El poeta joven

Para Carolyn Kost y Nick Hill

Hace muchos siglos yo también fui un poeta joven
Escribí sobre amores desesperados que por cierto tuve
Sobre la vida que pasé en lugares cálidos o cubiertos por la nieve
O los imaginé como todo poeta adolescente debe hacerlo
A lo mejor escribí una imagen poderosa
Pero nadie nunca la descubrió
Ni jamás fue leida que es lo peor para el joven poeta
Soñé que con algunos versos dejaba temblando a un poeta famoso
Luego me escribía pidiendo leer el resto de mis escritos
Visitar su casa o su país, beber su vino
Contemplar sus envidiables tesoros
(unos gastados zapatos de Rimbaud por ejemplo,
la camisa campesina del adolescente Esenin
o el revólver con el que se suicidó Mayakovski)
Otras veces imaginaba que era recibido por las multitudes
Como ahora son recibidos los artistas de los video-clips internacionales
Soy ya el poeta envejecido que no fue tocado por la luz de la fama
Fui en un tiempo remoto
El bello poeta, tierno e ingenuo
Ya nada importa si mis poemas permanecen sepultados
En algún estante polvoriento
De una computarizada biblioteca postmoderna
En la última galaxia de nuestro Universo infinito
Solo sé que son indescifrables jeroglíficos
De una especie cada vez más extinguida
Ruinas arqueológicas hundidas bajo toneladas de piedra 

Javier Campos


El poeta olvidado

Escribo tu nombre en esta biblioteca virtual de Alejandría
y hay miles;
tu primer nombre es de millones,
tu nombre y apellido juntos también es de miles;
y cuando escribo "poeta" ante tu nombre
y tu apellido
la máquina entre billones de nombres
no encuentra el tuyo en ninguna parte

ni siquiera sabe que fuiste un poeta de un pueblo
de mi país
que escribiste dos libros que nadie te publicó,
o quizás era sólo uno, o probablemente ninguno,
que leías tus poemas en lugares que sólo interesaban a los poetas
o cuando hace siglos los poetas eran queridos por las muchedumbres;
pero de eso ya ha pasado mucho tiempo

nada dicen de ti en esta biblioteca cibernética
aún cuando tu nombre y tu apellido aparece miles de veces;
tampoco hay referencia alguna que mencione que fuiste un poeta maldito
o quizás eso fue una leyenda y eras realmente un poeta romántico
ni tampoco hay información de que tenías un único abrigo gastado
y eras pálido (o pálida) como la luna

menos que alguna vez fuiste un guerrillero o guerrillera
y te metiste por meses o años en un selva
de eso sí que nadie se acuerda en aquel pueblo
del sur de planeta
o quizás aquello fue también una leyenda que a nadie importa
ni siquiera hay una foto de ti
ni aquella al lado de un poeta famoso quien decían era tu amigo
y cuyo nombre ya nadie tampoco recuerda

hermosa o bello te encontraban las muchachas
y los muchachos adolescentes suspiraban por ti,
y eso parece que era verdad

querido poeta olvidado
quizás aún deambulas por el pueblo aquel, envejecido, o anciana,
con tu gastado abrigo desteñido, solapas alzadas,
pelo encanecido, y tu bella sonrisa destruida,
con alguna cicatriz de una bala que recibiste
cuando vivías en una selva, en una montaña,
cuando te enamoraste de una boina con una estrella
ni siquiera la post modernidad (ni menos la modernidad)
se acordó de ti;

quién sabe si en un par de segundos ahora aparezca tu nombre y apellido
y quedes para siempre en esta biblioteca cibernética
a lo mejor alguna muchacha (o algún muchacho) del futuro
encuentre tu nombre
y sepa que fuiste una poeta pobre y olvidada,
o quizás a esa muchacha del futuro (o a ese muchacho)
ya no le interesen ni los poetas viejos
tampoco los poetas muertos, ni menos los poetas jóvenes,

o quizás sí
porque hay que tener fe en el futuro
y aún dentro de este paisaje virtual y cibernético
que rodea al Universo
tendrá que haber en alguna parte del planeta
una muchacha (o un muchacho)
que volverá a repetir la historia del poeta olvidado.

Javier Campos



El poeta pobre

                                               Para Yevgeny Yevtushenko

                                                           Juventud, divino tesoro
                                                                                Rubén Dario

Yo también en mi dorada juventud fui un poeta pobre,
miles de noches me dormí, como el poeta ruso Serguei Esenin,
mirando las estrellas desde un pajar;
navegué a regiones desconocidas, sonámbulo,
en barcos estancados en la arena de mi pueblo,
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
sin que ningún cíclope me impidiera el regreso
También en mis momentos más tenebrosos o despechado de amor
cometí cientos de suicidios
con el mismo revólver del poeta Maykovsky
cuando a los 30 años se disparó en la cabeza;
o anduve por kilómetros sin rumbo fijo
hundiéndome en el mar un día hermoso al atardecer
como se suicidó la poeta Alfonsina Storni
entrando semidormida en las olas del océano

Como Lázaro de Tormes
también bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener un viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca
en el verano

Me embriagué con otros manjares
venidos desde los Jardines de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran

Probé los venenos de las hierbas más milenarias de la tierra
aquellas que los zapotecas tomaban mirando el atardecer
en una playa de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir
para soñar con el paraíso que les esperaba

Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
para que ella me hiciera dormir
leyéndome uno de esos libros inexistentes
de nuestra extensa biblioteca de Alejandría

En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche
en papeles inmaculadamente blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas,
afiebrado de imágenes,
nada más que un sólo verso

También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida

Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por las azules muchedumbres como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo

Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios,
invitados por los países ricos y por los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.

Javier Campos


El supermercado

«En lo que tal vez sea la víspera de una espantosa imposición de muerte
y destrucción sobre la población de Irak -una población, hay que añadir,
de la que más del 50% es menor de 15 años-, el Senado de Estados Unidos permanece callado. El Senado de Estados Unidos sigue trabajando como si no pasara nada. Verdaderamente estamos caminando sonámbulos por la historia.»
Russel Byrd

Hoy día no voy a hablar de la guerra contra Irak
sino de un supermercado
lleno de las más diversas comidas, inimaginables,
necesarias y no necesarias, frutas de los más apartados
rincones del planeta, arroces de todos los tamaños, blancos
y de colores variados, los que producían los indígenas
norteamericanos, los que producían
hace milenios los chinos en el Asia,
los hindúes en sus comidas aromáticas y sensuales,
porque todo el mundo sabe que el Kama Sutra
se escribió después de comer bien

aquí viven las manzanas olorosas
de diferentes colores y sabores,
ésas que en algunas partes del mundo
no se han visto como se ven
en este supermercado, las que en Cuba son objetos de oro,
que jamás han crecido allí pero sí su dulce caña de azúcar
que también está aquí en este supermercado,
y las uvas de Chile, rosadas y negras, blancas y gigantes
como las aceitunas de Sevilla, también los quesos de Francia,
de Alemania, del lluvioso Oregon, verduras que vienen
de China, Malasia, Madagascar, Vietnam,

o de América Central el oloroso cilantro o el ají poderoso de
Oaxaca, la cerveza de Polonia, Rusia, o de Nueva York,
el ron de Nicaragua o el más delicioso
«Habana Club» de Cuba,
los jamones de el país Vasco, las naranjas gigantes
de Florida, y las de Andalucía, los tomates de Guadalajara,
las cebollas chilenas para el ceviche peruano,

el pan hecho de cereales infinitos dejan
el olor a casa calentada
y fraterna, el pan de cada día está aquí cada hora,
siempre, nadie pasaría hambre en este supermercado,

y el vino de Chile, de Argentina,
Galicia, Australia, Alemania,
Hungría y de California,
todo esta aquí en este jardín , todo
para nuestras necesidades y las necesidades
que no necesitamos, pero también
las necesidades que soñamos
aquí en los estantes al alcance de la mano,
están los frutos del universo, tranquilos y apacibles,
disponibles, la gente que camina por este supermercado
cree que estos lugares maravillosos
están en todas las partes del mundo,
hasta en los más apartados lugares de Irak
este lugar es el Jardín del Edén
pero el Edén estuvo históricamente
en Babilonia, muy cerca de Bagdad
la que fuera una de las ciudades más hermosas del Oriente
cuyos jardines colgantes se contaban
entre las siete maravillas del mundo.

Porque Bagdad fue también la ciudad
donde nada más que allí
pudieron inspirarse las historias
de «Las mil y una noches» después que los amantes
comieron y bebieron llenándose el corazón de placer y amor;
pero más al sur de Bagdad estaba la ciudad de Ur,
fundada en el año 4.000 a.C.
donde nació el profeta Abraham,
venerado por judíos, cristianos y mahometanos
pero nadie piensa en este
supermercado que millones de bombas
caen en estos momentos sobre esa antigua Mesopotamia,
(«la cuna de las primeras civilizaciones humanas del viejo
mundo» , dice la mismísima Enciclopedia Británica);

pero en este supermercado nadie
tampoco piensa en la guerra
ni en la antigua Mesopotamia ni en el profeta Abraham
ni en los cuentos de «Las mil y una noches»
ni en las bombas nucleares
ni en los millones de muertos que van
a caer allí como insectos
por el aire contaminado, por el humo
con uranio de las bombas,
impurificando las aguas, los jardines, los campos, los valles,
los ríos y los Golfos, y todas las semillas,
para producir estos productos bellos de este supermercado
apacible, solitario, y con música ambiental
porque la tierra será convertida allí, por mucho tiempo,
en partículas de uranio o bañada
por billones de galones de petróleo crudo
en esta Cornucopia gigantesca
–o en el cuerno de la abundancia-
nadie sabe qué significa la guerra
porque esa palabra no se ha pronunciado jamás entre estas
verduras, entre estos preciosos cereales,
los miles de sacos con los miles
de granos de aromáticos café,
los manantiales de leche con mucha grasa,
con poca grasa o sin grasa,
las variadas carnes, los pescados sabrosos de todos los ríos
y mares del planeta, el placer de comer las uvas
en cualquier tiempo del año,
paladear los vinos incontaminados y luego hacer el amor
o sea, tener la vida casi perfecta ;

yo no quería hablar de la guerra en este momento
sino de este supermercado donde
cada día paso a buscar
mis alimentos necesarios
alegre
feliz
y sin mencionar nunca
la palabra

GUERRA

Javier Campos



Los Gatos 

Castrados, los gatos recorren el universo de la casa,
escondidos durante las más insólitas horas del día
duermen casi sonámbulos de los fríos traicioneros

a sus oídos -verdaderos radares peludos- llegan lejanos ruidos
del misterioso universo, voces imperceptibles,
quizás señales de otras estrellas

a veces uno de ellos sale a recorrer esta galaxia de muebles,
ventanas melancólicas, plantas neuróticas,
libros descansando como sapos, ropas aburridas
durmiendo sobre una silla,
o se pasean como fantasmas alrededor de un cuerpo
que abraza a otro cuerpo

huele curioso la piel de esos dos amantes ardientes
como si descubriera que las estrellas también
tienen perfumes deliciosos
para sus narices refinadas y poderosas

y sigue su marcha de elefante diminuto, peludo,
feliz de ver otro día más de sus siete vidas,
se encarama como una pluma sobre la ventana
donde está el sol
y allí se solaza, se restriega contra el cristal
como si hubiera dado al fin con la bella arena caliente
de la luna
el otro; su amigo, su amante, su compañero, su conocido
-con los gatos nunca se sabe-
que aún sigue durmiendo,
se mueve en el sofá suave y presiente en su sueño apacible
una catástrofe gatuna:
que su amante, amigo, compañero, conocido,
no está a su lado;
entonces como nunca siente el frío helado de la madrugada,
cual ordinario gato abandonado

y abrazado a sus sueños tenebrosos, negros,
sale como un rayo en busca del desaparecido
recorre aullando con dolor de animal herido
tal si hubiera recibido la bala de algún cazador insensible
o el tormento del más cruel torturador

y va por la galaxia desolado, loco, deprimido,
esquiva como un rayo las rocas que pasan veloces sobre su cabeza,
aerolitos como bombas atómicas pueden hacerlo polvo,
la radiación mortal de universo lo dejaría peor que gato mojado,
casi lo enceguece la luz del sol, pero el gato tiene
un sofisticado sistema que distingue la mala luz
de la buena luz

escudriña, y logra ver entre tanta oscuridad que lo acecha
a un ratón escondido, sudando el bichito de ser devorado
pero sigue caminando (el hambre no le preocupa)
entre medio de otros planetas,
pasa por debajo de los astros, las estrellas y las galaxias,
se mete silencioso entre las llamas del sol y sale de allí
casi chamuscado, sudando,
y su hermoso pelaje oliendo a quemado;

y cuando llega por fin a la ventana
y ve a su amigo, su compañero, su amante o su conocido,
tan indiferente, recostado panza arriba,
gozando satisfecho la maravillosa luz de la madrugada,
lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele, lo despierta;
y el otro, sorprendido:

lo acaricia, lo muerde, lo lame, lo huele y lo besa.

Javier Campos


Woodstock

Yo no estuve en Woodstock en agosto de 1969
en estas montañas verdes y apacibles
unos días de verano y a esta misma hora
cuando llovió tres días seguidos sin que toda esa agua
oxidara las guitarras eléctricas
humedeciera los cables de los micrófonos
o ahogara el canto y los discursos
que salían de los gigantescos parlantes
plantados en el proscenio iguales que árboles negros

Tampoco cayeron rayos que hicieran cenizas
a los cientos de cantantes
quienes producían el ruido más ensordecedor
escuchado nunca
a varias millas a la redonda en estos potreros
donde por décadas sólo se escuchó
el rumiar de las vacas
el relincho de los caballos
el motor de las máquinas de labranza
o el sonido del maíz
cuando bajaba de los largos graneros de metal
elevados al universo
en un monumental símbolo fálico
(Ninguno se preocupó tampoco qué habría pasado
por las cabezas de los silenciosos campesinos,
los mismos que Walt Whitman describió en
Hojas de Hierbas,
cuando vieron llegar medio millón de gente
a estas montañas
donde nadie conocía otro sonido ni canto que no fuera
el que nacía de la misma Naturaleza )

Durante esos tres días hubo tormentas eléctricas
y por el cielo se vieron los caballos del Apocalipsis
abajo una marea humana se movía como el Arca de Noé
en frente del monumental proscenio
azotado por la tormenta

El vapor de los cuerpos calientes de los jóvenes
se elevaba como una antorcha entre la lluvia
miles de mujeres y hombres rubios bailaban
sonámbulos:
negros de Harlem, Chicanos del Valle de San Joaquín,
o puertorriqueños pobres de New Jersey
se abrazaban a jóvenes indios que tomaban
cerveza en latas
o a profetas, gurus, vagabundos, adivinos,
músicos callejeros y saltimbanquis

El viento llevaba y traía el aroma fragante
de la mariguana,
o el hashish y el peyote que también subían al cielo
en un remolino de humo sagrado
seguido por miles de ojos en llamas

La lluvia caía como cataratas
y construía en la tierra y en el pasto
lagos artificiales
que usaron para nadar desnudos,
dejaron que sus cuerpos hermosos
se hundieran en cámara lenta
y se bautizaron con el agua que venía del cielo
como si fueran los humildes profetas
de lejanas civilizaciones
escondidas bajo la tierra para siempre

Se abrazaban transparentes
de una misteriosa luz interior
entraban y salían de esas lagunas artificiales
con el corazón purificado
limpiándose la mugre del alma
creyeron que tocaban el origen humilde del Universo
hicieron el amor sobre el pasto cubierto de barro
y nadie preguntó nada a nadie
nadie tampoco les apuntó con el dedo
ni nadie llamó a la policía que vigilaba desde lejos
en sus autos blanco y negro, con luces intermitentes
que giraban como látigos de fuego

(Ninguno en esa multitud supo tampoco
que la Guardia Nacional
tenía cien helicópteros
aguardando detrás de las montañas
para lanzarles bombas de humo
y transformar esa tierra prometida
en un Holocausto).
Pero todos experimentaron allí
el Paraíso Original

En el proscenio seguían pasando las bandas
y los cantantes
compitiendo con los rayos y los truenos
tal si fueran las mismas bombas
que a esa misma hora
estaban
             cayendo
                          ininterrumpidamente en
                                                                           Vietnam

                    ***

Hoy el lugar es el mismo
y llueve como en agosto del 69
sólo quedó un monumento de piedra y metal
recordando el deslumbramiento que por tres días
tuvo toda una generación

Siempre hay flores frescas
y no falta el que deja una bolsita de mariguana:

esas hierbas fueron sus únicas armas silvestres
y esas hojas sagradas
                                  las únicas

donde alucinados vieron el origen del futuro.

Javier Campos













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