Lágrimas a una

Un psiquiatra inglés dijo una vez
entre alcoholes, prestigio y una
decantada y feliz desorientación
que las ciudades deberían tener
lugares para llorar;
como en Bogotá no hay ninguno
te ofrezco mi cuarto, te invito
a que nos encerremos en él
a temerle a todo y a todos,
a localizar en un vientre preciso
—el triángulo de las Bermudas—
Los objetos que hayamos perdido
aunque hayan tenido sus razones 
para perderse, para volverse objetos a
                            informes informes,
deja que mi cuarto
después de ofrecernos casa y comida
nos obligue a reanudarnos
y mientras tú acudes con todas las letras
de mi nombre —y puede que haya
entre sollozos canto—
yo traigo el tuyo, tu nombre, a reinar
en mis frases —y es seguro que habrá
entre sollozos canto—,
¡ánimo! lloremos aquí en mi cuarto
en donde en estos días no entra
la muerte, ya hace tiempos
que no me suicido en él
y no lo voy a hacer a estas alturas
de la vida, ya tan viejo
de no morirme de joven
y menos si voy a hacerme cargo
de tu llanto.



Edmundo Perry

María Teresa

Cazador de cabelleras, sé de pelos;
cazando a María Teresa
me aprendí los suyos.

Supe a qué sabían, 
y alargué su recuerdo porque sabía
    que eran el tejido de su alma,
la que abría las exclusas:
el pelo de arriba ondulaba
el mar de un Mar Negro
que ocultaba mal la nuca
a donde llegué arrastrando los labios
que la iban a preparar 
para sus días conmigo; 
para hablar del otro pelo
debo bajar a cierta profundidad,
conversé con él boca a boca
y me gustó su acidez, su maraña,
su tristeza enardecida,
y esa tristeza en llamas
se alargaba para asegurar 
que se alargaba su recuerdo…

El pelo de María Te
era su alma y sus pelos sus almas
y los recuerdos en cada beso largo que dé,
esté ella o no esté.

Edmundo Perry
El libro del buen amor I


Una forma de ser

Recuerdo los limones
Exprimir los limones en casa,
el jugo hecho en casa
de limones o de naranjas
que no las compraban en pleno amarillo,
más ácidas que el mantel
de donde brotaban
más dulces que su canario cantando
alargándose gracias a las agujas
y los cuidados de una tía
que tenía un sillón
no favorito sino único
desde donde tejía manteles
y le sacaba jugo a las historias ácidas
de su hermana.

Edmundo Perry









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