2. Grandes cielos

No hay cercas aquí donde el único visitante
es la ventisca o el tornado,
donde los tallos del maíz se secan y las largas carreteras se vacían.

Los silos se ven abandonados, expuestos –
pero cada uno contiene algo que es noble,
una cosecha de granos o cosechas de historias.

El águila, el jote, el pavo salvaje
están viviendo el instante en su mundo elemental.
En el mapa de cinco dólares hay rastros

de Francia en la nomenclatura: St Croix,
St Cloud, La Salle pero más cerca de la leyenda
Están Redwood Falls, Stillwater, Minnehaha.

No es el camino más rápido a través de la historia estadounidense,
este tren que rueda bajo grandes cielos
llevándonos a orillas abajo del Mississippi –

ese río que corre como una lenta mecha, de norte a sur
que atraviesa lugares donde no viven
sólo de pan, no buscan los consuelos de la ciudad.

Gerard Smyth



3. Día del Tornado 

Suenan las sirenas sólo para advertir
que hoy es el Día del Tornado en Minnesota.

Pero ese cielo que es una sombra
entre el celeste y el gris luce tranquilo
airado no, no preparado para estar en la primera página
en imágenes cinemáticas o para liberar un derviche que baile
en círculos sobre las tumbas de los antiguos indios.

Aquí donde la tierra sigue para siempre
y el contrabandista se arrogó derechos de ocupante
hay cincuenta maneras de llegar a un lugar:
la banda del bowling, el centro comercial, los archivos estatales;
los barrios que han cambiado
sus fidelidades una o dos veces.

Detrás del lento bus escolar
conducimos a lo largo de Cherokee Boulevard.

Muy solemnemente la bandera de la nación
se hincha en el aire sobre los gastados porches
donde quedaron cabezas de calabaza de la última celebración
y guirnaldas de la Navidad todavía clavadas a las puertas
el diecinueve de abril.

Gerard Smyth


Crucifixión azul

No el
hombre de los dolores toscamente bosquejado
de la imagen
de portada del catecismo de la vieja escuela
que fue tocado
y manchado tanto
que perdió su fragancia mística.

Y no el Cristo amarillo de Gauguin
en la campiña bretona,
un Gólgota extrañado
por las doncellas presentes.
O el Redentor de Poussin
descendiendo de la Cruz
bajo la mirada de los hechizados.

Pero la Crucifixión Azul
muestra una apariencia carnosa
de restos humanos que pertenece
a un hombre que fue contado
entre los transgresores.
Nuestra idea de él está electrizada
por el misterio que requiere el arte.

Gerard Smyth


Luego

Siempre es más tarde de lo que piensas,
tarde en el día, tarde en la historia,
demasiado tarde para llevar un diario de placeres carnales
o ser el cronista de lo que debe ser
olvidado y perdonado.

Ya no eres tan joven como siempre
eres como Narciso que ve su rostro y llora
por las grietas y arrugas en él,
las líneas de la edad, los ojos reumáticos,
las venas purpúreas que ya no se ocultan.

Siempre es más tarde de lo que piensas.
Tan tarde que ya está entrando en la temporada cuando los años
del árbol se cortan para convertirlos en
papel para palabras aún no escritas,
una cuna o un lecho matrimonial.

Gerard Smyth


Reliquia de familia

Entre reliquias familiares
Encuentro una postal escrita en un viaje
a América: el último adiós apenas legible
de un emigrante de un barco de vapor.

Me lo imagino, mi antepasado
en el viaje hacia el oeste: nostalgia, angustiado.
Como un polluelo arrojado del nido
correr el riesgo
bajo la mano derecha levantada de Liberty.

Me lo imagino, triste por dejar sus bancos,
pradera, el sonido del pestillo,
pero listo para buscar con las mangas remangadas
la mejor vida en Queens, el Bronx,
en las calles con su séquito,
calles que engendraron tareas difíciles.

Gerard Smyth


Rendición

Tu viejo vestido de chiffon
cuelga como el fantasma de Emily Dickinson,
triste y desdichado en el cuarto del fondo. 

Un cuarto al que rara vez entramos.
Evoca recuerdos de una noche en los conciertos, 
un día en Rávena.

Ahí consignamos
a la pila de trapos y el revoltijo de cosas
tu ropa elegante, mi traje de tweed

grueso como una armadura.
Ahí en el armario con perchas de madera
está el sombrero de paja 

de tantos viajes, el ala estropeada; 
y la chaqueta suelta, que perdió algunos botones: 
en otro tiempo de moda,

ahora anticuada como el echarpe de Aran
o la camisa con vuelos, deshilachada lo mismo
que una bandera de rendición.

Gerard Smyth



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