Durante todo el invierno

Durante todo el invierno que fue como hielo entre
tus brazos yo huía desolada por una vasta, grande
llanura color ámbar. No era por celos que se desvanecían
entre las grandes sombras de los rascacielos; no era el
hielo por lo que yo despreciaba al amigo. Dibujaba
atentamente grandes triunfos que
también desaparecían al primer vano amanecer.
El sol era quizás tu
sagaz y sádica sombra, tu mano rebosaba de sombras
y tus ojos simulaban el hurto, la sal
y los triunfos.
Deteniéndome en las aceras miraba atentamente
moverse el río. ¡No estaba claro que la
ciudad quisiera vengarse!

Amelia Rosselli




Hay como un dolor en la habitación

Hay como un dolor en la habitación, está
superado en parte: pero vence el peso
de los objetos, su significación de
peso y pérdida.

Hay como un rojo en el árbol, pero es
el naranja de la base de la lámpara
comprada en lugares que no quiero recordar
porque ellos también pesan.

Como nada puedo saber de tu hambre
precisa en el querer
en las estilizadas fuentes
bien puede situarse el revés de un destino
de hombres separados por un oblicuo sonido.

Amelia Rosselli



La santidad de los santos padres era algo tan
mudable que yo decidí apartar cualquier duda
de mi cabeza por desgracia demasiado clara y dar
el salto hacia un adiós aún más arriesgado. Y fue
entonces
cuando la santa sede se tomó la molestia de saltar
los fosos, no sé cómo, pero me dejó alucinada.
Y fue entonces cuando los miserables despojos de
nuestros muertos
rimaron en el todo en un retumbar iracundo,
oh yo canto por las calles pero sólo el santo padre
sabe adónde conducirá todo esto. Y tú las santas
molestias llevarás de rosillas hasta ese confesor tuyo
y él te dará a ti esa bendita bendición
que yo desearía que fuese de pan y de aceite. Así que
como decíamos yo estaba tendida sobre la hierba
pútrida
y las canciones de amor sobrevolaban mi cabeza
aquejada de amor, y mascullaba tempestades y
plegarias, y todas las luces del santo padre estaban
encendidas. Sí, la santa sede mascullaba canciones
pueriles también ella y todos los automóviles de los
artistas más ricos eran acogidos dentro de sus muros;
oh desdén, ni siquiera el cauto examen de conciencia
logra
que podamos disimular nuestros más fangosos
defectos
como por ejemplo el desvarío de los manoseados
versos o el lagrimeo sobre los muros inclinados de
nuestras
ambiciones: colores aromáticos, de cera, remarcados
en el aromático establo de los gourmets. Pero ningún
odio preparo en mi cocina excepto
la cansada bestia oculta. Y si el mar que
fue aquella lejana bestia oculta me preguntara
qué ha sido de mi deseo desmesurado, le respondería
pero déjame tranquila, estoy más que harta de
tus demoras. Pero él sabe mejor que yo cuáles
son las virtudes del ser humano. Yo le digo que más
feliz es la tarántula en su propio jardín,
él me contesta pero tú no sabes capturar. Las riendas
se me escapan si no respeto el poder de la
racionalidad lo sé tú lo sabes lo saben algunos pero
de la misma manera la querida tienda de los
descontentos a veces
perfora también mis sueños. Y tú lo sabes. Y yo
lo sé pero todavía llevo a la vanguardia a cuestas
sobre mis hombros y ríe y escupe como una vieja
bruja, y ni siquiera sé dónde tengo que
coger el tranvía que acrecienta tus sueños,
y mis estrellas. Pero tú ves que yo también he perdido
la irisada gracia de quien sabe pasar por encima
de esas menudencias. Debo comer. Tú debes correr.
Yo debo levantarme. Tú debes correr con el rabo
colgando.
Yo me levanto, tú extiendes los brazos en un largo
penoso adiós, con la sonrisa rígida y forzada en
tu boca más bien poco atractiva. ¿Y qué es esa
luz de la verdad cuando ironizas? Nada más
que esa pobre prensa obtuviste de mi corazón herido.
Ya nunca sabré mirarte a la cara; lo que
deseaba decir se ha marchado por la ventana,
lo que tú eras era otro batallón contra el que
ya soy incapaz de enfrentarme; ¿entonces qué nueva
libertad
buscas entre las cansadas palabras? No la blanda
ternura
de quien está en casa bien protegido entre sus altas
paredes y piensa en sí mismo. No el cansado
descuido
del gigante que sabe que no puede rimar nada más
que dentro
del círculo cerrado de sus apesadumbrados conocidos;
la luz es un premio de Dios, y él prefirió venderla
antes que verla sucia entre las manos descuidadas.

