"Conservar bello y vivo un idioma a pesar de las academias que lo cuidan, es el esfuerzo de los pocos escritores que tienen genio."

José María Vargas Vila


Discurso ante la tumba de Diógenes Arrieta

Señores:
la grandeza de este muerto, proscribe de aquí la religión;
no hay aquí más rito, que el rito del cariño;
no oficia aquí, sino un sacerdote: el dolor;
suplamos las preces de la piedad, con las preces de la amistad;
¡oh! el gran muerto;
ya se hundió en la sombra eterna, en la tiniebla insondable, en el abismo infinito;
la fe cree ver el vuelo de las almas, en la región oscura de ultratumba, en un viaje mitológico hacia no sé qué lejano horizonte poblado de quimeras;
el pensador se inclina sereno a la orilla del sepulcro, y ve en el polvo, que hacia el polvo rueda, la solución completa de la vida;
ni Calvario, ni Tabor; nada es la tumba;
ni castigo, ni redención, nada es la muerte;
es el descanso eterno...; la infinita calma... la quietud suprema...
¡el Nirvana Redentor!;
el sueño del cual nunca se despierta, en brazos de la madre primitiva;
¡felices los que se prenden, primero que nosotros, al pezón inagotable de esa madre, siempre joven!
salidos de su seno, al seno vuelven, y duermen al abrigo del dolor;
todos allí tornamos;
y, entre tanto...
¡oh! pensador augusto;
te saludo.
¡Salve! ¡salve, gladiador vencido!
sobre tu duro cabezal de piedra, tu frente de coloso reverbera;
como un nidar de águilas marinas, que la espantosa tempestad de nieve, sorprende y mata sobre el nido mismo, así en tu cerebro luminoso, muertas quedaron las ideas soberbias, sin vida los grandiosos pensamientos, cuando la muerte, con su mano ruda, te oprimió el corazón y la garganta;
tus labios, catarata de armonías, como un torrente exhausto, yacen mudos;
como un pájaro herido, la palabra plegó las alas, rebotando el vuelo; y expiró sollozando entre tus labios;
¡oh cantor inmortal!

¿Quién como tú hará las estrofas demoledoras, esos cánticos bravíos, esas rimas sacrílegas, iconoclastas, que como verbo de Lucrecio y acentos de Luciano, pasaban por los cerebros, disipando sombras, expulsando dioses, azotando errores, borrando de las almas inocentes las últimas leyendas del milagro, los cuentos de los viejos taumaturgos?
¡oh tribuno prodigioso!
aún me parece oír la severa armonía de tus frases, bajando de la alta cátedra, donde brotaban las ideas cantando, mariposas de luz, aves canoras, que tenían del águila y la alondra, de los panales que libaba Homero, y del encanto que fulgía en Platón;
y, ¡aquellos días de luchas tribunicias...!
aún me parece escuchar, vibrando en el espacio como una catarata en la montaña, el rumor de tu verbo portentoso;
como una tempestad en el desierto, pasaba así, tu acento de tribuno, dominando las hoscas multitudes, o haciéndolas erguirse amenazantes cual las olas de un mar embravecido; y, encadenando a ti las almas todas;
y, pasaba como un huracán, por sobre los espíritus asombrados, desarraigando las creencias que alimentan la ignorancia, citando al error ante tu barra, atacando al monstruo en su guarida;
y, trayendo a tus plantas, ya vencido, y aún sangriento y hosco: el fanatismo;
¡oh! tu acento aquel, que recordaba el soplo poderoso que atraviesa por las páginas incendiadas de la Biblia, ardiendo zarzas, incendiando montes, hendiendo rocas, deteniendo ríos, y fijando el sol sobre los cielos, para alumbrar una hecatombe siniestra;
¡oh patria mía!
¡oh patria infortunada...!
de a orillas de esa tumba, te saludo;
en esta tempestad de lodo, que ha nublado tu cielo antes brillante, y ha anegado tus bosques, tus plantíos, tus valles, tus montañas, tus palmeras, produciendo no sé qué extraña floración exótica, que ha envenenado el aire con sus miasmas; y, una fauna de monstruos y reptiles, que viven en el fango que han formado;
bajo este viento, que viniendo de no sé qué incógnitas neveras, ha hollado las cimas y los llanos, haciendo vacilar los grandes árboles e inclinarse encinas gigantescas;
en esta pavorosa noche moral, que ha caído sobre ti, ver apagar los astros en tu cielo, llena las almas de un horror inmenso;
en esta hora trágica de tu historia, ¡oh mártir infortunada! ¡oh Nioble americana, la muerte de tus grandes hijos, es más triste!
en el reinado del crimen, la muerte de la virtud, es un castigo;
cuando Catón se suicida, César vive;
de sus entrañas desgarradas, brota el monstruo;
cuando Thraseas sucumbe, Nerón ríe;
la sangre del Justo, alimenta sus verdugos;
mas, no envilezcamos la historia, comparando;
¡aquellos que te oprimen, patria mía, bien la deshonran con pasar por ella!
¡cómo se van tus grandes hombres!
ayer, no más, Francisco Eustaquio Alvarez, el Foción de tu tribuna, el que hizo enmudecer con su elocuencia, los sicorantas garrudos del César; y, cegar con el esplendor de su palabra, a los traidores, mudos de vergüenza;
hoy, Arrieta, el más grande orador, que muerto Rojas Garrido, haya pisado tu tribuna;
llora, ¡oh patria infortunada!, llora tus hijos muertos!
en este éxodo doloroso, a que el despotismo condena tus grandes caracteres, cuando la caravana doliente de tus hijos va marcando con los huesos de sus muertos las playas de Europa y las de América, llorar esos grandes desaparecidos es tu deber;
mientras tienes la fuerza de ser libre, guarda el derecho augusto de estar triste;
Sión, de los pueblos americanos, ¿no te alzarás jamás?
madre de Macabeos, vela tu rostro y desgarra tu vientre profanado, si es que infecundo es ya para la gloria;
y, tú, ¡oh muerto ilustre!
duerme en paz, al calor de una tierra amiga, a la sombra de una bandera gloriosa, lejos de aquel imperio monacal que nos deshonra;
duerme aquí en tierra libre;
tu tumba será sagrada;
aquí no vendrán, en la noche silenciosa –como irían en tu patria–, los lobos del fanatismo a aullar en torno a tu sepulcro, hambrientos de tu gloria;
los chacales místicos no rondarán tu fosa;
y, las hienas, las asquerosas hienas de la Iglesia, no vendrán a profanar tu tumba, desenterrando tus huesos, para hacer con ellos, el festín de su venganza;
¡duerme tranquilo!: has muerto en una patria, en que sería glorioso haber nacido;
descansa, ¡oh maestro! ¡oh mi amigo!;
duerme para siempre;
los muertos como tú, no se despiertan; ni escuchan la trompeta del arcángel; ni acuden a la cita final en Palestina;
sobre tumbas como la tuya, donde la luz impide que germine la beatífica luz de la quimera, no se detiene el Cristo mítico, ni abre su floración de sueños el milagro;
nadie los llama a juicio;
tú lo dijiste:
Aquel que dijo a Lázaro: ¡Levanta! No ha vuelto en los sepulcros a llamar;
¡no llamará en el tuyo!
¡duerme en paz!».

José María Vargas Vila



"El verso ha sido la forma más armoniosa de expresión, pero no la más perfecta. El verso fue el lenguaje de los pueblos primitivos; la prosa, rompiendo el diapasón del verso, libertó el pensamiento de las entrabas métricas, y le dio una musicalidad más consistente y más sonora; una belleza viril, de la que
había carecido hasta entonces. La aparición de la prosa, no venciendo, pero dominando al verso, ha sido la más trascendental de todas las evoluciones del lenguaje humano. La prosa fue, como dijo De Quincey, “el descubrimiento de algunos hombres de genio”."



José María Vargas Vila



"Es necesario ser, prematuro o arcaico; ser moderno, es, ser mediocre."

José María Vargas Vila



"Escapar de sus detractores, es ya una victoria; pero, ¿cómo escapar de sus imitadores? La última victoria de un gran escritor, sería ser inimitable."

José María Vargas Vila


"La corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo."

José María Vargas Vila


"La libertad no duerme tranquila a la sombra de las armas."

