Copetón bogotano

Copetón de mi tierra: por sencillo y travieso,
porque llevas al alma juventud y embeleso,
y porque eres ingenuo, malicioso y burlón,
loar quiero tus gracias en poema florido,
en que saltes del verso como saltas del nido
tras el vivo geranio o el sutil doncenón.

De los grandes amigo, de los pobres hermano,
tú, lo mismo, lo mismo que el gamín bogotano,
eres chisme y ensueño, perversión y bondad.
Los secretos exploras, de empinada azotea,
o en tejados musgosos tu beldad se pasea,
como el alma doliente de mi vieja ciudad.

Lo han fingido mis sueños. Una tarde encantada
se dibuja en los cerros el airón de Quesada,
que hacia el valle desciende con su corte marcial;
tú no sabes las penas que a los indios afligen,
pero ves en las ramas del tugurio aborigen,
que una faja de fuego va ciñendo el maizal.

Huye el indio. Tú quedas. Como fúlgida racha
despedaza los robles el mandoble del hacha,
y las casas se elevan de las cumbres al pie.
No perdiste tu nido, copetón vocinglero,
que los patios son grandes y al calor del alero
tejerán otros nidos tu paciencia y tu fe.

Ya los tejes; de aquellos invasores amigo,
en las nobles casonas encontraste el abrigo
de las huertas floridas y el enorme solar.
En el suelo paseas picoteando el uchuvo,
o al papayo te trepas donde cuelga el curubo,
y las noches estallan en olor de azahar.

No te encuentras, lo sabes, entre gentes extrañas.
A las raras costumbres de los blancos te amañas
y les sigues las huellas una vez y otra vez.
Te consiente la esclava que, al mirarte, en él piensa;
y ya sabes en dónde se instaló la despensa
olorosa a vainilla y a canela y a nuez.

Todo llena el encanto de tus gracias joyantes.
De los chorros te bañas en los tersos diamantes
y a saltitos te pones en un tronco a secar,
o en el brevo te ríes con alegre arrebato,
al mirar te libraste de las uñas del gato,
porque llega la escoba que lo viene a espantar.

Fiel espejo de toda mi ciudad y su brega,
eres grave y solemne si entre rosas se anega
en los montes azules la fulgencia del sol,
o mezclado en las ramas a la turba canora
te alebrestas y brincas saludando a la aurora
que en los cielos revienta como inmenso ababol.

Eres triste en los pinos del feliz cementerio;
en los sauces te ocultas al amor del misterio
y en el viejo eucalipto muestras íntimo afán;
mas si vaga en el parque solitaria pareja,
pechugón tú la sigues, aguardando en la reja
mantecadas, barquillos o migajas de pan.

En los postes erguidos, de la brisa al ventalle,
muy curioso te quedas contemplando la calle
y forjando consejas de vinagre y de miel;
y si ves el canasto donde humea el piquete,
en el campo te miran con tu erecto copete,
las pupilas clavadas en el blanco mantel.

Alma frágil y noble de la verde sabana,
contemplaste una noche por la senda lejana
alejarse dos sombras dialogando su amor;
y envidioso miraste que a la luz de la luna
las dos sombras dolientes se trocaban en una,
como dos corazones en un mismo dolor…

Bogotano a la usanza, grave a un tiempo y risueño,
en altivo edificio, persiguiendo tu ensueño,
del cemento en los bloques reposar se te ve;
pero vuelves ansioso tras la prófuga calma,
que parece tuvieras el cerebro y el alma
al encanto enredados de la gris Santafé.

Porque siempre a lo nuevo tu vivir se transforma,
pero buscas lo viejo porque sigues la norma
de que el hoy y el mañana son los hijos de ayer.
Las angustias recibes con alegre arrumaco,
y eres fraile, y liróforo, y tenorio, y cachaco,
porque un prisma irisado se te quiebra en el ser.

¿A qué el águila negra de pujante decoro,
que en las garras estrecha dos granadas de oro,
para ser, ciudad mía, de tu gloria el blasón?
Bogotano sin mancha, bogotano travieso,
deja al águila brava sucumbir con su peso,
y tú llena el escudo… Copetón! Copetón!…

Nicolás Bayona Posada


"Desde el momento mismo en que Grecia pierde su independencia, el arte helénico sucumbe."

Nicolás Bayona Posada


“Tirteo era, según la leyenda, un maestro cojo y tuerto, a quien se había confiado la educación de los mendigos de Atenas. Los espartanos, viéndose necesitados de militares que los instruyeran en las artes de la guerra, solicitaron a los atenienses el envío de un general, y los atenienses –a veces burlones– les enviaron
inmediatamente a Tirteo. No conocía éste el manejo de las armas bélicas, pero sí el del verso heroico. Y se dio a entusiasmar a los soldados con himnos guerreros tan hermosos, que fue aclamado como jefe supremo de las tropas espartanas y nunca fueron vencidos los soldados a quienes animaba con sus poemas.”

Nicolás Bayona Posada










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