A Pasolini
(en respuesta)

¿Sobrevivencia, nuestra tierra? Pero son largos
estos crepúsculos, como de verano que nunca

llega la hora de la lámpara encedida, de aquellas
mariposas nocturnas irracionales que se estrellan,

atraídas y rechazadas por el claror que es vida
(pero era también vida el día que muere).

Sólo nos sea dado, en un tiempo incierto
de tránsito, recordar, recordar para nosotros

y para todos, la paciencia de los años
que los relámpagos de amor hirieron - y se apagaron.

Attilio Bertolucci


D'après Rubens
(Filemón y Baucis)

Por qué no aceptar este tiempo lluvioso
que anticipa el otoño lleva al perro mimoso
a olfatear los zapatos del forastero en tránsito
y misión con la expedita salud

del médico o del veterinario de primera
asignación sobre nudos y franjas
podridas de gencianas hasta que
un camino abandonado y solitario le ofrece

su meditativo recorrido y allí
se adentra los ojos negros reconocen la señal
de un paso reciente en el ansia
del mediodía estival la blanca ceniza

viuda sobre la piedra oscurecida de humedad
mientras en la suspensión del corazón y la mente
en una vuelta rapaz de frutos vueltos silvestres
sucede la dulce ruina en la extensión delante

de la casa escogida pero si los esposos
viejos se han ido y la puerta está trancada
¿a quién mostrará él posando sobre el umbral
desgastado el pie ligero de la juventud

el arcoíris que se extiende sobre el Apenino vertiginoso?

Attilio Bertolucci



Eliot a los doce años
(en una fotografía)

Hoy un viento cálido recorre la tierra,
no árido ni seco como será más tarde;
arrastrando hojas de cobre con un sonido
que imita el infierno, prepara el purgatorio

y su somnolencia otoñal. Esto
es marzo con el sol que te hace
estrechar los ojos hondos, oscuras violetas
sobre las que se fruncen los cabellos desordenados

cuanto permite, o exige, la etiqueta de la
Nueva Inglaterra exiliada en las riveras
meridionales: y tú jamás de frente
querrías combatirla. Vencerla -

si hoy la amarga boca adolescente tal
propósito y empeño significa, mientras
contra la pared de ladrillos el fotógrafo
finge tu ejecución y las rodillas

languidecen culpablemente en la tibieza
de la estación y de la edad - y vencida
abandonarla vacía sobre las orillas del tiempo,
reluciente, querrá decir vivir y escribir

hasta el enero inclemente, el invierno de los huesos.

Attilio Bertolucci



Las gaviotas

Nunca había visto gaviotas sobre las orillas del Tíber
cambiantes este fin de invierno las plumas y las aguas.

Me he apoyado en el granito como hacen aquellos
que velan sobre su propia vida o muerte dotados

de una atenta paciencia pero mis ojos distraídos
seguían los planeos rapaces de los pájaros plúmbeo-plateados

hasta que fueron saciados los vientres ahusados los picos
resplandeciendo sobre otras olas en un sol distinto

por el transcurso inevitable del tiempo mis
pupilas cansadas y aún voraces no se volvieron

sobre el emporio móvil de las populosas calles de Roma
en búsqueda desesperada a la hora de la hipoglucemia

de un alimento imprevisto sólo para mí notorio
en una revelación gozosa y estéril en la sombra-luz

sanguínea de los áticos y cornisas meridianos
humeando sobre las colinas las ramas verdes de la poda

hasta oscurecer el cielo piadoso del retorno.

