Manuel

Las lluvias torrenciales que trajeron Manuel, en el Pacífico, 
e Ingrid, en el Golfo de México, provocaron daños en 26 estados,
123 muertos, 33 heridos, 59 mil personas desalojadas y más de
un millón de damnificados (…)
                                                                                        La Jornada

*

El orden pertenece al agua, su arrullo a nuestros dedos. Pequeños chorros se desbordan por los orificios de las ventanas, la puerta aún no descubre el óxido. Quince aves flotan adentro de la casa, sus picos rígidos tocan los vidrios buscando escapar de la muerte.

No quedó el frío de la lluvia, quedó el calor de días respondiendo a una luz con lenguaje de humedad. El hallazgo de algún cuerpo ahogado no quedó indicando el temblor en nuestro oído. No sucede la nostalgia y los ojos arden, las ruinas se convierten en imágenes que empujan lo sinuoso de la casa. No sucede y los ojos se irritan al descubrir el agua.

*

La voz en el televisor mece apenas las cortinas.
Las noticias se asumen desde lo alto,
yo observo el río desde mi ventana:
inunda todo lo que pesa en tierra;
pleno, Manuel arroja su itinerario rumbo al Pacífico.

*

Somos dos en el caudal de agua sucia, en su ajetreo. Confío en la posibilidad de otra memoria para cuando los recuerdos busquen su partida:

Manuel sumerge sus manos anegadas de picaduras,
oprime con sus dedos
el moho de una puerta,
derrumba su fragilidad
con el impacto de sus labios.

*

Manuel habita los rincones de la casa,
se apodera de mis ruegos.
Yo
estoy velando porque el viento no nos derrumbe.

*

El huracán comenzó como dato de café
para los que disfrutan el sepulcro de una lluvia.
Su primera víctima fue empujada al mar,
continuó con expulsiones
en medio del quehacer de la casa.
Los autos vociferaban oscuros en los ríos.

*

Bajo lo indecible,
mi sed culmina en la mirada de Manuel.

*

La noche es lo único intacto de la inundación. La noche no calcula la inmensidad del silencio. El pequeño borboteo cuando dormimos se vuelve un ancla adentro de la casa. Caen como plomo los sinónimos de lo nauseabundo, el silencio aterriza en nuestras bocas. Cada noche temo al día: tanta claridad asfixia.

*

Un vestido ha flotado estos últimos nueve días, hoy quedan harapos que Manuel detiene cuando se acercan a la puerta: alguna vez el color rojo habitó el vestido, envolvió a Manuel. Sus heridas se ensanchan con una amarga hilera de ensueños derrapando en el umbral de la puerta. Los temores navegan por la simetría de su vuelo. Todo se reduce al temor de ver huir el vestido y el agua.

*

Un día antes de la lluvia todo nos pertenecía. En las plazas no se adivinaba el desastre a pesar del frío en las baldosas. El oficio de observar moría, pero no pocos volvieron a él cuando los ríos enterraban casas.

Manuel, desde su arrullo en mi cama, imaginaba aguas gestándose en el suelo que aún ardía de polvo matutino. Afuera el leve olor a tierra mojada vaticinaba un próximo aguacero.

*

La fugacidad de los rostros se dispersó.
Al fondo de las calles
queda una sombra negra
desprendiendo la muchedumbre.
Sus dedos eran cauce
disgregando lanzas de lluvia.
Todos somos víctimas en tu puente de ocaso.
Te llamas huracán
o preámbulo del infierno.

*

La coincidencia refugia su ira en las noticias, los ríos y los mares se dilatan junto a mis pupilas. Nadie sabe el horror que habita debajo de tanta arena. Inundación como niño herido. Para Manuel, su nombre es lo único que no flota.

*

Alguien toca la puerta, ya todo es circular menos el mundo: el vestido, las aves, su nombre  —cada objeto tiene una circunferencia—. Manuel se repite al final de cada día.

*

Cuando era niño, Manuel fingía rasurar una barba que no heredó. Heredó la casa que hoy se inunda (se vacía la espesura de la memoria de su padre), aferrado a la barba que pudo haberlo llevado a flote.

*

Los recuerdos vienen después de la lluvia, lavan los techos, desbordan las cosas y sus significados: es el río construyéndose en nuevos edificios.

*

Ya no hay inocencia en los días: antes, las gotas se anunciaban sobre el techo y yo salía al patio a recibirlas con mi frente descubierta. Expuesta después de la calidez de la cama que hoy también flota —verbo que se convierte en lugar común—, he visto partir los oficios de mi lengua.

*

Nada hay firme debajo de los pies, ni los muertos en sus tumbas.

*

Manuel no ha sabido diferenciar los cimientos de mi rostro;
asoma sus ojos ciegos a una lágrima que se funda con sus víctimas
y yo estoy ahí, dándole cabida.

*

A manera de diario, Manuel fija la memoria en tierra devastada. Declina poco a poco la fuerza de los primeros días. Se deja vencer en el aliento que el niño aún no recobra. Nuevamente las aves son del aire.

*

Lo vulnerable del suelo se advirtió a su paso.

Sabiéndose fuerte, Manuel dio un golpe al puerto y desalojó sus barcas. En un breve tiempo la zona se enfrenta a la rotura del agua. Las barcas, ya en la orilla, desatan sus peces muertos.

La miseria aterriza en los pueblos que se levantan junto a los ríos. Algunos dormían en sus hamacas cuando Manuel ofreció la noche más larga. Nadie durmió, sólo los peces sabían de la herrumbre.

*

Las casas se reconstruyen desde los techos. El insomnio toma partida después de la inundación. En las ciudades, el hogar que era enorme rehúsa llamarse esfera de agua. Los rostros cada día palidecen ante la pérdida.

Frente al cerro, las personas desalojadas encontraron la derrota dando continuamente un vistazo a sus pies.

Manuel se extiende deshecho en todo el sur, oculta las manos para que no lo odien. El diario posee su nombre. Manuel se afila intentando la huida.

*

Ahora sólo queda la contemplación de nidos en las barrancas y aves renunciando a la porfía de sus alas.

Yo pertenezco a la inundación que dejó una aburrida muerte de varios números. Con los brazos horizontales, ambos, río y mar se cansan de las preguntas humildes de los pueblos vecinos.

*

Antes de tu llegada, no existía la fértil ansia de reproducirme.

*

A oscuras sobre tus linderos iría contando anécdotas, reservando la ráfaga de llovizna en los bolsillos. Sólo la inquietud aligera las voces acumuladas en septiembre. Su ira tiene futuro en las próximas ofrendas.

El huracán es fuerza más allá del testimonio, o de la práctica de la vejez.

*

Manuel entrega su cuerpo a la inundación
Manuel  flota
Manuel  hunde sus pulmones en la intimidad de los diarios
Manuel es agua y polvo
Manuel duele
Manuel es un reclamo del recuerdo
Manuel es producto de un Dios inasible
Manuel es un vestido giratorio
Manuel es la circunferencia de los días
Manuel es una violenta disipación del instante.

Argentina Linares



Soliloquio de los perros

No hubiera podido llegar a medianoche. La memoria y su constancia se asignan sobre mi
          lomo. Húmedo, caigo sobre el periódico de un basurero. Mis pelos son más densos,
          las horas descienden sobre mi pelaje, se yergue. Qué soy si
          ante una caricia ladro, si ante una caricia soy más vulnerable.
No hubiera podido llegar a media noche,
a la hora más alta del relámpago.
Mis latidos son palomas
en búsqueda de un hogar.

***

Tuve,
a pesar del desvelo y del hambre
una caricia como único reconocimiento.
                                                          
***

Y a pesar del gentío
fui sombra malgastada de tanto sol en el asfalto.
Mis cuatro patas cruzan las efemérides
de los lunes en las voces infantiles.
Veo izar una bandera desde la reja de una primaria
las manos pequeñas me recuerdan la mansedumbre.

***

Me baño en la fuente de una glorieta. Lavo el sereno de la noche anterior mientras intento
          evitar a los demás perros que beben de esta misma fuente.
No sé flotar sobre las avenidas que se estrechan entre tantos coches, no sé diferenciar el
          rojo del semáforo. Sólo espero llegar al otro lado de la calle sin que el claxon
          desgarre mis oídos y mis cuatro patas no tropiecen unas con otras.

***

Llevo caricias de mi último dueño en mi pelaje.
La corrupción de las avenidas oxida las llagas de cuando estuve en casa.
Sé que pasará la fascinación de los humanos
cuando miran un perro hambriento en las salidas de los callejones.
Lo sé porque reconozco las despedidas como cansancio acumulado
sobre mi cuerpo.

***

Alguien juega en el bullicio del mercado. Mis muslos temblorosos avanzan sobre las bolsas
        repletas de despensa. Pollo recién destazado golpea mi nariz e intento no despertar
        mi hambre. Dirijo mi olfato a la salida. Recibo un golpe de una señora, las
        zanahorias caen por debajo de sus piernas, las olfateo. Me gusta el olor de las
        carnicerías, el hilito de sangre en los picos de los pollos.
Algunas versiones de mí abundan en podredumbre.
Hay escasez de mí. Soy oblicuo, un espectáculo visceral. Parto la conmiseración sobre mi
        lomo de aquellos que me miran.

 ***

Recuerdo los huesos del recalentado, los sobrinos en fin de semana, sus juegos en el patio,
          el dibujo en crayón, la templanza matutina para llevarme a pasear a las siete en
          punto. Los horarios destinados al ocio. 
Recuerdo mi nombre en voz de mi último dueño.
En las calles, todos los nombres han de nombrarme, yo soy quien se despliega. Reconozco
          la desmembración que soporta la ciudad en tanta huella de perro.

***

Nadie espera a un hombre que no sostiene su propio peso. Pensé en devorar al niño que
        grita mientras su madre le arroja un zapato escolar a la cabeza. Yo no sé esperar a
        un hombre que no sostiene su propio peso, sin embargo sus manos araron mi pelaje.
        El niño se sostiene en el dorso de un anciano, nadie lo escucha, sólo yo que me
        resguardo en el hambre.

***

Una huella sobre el polvo de la ciudad deja su rastro, se convierte en el latido impreciso del
          abandono.

Argentina Linares










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