Amelia Rosselli




Las flores crecen como dones 

Las flores crecen como dones y después
se dilatan
una vigilancia aguda las silencia
no cansarse jamás de los dones

El mundo es un diente arrancado
no me pregunten por qué
hoy tengo tantos años
la lluvia es estéril.

Buscando las semillas destruidas
eras la unión marchita que buscaba
robar el corazón de otro para después
usarlo.

La esperanza es un daño quizá definitivo
las monedas resuenan crudas en el
mármol
de la mano.

Convencía al monstruo de que se
escondiera
en los cuartos limpios de un albergue
imaginario
había en el bosque pequeñas víboras
embalsamadas.

Me disfracé de cura de la poesía
pero para la vida estaba muerta
las vísceras que se pierden
en el barullo
mueres barrido por la ciencia

El mundo es sutil y plano:
Deambulan allí pocos elefantes, obtusos.   

Amelia Rosselli


Todo el mundo es viudo

¡Todo el mundo es viudo si es verdad que sigues caminando,
todo el mundo es viudo si es cierto! ¡Todo el mundo
es cierto si es cierto que sigues caminando todavía, todo el
mundo es viudo si no te mueres! Todo el mundo
es mío si es verdad que no estás vivo sino sólo
eres una linterna para mis ojos oblicuos. Ciega quedé
desde tu nacimiento y la importancia del nuevo día
es sólo noche por tu lejanía. ¡Ciega soy
pues tú sigues caminando! Ciega soy pues tú caminas
y el mundo es viudo y el mundo es ciego si tú caminas
todavía aferrado a mis divinos ojos. "

Amelia Rosselli



Un sol celeste

Un sol celeste, una rociadura de grumos de cristal
mañana temprano, la luz no se ha apagado: barrios rebosantes

de senilidad: la lavandera con el cesto pero sus hombros
tiemblan. ¡Dedicada tranquilidad en pequeñas dosis! rojo

el malestar, si tu cabeza dormita.

Amelia Rosselli



Severas las condenas a tres. En ruta con el
archipiélago fuimos
arrollados por el río, inorgánica vicisitud, tierra y
mar esputaban
sangre en cambio. Cuando tú partiste, yo me volví a
contemplar en el vasto
archipiélago que era mi mente tan severa, lógica,
desesperada de tanto vacío: una batalla, dos, tres
batallas
perdidas. Pero el furor de nuestras miradas, tú
linterna
que creías guiar, yo manivela rota, pero el furor
de nuestras dos miradas nos encasquilló: la victoria
previsible
la batalla ganada por los bandidos más fuertes que
nosotros, la unión
de dos almas una tarantela.

«Yo no soy una tipa rencorosa» y
luego huyendo veía, ella excampesina, que las cuentas
se pagan. Huye huye, quisiera llorar, o al menos
sentarse un poco, pero «no soy rencorosa» y
retiene toda la baba en la boca.
Es extraña esta comunión de los pensamientos, es
extraño este
olerse igual, es extraño este somnífero que no
pincha, se excede, de la lección no deriva más que
conformidad. (Y bajando las escalinatas pinchaba
en su ojo la frase «yo te quiero amor
que me has arreglado todo»).

Y arreglándose todo ella lloraba, desesperadita
en su celda, bioquímica su reacción. Estoy
un poquito atontada, respondió al dueño de
casa –pero ¿qué haces con la pistola?
La empujo a su agujero.
Y salió un disparo que transversalmente cogió la
red retínica, luego se dejó caer con suavidad sobre el
diván, pero acababa en el suelo sobre los ladrillos
cuadrados rojos
y grises.

la vida es un amplio experimento para algunos,
demasiado
vacía la tierra el agujero en sus rodillas,
traspasar lanzas y convencidas anécdotas, te siembro
mundo que ciñes los brazos para el laurel. Si bien
demasiado amplio el misterio de tus ojos lúgubres
si bien demasiado fácil pedir de rodillas
quisiera con un ansia más viva volver a decirte: siembra
las plantas en mi alma (una trampa), que
ya no puedo mover las rodillas dobladas. Demasiado
en el sol la vida que se apaga, demasiado en la sombra
el ovillo que llevaba a la cabaña, un mar
hinchado de tus párpados.

La infeliz luna se inclinó llorosa.
Arroyuelos inocentes, barcas semivacías, grandes
lagos de las montañas
anteponen que yo sea tuya, y obediente.

Amelia Rosselli
Sin paraíso fuimos. Editorial: Sexto Piso







No hay comentarios: