Hermelinda

Escucha, amada mía,
la voz de los cantares
que brotan de mi lira
cual desolado son.
Malévola tu ausencia,
temiendo mil azares,
enferma tengo el alma
y herido el corazón.

Ya para mí las aves
no cantan sus amores
ni vierte su perfume
la aurora matinal.
Ni el tímido arroyuelo
que bulle entre las flores
tu rostro peregrino
refleja en su cristal.

Qué triste, amada mía,
los días amanecen,
qué lentas son las horas
que estoy lejos de ti.
Para calmar la duda
que tormentosa crece,
acuérdate, Hermelinda,
acuérdate de mí.

Seré tu fiel amante
que solitario llore
al recordar las horas
de dicha y de placer,
bañada con mis lágrimas
tu frente encantadora,
tus ojos dos luceros
fijados hacia mí.

Alberto Condemarín
[Vals peruano]










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