4 UNA BREVE HISTORIA DE LA INDIA BRITÁNICA (I)

Hacer miniaturas del tema una vez monstruoso:
los devotos de casaca roja, refriegas en ruedas,
amantes de Jagannath. Indiferentes por el objetivo,
descargan el cañón que brama sobre las paredes

de fortalezas y palacios; contaminan los pozos.
Confiscan la memoria para su vergüenza en bancarrota,
fantasías del verdadero destino que mata
"en el nombre de Inglaterra".

Ser movidos por la fe, la obediencia infalible,
la arrogancia perfecta de la culpa heroica,
la gracia de la visitación; y son incitados

por sus búsquedas de dioses, sus idolatrías,
en cónclave por las injurias continuas
saciadas sobre la serenidad de la novia.

Geoffrey Hill


Canción de septiembre

Quizá fueras indeseable, pero nunca,
en cambio, intocable. Ni olvidada
o desapercibida en el momento justo.

Te toco morir, se vela. Las cosas se dirigían
tranquilas a tal fin.
Demasiado Zyklon y cuero, terror
patentado, tantos gritos rutinarios.

(He compuesto
una elegía para mi mismo es
cierto)

Septiembre revienta en las villas. Las rosas
se deshacen en el muro. La humareda
de hogueras inocentes me enturbia los ojos.

Con esto basta. Es más que suficiente.

Geoffrey Hill


El humanista

Ese retrato veneciano:
un extraño erudito medita
y arroja su palabra
en la mesa de las musas.

La virtud es virtú. Esos
labios debaten y elogian
algún ingenioso aforismo,
carne blanca y delicada.

Esas manos vulgares que alguna vez
se tiñeron con la sangre de Platón
(rancia, sosa) ahora yacen
áridamente bajo la toga.

Geoffrey Hill



"La poesía es como un triste y colérico consuelo."

Geoffrey Hill


Lachrimae amantis

¿Qué hay en mi corazón que te disputas
su amor tan fieramente? ¿Y qué cuidado
te trae como un extraño hasta mi puerta
por larga noche y por rocío de hielo

buscando el corazón que no te hospeda,
que religiosamente se resguarda?
En oscuro solsticio a escarcha y fuego
tu antigua herida sangrará de nuevo.

Tantas noches el ángel de mi hogar
nutrió consuelo urgente con un sueño,
murmuró “tu señor viene, se acerca”

que he dormitado con mi media fe en
tonos puros de culpa y de promesa:
“despertaré mañana a recibirlo”.

Geoffrey Hill



Mascarada de tinieblas

Esplendor de la vida tan espléndida-
mente contenida, asible brillo. 
Luz de oriente encarnada, acariciable,
el dios Amor con ojos de diamante,

mundanidad celeste en que se apaga
angélico pensar, festín de Midas,
el ansia pétrea del desposeído
confinado al Edén por sus demandas.

Amor propio, amo servil del trato,
conquistador de moda y de renombre,
modela cielos en su mascarada,

sus intensas imágenes de estrellas,
hasta agotarse, y todo lo que ha hecho
se desvanece en caos de oscuridad.

Geoffrey Hill




Ovidio en el Tercer Reich

Non peccat, quaecumque potest peccasse negare,
solaque famosam culpa professa facit.
                           Amores, III, xiv

Amo mi creación y a mis hijos. Dios
es arcano y difícil. Suceden cosas.
Próximos están los antiguos abrevaderos de sangre;
la inocencia no es un arma terrenal.

Pero he aprendido algo. A no mirar
a los condenados. Ellos, en su esfera,
armonizan misteriosamente con el amor
de la divinidad. Yo, en la mía, celebro esa unión.

Geoffrey Hill


Respublica

La estridente alta
cívica fanfarria
del desgobierno. Es
lo que sostenemos.

Insolencia salvaje,
conjuntos sin
distinción. Coraje
de los hombres comunes:

consumido en la chusma,
su testimonio sobrante
después de siglos
se les concedió

como un indulto.
Y otras fidelidades
otras fortalezas
rotas como fue estipulado—

Respublica,
evocada con voz quebrada,
sus leyes arcaicas
y su himnodia;

y la destruida esperanza
que tantas veces
fue traída en triunfo
de entre los muertos.

Geoffrey Hill



VI

Los príncipes de Mercia eran tejón y cuervo. Esclavo de su libertad, yo excavaba y atesoraba. Huertos fructificados sobre grietas. Yo bebía de los panales de arenisca helada.

«Un niño inadaptado en casa, solitario entre hermanos.» Mas yo, que ninguno tenía, alentaba una extrañeza, me entregaba a juguetes inalcanzables.

Velas de resina nudosa, ramas de manzano, el muérdago pegajoso. «Mira», decían, y de nuevo, «mira». Pero yo corría despacio; el paisaje se retiraba, regresando a su fuente.

En el patio del colegio, en los baños, los niños mostraban orgullosos sus cicatrices de moco seco, muñecas y rodillas adornadas de impétigo.

Geoffrey Hill



VII

Gasómetros, su rojo entre los campos. Represas de molino, piscinas de marga en completo reposo. Enjambres de anguilas. Coágulos de ranas: en una ocasión, con ramas y trozos de ladrillo, golpeó una acequia llena; luego se alejó furtivamente de la quietud y el silencio.

Ceolred era su amigo y lo siguió siendo, incluso tras el día del caza perdido: un biplano, ya entonces obsoleto e irreemplazable, dos pulgadas de tosca plata densa. Ceolred lo dejó caer en barrena por un hueco abierto entre los tablones del suelo del aula, suavemente, sobre excrementos de rata y monedas.

Después del colegio atrajo a Ceolred, que se reía de miedo, hasta las viejas canteras, y lo despellejó. Luego, tras dejar a Ceolred, viajó durante horas, solo y tranquilo, en su camión de arena privado, derrelicto, de nombre
Albión.

Geoffrey Hill
De "Himnos de Mercia", 4


IX

La extraña iglesia despedía un olor algo "intenso" a incensarios y limpiametales. El extraño clérigo era igual de apropiado: se precipitó hacia el servicio matrimonial. Nadie se molestó en cuestionar esa táctica.

Luego solicitó tu retirada, y los demás te seguimos, dóciles parientes cercanos, hasta el lugar extramuros: montones expoliados de crisantemos muertos en sus impermeables de plástico, un eldorado de mármoles de lavabo.

Turbados, nos retiramos: la muda terna de tías abuelas fue conducida a lo largo de St Chard´s Garth en un Rolls eduardiano de rígidos asientos.

Me libero, querido, de contar la saga de tu entierro. Habías vivido lo suficiente como para ver que las cosas quedaban "bien atadas".

Geoffrey Hill


XXII

Corríamos a través de los prados encostrados de bosta, tras
los manzanos salvajes y el camuflado cobertizo nissen. *
Era el toque de queda para nuestra banda de guerreros.

En casa las cortinas estaban corridas. La radio atronaba
sus órdenes. Yo amaba los himnos de batalla y
las noticias gregarias.

Entonces, en el refugio terroso, al calor de un farol
de vidrio azul, me acurrucaba con historias de zepelines
con colas de dragón y guerreros que emprendían vuelo
inmortal, como fantasmas.

Geoffrey Hill


XXVI

Amurallados en sus salones importantes, en Navidades los hombres
son los más asesinos. Borrachos, desafían las hachas de guerra,
bajo el hueso de ballena y el estiércol.

Esposas de trolls, plañideras en la dulzura, hadas de los dientes,
también ustedes deben purgar el exceso de Inglaterra:
ustedes han esparcido mentas y confites, sus
perlas de azúcar de colores.

Geoffrey Hill
De "Himnos de Mercia", 3










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