José María Vargas Vila


"Las luces blondas del último reflejo solar habían sucedido las azules profundidades de la noche, en cuyo seno las estrellas semejaban avalanchas de oro, en la gloria cambiante de los cielos tropicales.
La luna, como un pájaro mitológico prisionero en una red azul con puntos de oro, ascendía al horizonte, melancólica, como a lentos golpes de ala en la quietud intangible del Espacio, en la gloriosa apoteosis del Silencio.
Las nubes, como cisnes eucarísticos, con las alas abiertas, encorvado el grácil cuello, la seguían en su ascensión, en la actitud extática de esos serafines, que sostienen la Hostia Santa en los frescos piadosos de Fra Angélico y en los misales policromos de viejos monasterios.
Fue en esa noche saturada de voluptuosidades, bajo las transparencias castas de ese cielo poblado de visiones luminosas, que Adela abandonó el Convento, y pasando el dintel sagrado, entró al coche en que Teodoro la esperaba, descuidada y fatal, fascinadora y enigmática, con la inconsciencia pavorosa de la Fatalidad y de lo Ineluctable.
El coche partió con ellos en la sombra estremecida.
El tuvo un momento de locura virtuosa, y pensó seriamente en depositarla en casa de sus tías, señoras piadosísimas y ancianas, y dio al cochero aquella dirección.
La noche tibia los envolvía en efluvios voluptuosos.
De los jardines escapaban por sobre las rejas, macetas trepadoras, blancas y fragantes, como vírgenes enclaustradas, que salieran a mirarlos, estremecidas bajo las caridades rosadas del gas, más pálidas en esa profanación de su virginidad silenciosa.
Perfumes enervantes, como el alma de las flores, llenaban la atmósfera cálida. Un concierto extraño de armonías desconocidas había en el aire, como si el alma de la Noche sollozara, desgranándose en los tonos elegíacos de un ruiseñor enamorado.
En el claro azuloso de esa noche, embalsamada como el cáliz desmesurado de una gran flor del cielo, la majestad espectral de los árboles se dibujaba en el horizonte, en cuyo fondo, de una palidez metálica, las nubes multiformes semejaban una bandada de aves en derrota.
Organillos de las calles les preludiaban melancólicas canciones de ternuras sin palabras, estrofas de himnos impregnados de suspiros, notas evocadoras de recuerdos lejanos, gritos de pasión, que despertaban fantasmas de sueños, caricias locas, murmullos de ruegos y de besos...
Los ruidos de afuera no perturbaban la dulce beatitud de los amantes.
Ambos callaban, impregnados de lo irreal, como de un perfume capcioso. El silencio es como el aroma del amor.
La palabra lo evapora."

José María Vargas Vila
Ibis



"Los plagiarios pueden robar nuestras palabras y nuestras ideas, pero no pueden robar nuestro talento; esa es su desesperación, y, ese su castigo."

José María Vargas Vila



"Silencioso, doloroso, pensativo, como hundido en largos sueños, muy altos, muy grandes, muy remotos, tal apareció ante mis ojos el Heroe-Proscrito, último sobreviviente de un Olimpo muerto, del cual, sólo él vagaba por el mundo diseñando en el horizonte melancólico del Destierro, su silueta heroica, hecha para ser esculpida en el frontón de un siglo, por la mano del Tiempo Reparador, lejos de los ultrajes del Olvido.
Yo, no he visto un soñador más pertinaz, que aquel anciano proscrito, que parecía no darse cuenta de que andaba por sobre las cenizas de los muertos."

José María Vargas Vila
La muerte del cóndor




"Sólo en las regiones de la fantasía es dado crear; crear es la misión del genio."

José María Vargas Vila


"Solo un gran soldado amó esa idea (la unidad latinoamericana), solo él, habría sido digno de realizarla, y, ese grande hombre, es hoy un muerto: Eloy Alfaro... Sólo él tenía entre sus manos, el fragmento de la espada rota de Bolívar."

José María Vargas Vila
Ante los Bárbaros



“Todos los hombres son aptos para perpetuar la especie; la naturaleza forma y escoge aquellos que son dignos de perpetuar la idea.”

José María Vargas Vila


"Un hombre superior no tiene amigos, sino enemigos domesticados."



José María Vargas Vila



"Yo, no amo a los poetas, sino en sus libros; es su personalidad la que me seduce; su persona me es indiferente, o molesta... Mis grandes poetas son muertos, o han estado muy lejos de mí; todo contacto con la humanidad me es odioso."

José María Vargas Vila





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