I.

Cruzados hilos de metal inciden sobre tierra. Volcánica coraza de piedra, canto que desemboca en lodo. Turbiedad. Entretanto las noticias calaban, las noticias de esos cuerpos. Los cuerpos. Contrapeso, gravedad del bloque, liviana presencia ante multitud. Grava. Seco paso de pies sobre miles de recuerdos. Sucedía que las cifras habían obtenido nombres propios. Nomenclatura de piel y memoria. Tronco. Construcción piramidal para albergar bóveda celeste. Apisonado y fragua. Colgante viga. Estabilidad del conjunto. Se decía, entonces, que el nombre de ella era robusto y frágil, como la muerte.

II.

Ensayar límites de esfuerzo y resistencia: Desanudaciones de agua en el estanque; pereza y lucidez enredadas; imantación de fuerzas jalan hacia orillas distintas; cuerpo sobre otro de distendidos músculos y lenguas: mano izquierda que empuña un filo; piedras de lodo seco sobre hojas que penden entre materia y viento; un niño trepa por un árbol de inclinación casi galáctica, abisal; silbido, gorjeo, ambos desafiantes ante el ruido opaco de los autos.

III.

Cinco párrafos emiten coordenadas en las copas de los árboles. Paisaje envolvente. Entre tezontles te veas. Hacia un lado o al otro, como maquinaria de pistones sin cese. Camuflaje puro de vida, como queriendo asirse a temblores, montañas, marejadas y un volcán que aún, sobrevive.

IV.

Hombros. Formas sobre otras. Dientes, caderas, frente. El reflejo constituye una caja infinita. Matrushka. Destrucción o restablecimiento. Al trote del animal, darle oído, ojos. Maleza. Jardín a la mirada, fondo tornasol donde perviven -se miran- verde heliógeno, verde abedul, verde fieltro, verde cardenillo, verde tilo, verde fronda, verde moho, verde cromo, verde reseda, verde musgo, verde jungla, verde bronce, verde hiel, verde savia, verde cadmio, verde ópalo, verde loden, umbro verde, verde victoria, verde veneno.

V.

Santiguarse entre piedras y cardenales. Escritura de canto primero donde se escucha el tiempo. Levedad basáltica. Minutos vueltos segundos, segundos al paso, al paso. La soledad del viento; luz baja que recuerda sobre fontanela cerrada la marea de lava. La imagen arde en el lenguaje. Centésimas de instante camufladas por gritos de niños a la salida del colegio. Se prolonga el arco del minutero en el torrente bajo -a presión- del silencio.

Rocío Cerón



Habitar

Aquí,
donde sólo huele a verdor de tiempo ya añorado,
aquí, donde el pie cala hondo, y anida,
se suceden los estratos, en orden,
irremediables,
para seguir el olor de la sangre furente,
el mar de sombras.

En este justo sitio, anegado en sueños
—pasados ya el torrente del oprobio,
los paisajes de la superficie envertigada—,
él desata la vergüenza y el conjuro:
huesos insepultos, rabia en triunfo.

Desde la ruina
—degollado el cirio por la tormenta—
soldados y putas miran el envés del hábito
(festín doloroso de siluetas, humareda de silencio).

Sobre el blanco, acribillado, el verdugo y su deseo,
transparente deseo que cubre el cuerpo,
polvo de los senos.

Aquí, en esta casa de ciegos tabiques, de clausuradas puertas
desguinda el secadal, devora los huecos el llanto,
corren efluvios de ira (sólida estancia de báscula y peaje).

Al arribo de la fiebre la tierra se sacude; la hondura es de rosa desaparecida,
de ausencia que él ha establecido, ¿dónde el centelleo de la paloma?
¿dónde el ímpetu del fuego?

De pie, él mira la suspensión de la hoja, la transparencia de la herida,
quedan abajo (sotierro) el párpado testigo, el presagio.

*

Erigirse en fuego, en llama y deslizarse sobre la superficie tal viento áureo y oleaje que trae a tierra los sargazos.

Desciendo ahí, hasta donde no hay más sitio que uno mismo.

Caída, no en vertical, no hacia los lados, sólo caída.

Cierro los ojos, aparto la luz y la mirada obscena de aquel (anguila, lobo o truhán) se desliza por mi pecho. Escucho el vahído de una intriga desmenuzándose en el aire.

Estoy colocado junto al derrumbe y el barullo. No yazgo, me aprisiono. Soy un ciego con un medio: silencio —vía, trazo donde se ocultan los rastros del lenguaje.

Contengo, no desfallezco (la muerte es pasadizo, fábula), corto amarras y tomo bajo el brazo una suerte-mueca.

Echo de menos la sal y sus favores.

*
A falta de tierra, desnudo
sin firma ni signo de atadura,
acaso entre la falta y la velocidad del ala
del zancudo.
Aterrizas.
En tanto, el aire se desprende de las voces.

Cuantioso el infierno de los nombres.

No cargas más.
No más allá de esta calle, esta penumbra.
De las sombras has vuelto a este paraje,
sin una libélula en la frente.
Ni azul que desmaye en tu presencia.

Habitas en la precisión del instante:
Esa es tu certeza.

Yace aquí tu contenido,
el líquido difuso de tu paso.

Yerras, caes a tumbos.
No esperas.

La impaciencia es la deshonra del furtivo.

De bruces en el lodo, tus rodillas guarecen el estigma
que tu imperio necesita.

Estás más solo que la angustia.

Junto a las tarántulas náuticas y los reptiles
cansados de olisquear las formas
tu silueta regresa.

Incidencia en este vuelo a ras de angustia.
El pasado no clarifica, no abriga a la piedad ni a los momentos.
Incidencia en tus ojos que trascienden al fuego.

No gastes la memoria.
Siéntate. Bosteza.
Adquiere temperatura y brizna en la nuca, en las sienes.
Acuérdate del jardín, del ala antigua que rozaba la frescura de los cuerpos.

Desata los cordeles, los nudos, las hebillas,
anuda el enjambre de las venas a la huella de tus manos.
Aléjate de la vileza, del rencor y la envidia.
Cuida tus palabras.

Toda alabanza posa su ruego en la cal: arcilla, forma asible: presencia para
deambular entre los muertos.

Siente la noche como fe carcomida por el tiempo.

El rezago del miedo ha dejado sus hábitos en la frente del autista; ese ademán, apenas contenido, es el mundo escondido bajo el caparazón de las hogueras.

Con pujo de vejiga, llano el dolor,
celebra en la orina.
Regresa a la santidad del huérfano,
ningún intento resbale por tus párpados.
Sé el entierro del sentido.

Desciende hasta donde sólo resta el lugar para uno mismo.
Ablándate y cae en cuenta: somos flor que se deshace.

*
Hablo de un quieto recuerdo que sostiene al mundo.
Hablo de ábsides y naves, de estructuras demudadas
que sostienen el hilo del aliento.

Patria es un lugar tan lejano, y exacto, construido por los ojos.

Hablo de la voracidad del viento y pregunto por la historia elusiva de mi rostro.
Hablo de un espacio:

Baño de espuma donde lilas estranguladas asoman su amor
sujetas a la espalda. Este abrigo de agua, este ejercicio de
materna estancia, con que cubro los signos de mi cuerpo es
la suave palabra que guarece al ángel de Betania.

Y no hay más fulgor que este baño diario donde el jabón y el agua izan, día a día,
a la puesta del sol, el alma herida.
Sonoro hombre que, bajo la ducha, entre bisagras, abres
los lamentos de tu cuerpo y clavas (anclas) tu corazón
anochecido en el vapor que vela por tus llagas.

Hablo de un arraigo:
Habitar es un milagro posible gracias al aliento detrás de la nuca
que inflama la memoria y los aleros.

Hablo de una certeza:
No han de borrar mi nombre del libro de la vida
ni esconder a su Oído el hambre de mi duda.

Todo nudo es una mariposa ejerciendo una glosa de marzo para izarse en un peldaño:
el cuerpo reviste las anotaciones del tiempo: en el borde, en el salto, un muro estallado guarda en el polvo la sospecha.

Recibiré una piedra blanca.
En ella encontraré el nombre que me habita.

Rocío Cerón



Incisión

I.

Precipitarse en precisión.
En el orificio el encuadre del poema.
Latitud de aliento/imagen entre los 32 dientes de la boca.
Manglares bajo (esquiva) mirada de un hombre.
Un secreto. Un mensaje. Una palabra. Furia.
En el parque público, el hombre del tatuaje musita una tormenta a las abejas.
Cuerpos y fieras. En la exactitud del obturador la ciudad es polvo,
amantes perdidos.
Algas; lugares sagrados para el jugador anónimo.
Toda mar lleva en sí el rastro de la presa.

Precipitarse en la sonrisa, ante la cámara.
Compartir el miedo como moneda de cambio.
Los rastros de esa cara son la noche.
Redención del vaho entre la duda.
Las gotas desmenuzan la anticipación precoz de las manchas.
Tinta o flujo de significados.

Arde, todo arde.
Percepción en diferido.
Observación de calles registradas. Terrenos vagos.
Tres mil quinientas coordenadas de Paonoptes
para llegar a ti. 

II.

