olvido a mi antigua sed de orilla.

Por ahí para esta tristeza con cara de rosa
como si el color llevara mi dolor descalzo.

A veces me viene tu silencio de campanas
que debajo de tu piel silban siempre, siempre…

Te acercaste a mi vida como un vegetal solo
alargando tus ojos hasta la plenitud del árbol.

Mi vida era sencilla, humilde,
tiernamente arcilla para un tacto.

Ahora no soy sino un manantial ciego
que huye de la sombra en tu mirada.
Es cierto que todo me fue inútil, doloroso;
fue una lástima que tú no me quisieras:
ha sido el mayor qué lástima del mundo.

Pero ven, acércate y muérete un poco en mis palabras.
A pesar de todo eres mi amor, mi tú, mi nunca.

Y ya no puedo con este hueco sin destino
que me pesa por dentro como Dios en la yerba.
Porque tampoco puedo con este sabor de ti en los labios.

Sí: en Segovia murió la savia de repente.
Y yo no pude,
no me fue posible.

Eduardo Cote Lamus


Silva

                                                                                    A Camilo de Brigard Silva

Como irse a la habitación más oscura de la casa
y allí desterrarse y ser orgullo hasta la humildad;
como las noches en placer extranjero, sin idiomas,
buscando con ojos voraces la mujer más sencilla
entonces la más cruel porque se haya visto deseada;
como hundirse hasta la conciencia y encontrar que las culpas
son más densas que el alma, y obligarse a la resignación;
igual que preguntar por un amigo
y saber que desapareció desde la infancia:
así fue Silva rechazado peor que los insectos.
Lo imagino con la rabia como una hacha entre los dientes
queriendo abrirse paso entre la vida, de tan densa,
tratando de inculcar a la sociedad que acompañaba
el obrar noblemente y el buen gusto; pero ellos, hijos
de las masturbaciones y de la vanagloria,
sólo sabían de sílabas a golpe de dedo
e ignoraban la armonía y el mundo de las palabras.

Su juventud fue el conocimiento de la poesía
o el hallazgo de la soledad. La risa de Verlaine
también fue mueca en silva, y por su rostro,
tenso como el salto de un tigre, cruzó la sonrisa
cuando la piel se le fue llenando de palomas.

Porque triste es querer aquello que es mortal; más le vale
al hombre aceptar su fracaso desde los abuelos
o esperar con el calor sofocante y brutal y sin
el menor soplo de aire, y sentir que una ave inmensa
pugna desde el centro de la tierra por salir,
y que la carne se agrieta como Cúcuta después
de los temblores y ver que todo es claridad o sombra
y que todo se traspasa como las manos al fuego.

Hasta la misma poesía a Silva le fue adversa.
A veces uno piensa que su sepulcro eran sus huesos,
arbitrariamente erguidos como ley en su estatura.
Pero a Silva el cuerpo le quedaba estrecho
como un muerto con ataúd pequeño,
como esos muertos que van creciendo en los velorios
y hacen crepitar la madera.

La gana de no vivir, el desconsuelo, el paso
de la dificultad a un nuevo abatimiento,
el desvivirse y creer, la enfermedad del siglo,
el doctor y sus dogmas como látigos,
la inconformidad
y también el no creer.
Como flecha que crece en el árbol hasta estar madura
para el arco, como árboles que por tanto contemplarse
desbordarán el río: la muerte que nació contigo,
y la vida, ese otro nombre de la muerte, te llenaron
hasta inundarte, hasta saber que en ti no había sino naufragio:
que tu olfato combatía con el gusto,
tu ojo contra los objetos,
las manos contra sí mismas y enemigas del tacto,
el silencio contra tu oído,
tus sueños contra la memoria,
que tu pie derecho no era aliado de tu pie izquierdo,
que cada músculo era un desafío contra tus huesos,
que el olvido no llegaba,
y que el futuro, la perpetua contienda, estaba lleno
de vencimientos, y el asco…

Ahora conoces los cambios de la naturaleza.
Pero, ¿cuántas veces renaciste en las flores silvestres?
¿Qué casco de potro la sal de tu sangre endureció?
¿Relinchó acaso cuando supo que coceaba a un muerto?

Ahora, dentro de la tierra, ¿trabajas en algún metal
que estallará como conjuro para los días
de la solemne restitución de los vivos?

Humillado por la misma poesía que no supo defenderte
tu presencia está en las palabras que se fugan,
en la noche que llega sin saber detenerse.

No se llore la muerte porque la muerte es una compañía,
ni la vida, sino las que de nosotros nacerán,
Y a los hombres que vinieren y a nosotros, Dios nos guarde,
ahora, y en la hora, de nuestro nacimiento, amén.

Eduardo Cote Lamus







No hay comentarios: