El Jazmín de la Princesa 

La princesa tenía un jazmín que vivía con su mismo aliento. Se lo había regalado la luna.
La princesa tenía ocho o nueve años pero nunca la habían dejado salir sola de palacio. Y tampoco la llevaban donde ella quería.
Un día dijo a su flor:
– Jazmín, yo quiero ir a jugar con la hija del carbonero sin que lo sepa nadie.
– Ve, niña, si así lo quieres. Yo te guardaré la voz mientras vuelves.
La niña salió dando saltos. El carbonero vivía al principio del bosque.
Pronto la Reina echó de menos a su hija y la llamó:
– Margarita, ¿dónde estás?
– Aquí, mamá –dijo el Jazmín imitando la voz de la princesa.
Pasó un rato y la Reina volvió a llamar:
– Margarita, ¿dónde estás?
– Aquí, mamá –contestó el Jazmín.
El principito, hermano de Margarita, llegó del jardín. Era mayor que su hermana y ya cuidaba de ella.
– Mamá ¿no está Margarita?
– Sí, hijo.
– ¿Dónde?
La Reina llamó a su hija y el jazmín contestó como siempre.
El príncipe se dirigió al lugar de donde venía la voz pero no vio a nadie.
La Reina repitió la llamada y el jazmín contestó. Pero pudieron comprobar que la niña no estaba, ni allí ni en ninguna parte.
Avisaron al Rey. Vinieron los cortesanos. Llegaron los guardias y los criados. Todo el palacio se puso en movimiento. Había que encontrar a la niña. La gente corría de un lado para otro en medio de la mayor confusión. La Reina lloraba. El Rey se mesaba los cabellos.
La Reina volvió a llamar esperanzada.
– Margarita, ¿dónde estás, hija?
– Aquí, mamá.
Se dieron cuenta de que la voz salía de la flor.
El Rey dijo que echaran el jazmín al fuego porque debía estar embrujado; pero la princesa llegó a tiempo para recogerlo.
Su hermano le dijo autoritario:
– ¡Entrega esa flor!
– ¡No la doy! Es mi jazmincito. Me lo regaló la luna. –Y lo apretó contra el pecho.
– Una flor que habla tiene que estar hechizada –dijo un palaciego.
– No la doy.
El Rey ordenó:
– Quitadle la flor a viva fuerza.
Y la niña, rápidamente, se la tragó. El jazmín, no se sabe cómo, se le aposentó en el corazón. Allí lo sentía la niña.
Todos lloraban porque decían que la princesa se había tragado un misterio. Y que vendrían muchos males a ella y al Reino. Pero no. Sólo que, a la Princesa Margarita, se le quedó para toda la vida la voz perfumada.

Amira de la Rosa


Himno de Barranquilla

[Coro]

Barranquilla, procera e inmortal
Ceñida de agua y madurada al sol
Savia joven del árbol nacional
Del jubiloso porvenir crisol.

Ilusión del Caribe blanco-azul
De Colombia tendida en el umbral
Da su voz y su músculo al progreso
Barranquilla, procera e inmortal!

Coronada de firme amanecer
Que conduce en su espalda el porvenir:
las sirenas de fábrica y taller
son rumor arterial de su existir.

Barranquilla sabe cantar
y sobre el yunque martillar.
Tajamares de Bocas de Ceniza
Cuchillada del río sobre el mar
al Caribe central colombianiza
tu robusta aptitud de navegar.

[Estrofas]

La llanura dormida junto al mar,
con esquilas y silbos de pastor,
ve en su entraña de virgen despertar
una lengua, una sangre y una flor.

Barrancas de San Nicolás
con el Magdalena detrás.

Sin caballos de guerra y sin hazaña,
sin el indio tambor interrumpir,
bajo el Cuarto Felipe, Rey de España,
Pedro Vásquez ordena tu vivir.

Prometida del mar casto y viril,
profesora de esfuerzo y dignidad,
hacen Patria tu gesto y tu perfil
y tu alegre y fragante mocedad.

Frente de América del Sur,
pensamiento de buen augur.
Luchando por Colombia libre y grande
diste gajos de sangre y de valor.

Tu bandera de luz sube y expande
el sentir del triunfal Libertador.

En el ímpetu verde y tropical
de tus patios de mango y de jazmín
es pasión el susurro nocturnal
del follaje, del tiple y del flautín.

Barranquilla, trenza de ardor,
danza la vida, alrededor.

Tus mujeres perfilan la alborada
de la rosa, el donaire y el honor,
por su gracia madura y recatada
apresura sus pulsos el amor.

Tierra madre, lujosa de matriz,
que a tus hombres enseñas tu tesón,
la honradez de la yuca y del maíz
y a llevar en la mano el corazón.

Barranquilla clara y leal,
con su ancha orilla de cristal.

Generosa renuevas cada día
cauce vivo de azul sinceridad:
frente al mar tiene puesta tu hidalguía
casa abierta y amistad.

Amira de la Rosa




La LLuvia

A Margarita le entraron unas ganas desesperadas de saber contar.
Le enseñaban con garbanzos y ella se aplicaba:
– Uno, dos, tres... veinte... treinta...
– ¿Y ahora qué sigue?
– Y así un día y otro?
Cuarenta, cincuenta... y ya contaba de corrido hasta ciento. Estaba feliz.
Un día aparecieron nubes en el cielo. Ella se sentó junto a la ventana de su cuarto sin hablar. A todos les extrañó verla con la vista fija sobre los cristales.
Empezó a llover y ella soltó por el aire sus números, los que había aprendido, como si fuesen globos de colores.
– Uno, dos, tres... Contaba apresuradamente con ansiedad. Apretaba la lluvia y ella casi se ahogaba porque el agua podía más que su ligereza.
– Sesenta... setenta... noventa... cien...
Y soltó a llorar.
– ¿Qué te pasa?
– Se me acabaron los números. Ya no puedo contar más.
– ¿Qué contabas?
– Eso... eso... Yo quiero saber cuántas gotitas tiene la lluvia.

Amira Arrieta McGregor firmaba con el seudónimo de Amira de la Rosa



"La poesía es iluminación; no alucinación."

Amira de la Rosa





No hay comentarios: