"Dejad que el abismo de mis pecados se disuelva ante el abismo de perdón."

Girolamo Savonarola


Diez reglas para observar en tiempo de grandes tribulaciones

La primera regla es rezar a Dios devotamente y con perseverancia para que en aquel tiempo mande buenos capitanes y pastores para consolar, animar y confortar al pueblo de Dios, quien en ese tiempo, por las grandes tribulaciones y por la debilidad y la poquedad de la luz natural y sobrenatural, fácilmente declina del bien y cae en el pecado: máximamente en el tiempo de la gran tribulación, en la cual comúnmente se pierde o disminuye el vigor de dicha luz, y por eso fácilmente el hombre declina del verdadero juicio, engañado por el amor propio y por el demonio, y por sus propios miembros. Y por eso no basta entonces a los enfermos la lumbre propia, ni el haber entendido y oído muchas cosas buenas, sino que es necesario tener ayuda extrínseca, es decir, quienes lo conforten y consuelen. 

La segunda es rogar a Dios que te dé espíritu de discreción, es decir, una vivacidad y sutileza de juicio, de modo que tú sepas discernir y conocer los verdaderos bienes de los falsos y los hombres malos, porque en aquel tiempo abundarán los tibios e hipócritas de tal manera que quien no esté especialmente iluminado no sabrá qué camino seguir. De allí que respecto de la última persecución dice nuestro Salvador: “Surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán signos grandes y prodigios, de tal modo que serán inducidos al error, si posible fuera, incluso los elegidos”. 

La tercera regla es rogar a Dios que te dé una verdadera y viva lumbre por la cual tú veas que las ceremonias exteriores, aunque sean en sí buenas, no valen nada para la salvación sin el espíritu por dentro (porque está escrito que por las obras de la ley, o sea por las ceremonias y obras exteriores, no se justifica el hombre); y que te dé la gracia de purificarte y justificarte y santificarte por dentro y no por fuera solamente. 

La cuarta es rogar  a Dios que te dé un vivo y verdadero espíritu de amor divino, el cual es consecuencia de la verdadera contrición, y al cual sigue después la verdadera pobreza y simplicidad de Cristo y el desprecio de las cosas del mundo, como por experiencia se ha visto y se veía en los hombres santos. En cuanto que, despreciando todas las cosas terrenas, y considerándolas como estiércol, cuando en las tribulaciones pierdas las cosas materiales, los hijos o la propia vida, no te turbarías, antes bien soportarías cada cosa pacientemente y con gozo del Espíritu Santo. 

La quinta regla es rogar a Dios que este Espíritu y gracia confirme en ti los siete dones del Espíritu Santo, dándote además en los tiempos de tribulación esta especial ayuda; porque no basta al hombre, máximamente en estos tiempos, la gracia y la virtud con la ayuda general de Dios, sino, para muchos casos particulares que ocurren rápido y repentinamente, es necesario que en ese tiempo tú seas dirigido y regulado por especial ayuda; sea por especial y particular sabiduría, sea por un claro conocimiento de la ciencia, sea por el temor, sea por la fortaleza de ánimo, sea por la piedad mansa. Por estos dones, el alma se hace fácilmente dócil y obediente a la particular inspiración del Espíritu Santo, y así fácilmente camina conducida por Él en el tiempo de la gran tribulación. 

Siguen otras cinco para observar cuando la tribulación está presente:  

La primera consiste en comulgar con frecuencia, bien dispuesto por una verdadera confesión y contrición de los pecados, porque el primer efecto de este sacramento es convertir al hombre en Cristo. Por eso, cuando el hombre más frecuenta dignamente la comunión, tanto más crece el amor de Cristo, y más se une con Dios, y adquiere más gracia y virtud y fortaleza para tolerar toda tribulación. Por eso, en la primitiva Iglesia, por las grandes tribulaciones que había, comulgaban los cristianos todos los días para poder ser fuertes y gallardos ante toda tribulación, estando siempre preparados y bien dispuestos para poder comulgar dignamente. 