Un objeto, sólo cuatro, son más que esto porque son.
Iluminación reticular.
La compañía de la luz siempre es oscura.
Tacto, brilla ante el miedo el tacto.
Ligereza de manos sobre superficie lisa.
Ha pasado el agua.
Enmudece al flote de los muertos.
Río que lame heridas. Agua acantilado.
El instante y lo meteorológico, el cayado mueve la ventisca oracular.
Pendiente atravesada por una mirada.
La compañía de esa luz: no más que láminas de asbesto sobre letras.
Vapor entre los cuerpos.
Brillan y anuncian en la TV: “La vida, una canción que se deshila”.
Cuatro piedras son sólo un objeto, un arma, un acantilado, una sospecha.
Mira cada contorno de ellas.
Éste. 

III.

Cruza sobre los cables una ardilla. Lentitud del esbozo.
Apenas garra, levedad de quien surca una tonada. Niebla.

Sobre el peso, la duda, la caída a tierra,
las secuencias del número y la posibilidad del mantra
capitulando sobre su recesión y copla mutilada,
su doblez en viento, en revire;
sonoridad que explota entre las hojas del olivo (fresno). 

Entre los dientes cada palabra es precipicio a dorsal,
a tajada de alvéolos donde se quiere aclarar la voz de nacimiento,
la recibida en el oído.

La ardilla, en su parduzca forma, balancea la vida.

Su cola, principio de equilibrio; las manos de mi padre -pulso- principio de un
lenguaje.

Rocío Cerón




"La memoria es una inmensa caja de Pandora, al volver a cada recuerdo hay una distinta manera en que la mente lo trae de vuelta, volvemos a él siempre distintos, observamos, nos observamos, siempre desde otro punto, y es ese ejercicio de la sala de los mil espejos en la memoria que es el que me interesa: nunca el ojo está fijo porque las células de la vista siempre se mueven, porque el mundo no es fijo y porque podría escribir un libro entero de mil páginas del mismo recuerdo y habría algo distinto cada vez que acudo a él, aunque fuera insignificante en apariencia. La memoria es el árbol del conocimiento y los círculos del infierno de Dante."

Rocío Cerón



Ladera sur

En la incandescencia de un primer grito el rumor ya se evapora
esparce su dulzura sangrienta    su herida   se paraliza
   
hay un idioma de llagas que articula el ceño 

                                                               ¿bajo qué refugio se encuentra arrasada la luz?
                                                              ¿dónde el cese y el olor familiar de las sábanas?

En estas manos desoladas  sólo se guarda lo posible:
un hijo muerto    estragado por la fe.

Dime qué tiento guarecer      qué permanencia de flor      qué fatiga de labranza
                he de recordar:

/ tu cuerpo abandonado yace en la penumbra de las grietas y el ropaje del asbesto /  la emboscada desde la periferia suena a un lejano canto en este sótano húmedo / ¿quién se deleita en este abismo de sílabas rojas? / en el paisaje  un arenal custodia los nombres-cifras y he de buscarte abajo   —sotierro—  en una fosa que hiere al lenguaje /

Una cerilla encendida    un primer golpe   ese primer atajo que cuela siempre al iracundo

desde ahí comenzó la oleada    un fuego  tras él otros fuegos    un grito  tras él otros gritos
y por aliado este Dios prometiendo esferas celestes    jardines perdidos 
                la salvación de la miseria

¿quién cubre ahora tu cabeza: los filos de un cristal estrellado    los tanques que designan el instante glacial del recorrido diario de los pasos o quizá la atomizada cal donde se pierde el cuerpo?

Sacia el aire cualquier posible estertor
al solo comienzo de vuelo la mancha de lo colmado delata su figura
                su intacto perfil de tierra
y un hombre en fuga se aferra a cualquier cosa  /rapacidad y abatimiento/
acotando al aire  —nudo—  acotando al aire.

Secretamente la resistencia de las hiedras sucede.

Rocío Cerón


"Pensamos en el ejercicio de la observación solo con los ojos y no, “observamos” también con el oído, con el tacto. Cuando era niña, en los 70 y estaba de moda la soja y enseñar a los niños a estar de otras formas mi madre me llevaba a clases de digitovisión, nos tapaban los ojos y “leíamos” con las yemas de los dedos, sentíamos los colores, las formas, a veces acertábamos, a veces no. Lo importante del ejercicio para mí, a mis 10 años, fue entender que los sentidos no eran unidireccionales y monolíticos sino que estaban interrelacionados, sinestésicos. Se volvió una forma de indagación, de ahí que muchos años después la transdisciplina artística conforme parte de mi ejercicio creativo."

Rocío Cerón














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