Attilio Bertolucci


Pequeña oda a Roma

                                                                a P.P. Pasolini

Te he visto una mañana de noviembre, ciudad,
despertarte, aprestarte otro día a vivir,
tenaces humos que brillan a los perezosos márgenes orientales
recorridos por la luz tierna como una flor,
un plateado de nubes, más arriba, espesas en el azul
ofuscándose por breves instantes que suscitan temblores
y refulgiendo largo tiempo, luego que el buen clima ha vuelto
y durará, si es nieve aquel violeta lejano
más allá de los bultos que ríen de burgos indiferentes.
Las mortificaciones de la sombra, luego que el sol vence o vencerá.
Tú estabas viva a las nueve de la mañana,
como un hombre o mujer o muchacho que trabajan
y no duermen tarde, tienen los ojos
frescos y atentos al trabajo asignado
en el olor de madera mojada y de hojas quemadas
o en aquel amargo de los árboles siempre verdes
que crecen a tus flancos y se ven desde lo alto,
por lo cual desciendo embriagado a los puentes
llenos de gente en tránsito, aquí silenciosos y blancos
como alas de pájaro que cabalgan en el agua amarilla.

Yo pienso en aquellos que vivieron en esta llaga meridional
calentando en tus inviernos los huesos ateridos de hielo
sin fin, en infancias frías y vivaces,
a Virgilio, a Catulo que alimentó un clima ya templado
pero educó una raza menos complaciente que la tuya,
y por eso sufrió, sufrió, la vida pasó veloz para él,
pasa veloz para mí ahora y no me duele como cuando
las acacias morían un poco para volver a florecer
el nuevo año, porque aquí un año es como otro,
una estación igual a otra, una persona a otra igual,

El amor una riqueza que ofende, un privilegio indefendible.

Attilio Bertolucci



Restauración de un techo

Este regreso nuestro, y estadía, aquí en setiembre avanzado,
con sol que quema y mariposas amarillas en el aire,
flores perdidamente coloridas desbordando la red metálica
de los huertos en su última maduración y despojamiento, esta

contratación tuya de finos artesanos ancianos, en desguace,
para hacerles aguzar la vista, extremar los músculos en la
restauración difícil del techo de pizarra, acróbatas
tranquilos, las canas mojadas de azul, músicos

intermitentes a los que hacen eco los valles, tanto
es el silencio de las horas pasado el meridiano -
pero persevera el oro en los ojos enamorados aún,
de modo que la obra sea cumplida en el tiempo previsto

y alejado el horror de lo oscuro se acumule
en los senderos para impedir las fugas, aunque sin esperanza,
ya que los puentes están todos en ruinas
bajo estrellas benignas e inflexibles -

y mi dócil aceptación de una tan confiada
laboriosidad, de una tan activa utilización
de los márgenes diurnos en los confines de la noche, no serían tal vez...
Pero no es, no es la contradicción de la poesía
en progreso, su denegación llameante
dura, y prolonga el verano mientras prepara
el otoño, y con él lluvias, enfermedades, recuperaciones,
con humos en cielos que clarean en los agujeros del oeste.

Attilio Bertolucci



Retrato de hombre enfermo

Éste que ven aquí pintado a la sanguina y en negro
y ocupa enteramente el espacioso cuadro
soy yo cuando tenía cuarenta y nueve años, envuelto
en una bata amplia que cubre la mitad de las manos

como si fuesen flores, no deja ver si el cuerpo
está sentado o acostado: como el enfermo crónico
que es puesto ante ventanas donde se enmarca el día,
un día más otorgado a los ojos que se fatigan pronto.

Si pregunto al artista, mi hijo quinceañero,
a quién quiso pintar, me dice de inmediato:
“a uno de esos poetas chinos que tú me hiciste
leer, mientras mira hacia fuera, en sus horas finales”.

Es verdad, recuerdo ahora haberle regalado ese libro
que alegra el corazón de riberas celestes
y pardas hojas otoñales; en él sabios, o falsos sabios, poetas
graciosamente dejan la vida levantando la copa.

Y yo, perteneciente a un siglo que cree
no mentir, me reconozco en aquel hombre enfermo
mintiéndome a mí mismo: y de él escribo
para exorcizar un mal en el que creo y no creo.

Attilio Bertolucci














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