El juicio

No nacido
para vivir bajo las alas de la fuerza,
adopté la inocencia del culpable. 

Legitimado
por la ley de los más fuertes
está el juez sentado a su mesa,
y hojea, hosco, mi expediente. 

Sin deseos
De rogar clemencia,
me planté ante la barrera
con la máscara de la luna poniente.

Con la vista clavada en la pared
vi al jinete de ojos vendados
por un oscuro viento,
helado fragor en las esporas de los cardos.
Remontaba el río bajo los alisos. 

No todos van erguidos
por el vado de los tiempos.
A muchos les arranca el agua
las piedras bajo los pies. 

Con la vista clavada en la pared,
incapaz
de llamar aún aurora
a la bruma de sangre,
oí cuando el juez
dictó su sentencia,
añicos de frases en papeles amarillentos,
y cerró la tapa de las actas. 

Inescrutable
lo que movía su rostro.
Cuando lo miré
vi su impotencia.
El frío me cortó los dientes.

Peter Huchel



El mirlo acuático

Podría descender luminoso
en picada en el fluir de lo oscuro
y así pescar una palabra,
como ese mirlo acuático
que a través del cobertizo del aliso
toma su alimento del fondo
pétreo de las aguas del río.
Gambusinos, peces,
alejen sus utensilios.
El pájaro esquivo
quiere efectuar
su trabajo en silencio.

Peter Huchel



En Wildenbruch

Un cardo y su memoria
descompuesta por el viento.
Caballos con arneses
con talante del relámpago.
En el agua enrojecida
la tajante sombra de los peces.
Pronto la niebla se engulle
el pesebre de la rama seca.
La confesión del año,
los cuervos la llevan
en la blanca sombra del cielo.

Peter Huchel



Mala hierba 

Tampoco ahora que el revoque se comba
y desprende del muro de la casa,
que las metástasis del mortero
se hacen visibles en anchas madejas,
quiero escribir a dedo desnudo
en la pared porosa
los nombres de mis enemigos. 

El flujo de escombros nutre a la mala hierba,
las ortigas, de palidez calcárea,
proliferan en el cuarteado borde del terrado.
Los carboneros que al atardecer
me abastecen de coques a hurtadillas,
acarreando los cestos hasta el sótano,
no ponen cuidado, aplastan
las onagras,
que yo levanto de nuevo. 

Bienvenidos los visitantes
que aman la mala hierba,
que no evitan el sendero de piedra
cubierto de hierba.
Ninguno viene. 

Vienen los carboneros,
de sus sucios cestos vierten
la negra y angulosa tristeza
de la tierra en mi bodega.

Peter Huchel


Otoño de los mendigos

En el cercado de zarzamoras,
la madera perecedera,
dio muchos frutos,
tostados por el sol,
muy agrestes y frescos de lluvia.
Los que descansan por la noche
alisaron el follaje,
antes que,
en zapatos con remiendos de alambre,
los alejara bajo el polvo.
Arbustos de octubre,
húmedos y deshojados,
resquicio de nueces descompuestas,
en hierba que la escarcha ha congelado,
la fría dentellada de la niebla.
Vaciado, como un panal,
absorto, el girasol mira.
El viento, que entre espinas se desliza,
como un cuchillo es duro al tintinear. 

Peter Huchel


Sibila del verano

Septiembre arroja lejos el panal
de la luz, más allá de los jardines rocosos.
Aún no quiere morir la sibila del verano.
Con el pie en la niebla y rígida la faz,
vigila el fuego en el hogar frondoso;
cáscaras de almendras, como urnas en pedazos,
yacen allí dispersas, en dura, herbosa senda.
La inclinada hoja de la caña el agua ha grabado.
Las arañas vïajan, hilos vuelan.
Aún no quiere morir la sibila del verano.
Anuda a los árboles su pelo.
En podredumbre abierta el higo alumbra.
Y blanca y redonda cual huevo de lechuza
brilla de noche la luna en ramaje cenceño. 

Peter Huchel


Sin respuesta

Sobre la flotante
cabeza de niebla
del roble
se posa la corneja.
El tirante está vacío.
Sombras de secos
pámpanos
en el cielo raso.
Signos,
escritos
por la mano de un mandarín.
El alfabeto
que posees,
no alcanza,
para dar respuesta
a la escritura indefensa. 

Peter Huchel














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