La segunda regla es orar asiduamente, porque la frecuente y atenta oración fortalece al hombre en toda virtud, lo hace fuerte, gallardo y excita el fervor por el cual el demonio no puede acercársele. Ilumina además admirablemente al hombre en todo lo que ha de hacer, y lo hace familiar a Dios. Así dice el Salvador: “Es necesario orar siempre, y nunca desfallecer”. 

La tercera regla es pedir a Dios continuamente que refrene la potestad adversa, es decir al diablo con sus seguidores, quitándoles su intelecto, su afecto y su fuerza de hacer mal, creyendo firmemente que la mano de Dios es la que mueve todas las cosas, y hace vencer todas las tribulaciones, y que la oración es de grandísima eficacia para impetrar toda cosa de Él. 

La cuarta regla es pedir a Dios que dé fin pronto a tantas tribulaciones, quitando la causa, como son las malas cabezas y el gran poder que tienen con sus secuaces, no queriéndose convertir a penitencia, sino estando obstinados en hacer mal, como está escrito: “Disipa a la gente que quiere guerra.”

La quinta y última regla es pedir a Dios eficazmente que por este camino de la tribulación, haga perfectos a los buenos, purifique a los imperfectos, y suscite muchos pecadores a penitencia, porque muchos que por la tribulación vuelven a penitencia, en la prosperidad no se convierten, más bien se hacen peores.

Girolamo Savonarola


“El palacio papal se ha convertido literalmente en una casa de prostitución en donde las zorras se sientan sobre el trono de Salomón… Quien quiera puede pagar para entrar allí y hacer lo que desee.”

Girolamo Savonarola
Tomada del libro Historia oculta del satanismo de Camacho, Santiago, página 81



“Ha sido necesario encontrar la ley para refrenar la audacia de los hombres malos, a fin de que los que quieren vivir bien estén seguros, máxime porque no hay animal más malvado que el hombre sin ley.”

Jerónimo Savonarola



"La caída de los grandes príncipes, opresores de las masas. Cuantos habitan en las adornadas jaulas de oro acabarán siendo cautivos de las debilidades del hombre dando así principio a su final."

Jerónimo Savonarola
Profecía sobre los infortunios de Italia


"La fuerza no estriba en poseer un gran cuerpo, sino solamente en el espíritu." 

Jerónimo Savonarola


"Me preguntáis en general, cuál será el final del conflicto. Yo contesto: la victoria. Pero si me lo preguntáis en particular, os contestaré: la muerte."

Jerónimo Savonarola


"No quiero un birrete cardenalicio ni ninguna mitra, grande ni pequeña. No quiero sino lo que le diste a tus santos: la muerte."

Jerónimo Savonarola
Lo que contestó cuando el papa Alejandro VI le ofreció el cargo de dignatario de la Iglesia con la intención de disuadirle de su anticlericalismo despiadado y severo, Savonarola



"No te rogamos, Señor, que nos concedas el sosiego, sino que nos prestes la entereza y la gracia necesarias para superar la adversidad:"

Jerónimo Savonarola


"No vendáis, ni compréis las cosas espirituales que deben recibirse y darse únicamente por amor a Dios."

Jerónimo Savonarola




"Señor; no rezamos por la tranquilidad, ni para que cesen las tribulaciones; rezamos por Tu Espíritu y por Tu amor, para que nos concedas fortaleza y gracia para superar la adversidad."

Jerónimo Savonarola




"Todo el mundo sabe que su gloria no se ha propagado por la fuerza ​​de las armas, sino por los pescadores pobres."

Jerónimo Savonarola




"Una iglesia que devasta, que ampara a prostitutas, mozalbetes licenciosos y ladrones, y en cambio persigue a los buenos  y perturba la vida cristiana no está impulsada por la religión sino por el diablo, al que no sólo se le puede sino que se le debe hacer frente."

Jerónimo Savonarola

















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