Ahí está

Para André Schmitz

Todo entregado, todo perdido, como el nombre
de la mañana en la hierba ya verde – oh pálido,
tan pálido rostro de la amada apenas vista
y es todavía (ya todavía)

tu viejo perro sucio y fiel y arrastrando
su gran trasero de regreso: ahí está
dice, ahí está todo lo que tengo, mi único
tesoro, acéptalo, acepta

Que este día sea un día simplemente,
Un día dado, un día de paso todavía
Y que arrastra un poco los pies en tu vida
Donde nada se mueve peligrosamente,
Como una vela al embargo del viento

Guy Goffette


Celos

Durante la noche, cada vez más seguido
baja a la cocina,
donde fuman en silencio ante la luna
las estatuas que el día relega entre los muebles,
la ropa entre ese montón de cosas
traídas de fuera y destinadas al olvido.
No enciende la luz; se instala en su claridad
como un cliente entre las chicas,
Y les habla con una voz triste y suave
de su mujer que se entrega allá arriba, en su propia habitación,
a grandes señores invisibles y mudos
-y soy yo el que cuida los caballos, dice, mostrando
la espesa crin de oro enredada
en su anular.

Guy Goffette



Ella dice: no hables…

Ella dice: no hables, si vienes para quedarte.
Basta con la lluvia y con el viento entre las tejas,
basta con el silencio que se apila en los muebles
como capa de polvo, tras los siglos sin ti.

No hables todavía. Sólo escucha lo que fue
un acero en mi carne: cada paso, una risa
a lo lejos, el perro que ladra, la cancela
que bate y el tren que no acaba de pasar

sobre mis huesos. Guarda silencio: no hay nada
que decir. Deja que la lluvia vuelva a ser lluvia,
y el viento, esa marea bajo las tejas, deja

que el can grite su nombre en la noche, que bata
la cancela, que a ese lugar de muerte se vaya
lo ignoto. Quédate si vienes para quedarte.

Guy Goffette



Es muy poco decir que no vivimos

Es muy poco decir que no vivimos
en la luz, que cada paso
es una caída de Ícaro, y no un día
ni un ruido ni un paso
que no nos consagran propietarios
de nada -los dioses mismos han perdido la herencia
del viento y sus voces en lo sucesivo giran en redondo
mientras el cielo se abre las venas
en los cuatro horizontes de la habitación
y las hojas ya se extienden
para recibir con el oro y la mirra
el incienso azul que surge de la tierra

Guy Goffette




La espera

Si vienes para quedarte, dice ella, no hables.
Es suficiente con la lluvia y el viento sobre las tejas,
es suficiente con el silencio que los muebles acumulan
como polvo desde hace siglos sin ti.

No hables todavía. Escucha lo que fue
el cuchillo en mi carne: cada paso, una risa a lo lejos,
el ladrido del perro, la puerta del auto que se cierra
y ese tren que no termina de pasar

sobre mis huesos. Quédate sin hablar: no hay nada
que decir. Deja que la lluvia vuelva a ser la lluvia
y el viento esta marea sobre las tejas, deja

que el perro aúlle su nombre en la noche, que la puerta
se cierre, que se vaya el desconocido, en este lugar nulo
donde yo muero. Quédate si vienes para quedarte.

Guy Goffette


La prensa del tiempo

Mientras en la escuela recién pintada
el maestro permanece atento a los márgenes limpios,
a la corrección de las letras (trazan, dice,
el porvenir sin un paso en falso), un río distraído
se ha salido de su lecho, un tirano se ha levantado
hirsuto, o es la sombra de una nube
que cambia de repente la escritura del mundo
y el niño que soñaba en la complicidad
polvorienta de los libros ya no encuentra
el camino trazado donde se lee la vida como
las rayas de la mano. Entonces se hunde
en la prensa del tiempo como estas palabras
que lo han llevado ya se borran.

Guy Goffette



Poeta, lee tu poema, decían
que el mundo al fin cambia
como una cabeza bajo la lámpara
que por fin deletrea ese nombre
cuyo desconocimiento nos ciega
y entonces él, abriendo el libro
advierte que las páginas se habían vuelto blancas

Guy Goffette



Sí, yo también me decía…

Sí, yo también me decía: vivir es otra cosa
que este olvido del tiempo que pasa y de los estragos
del amor y la usura –eso que hacemos
día y noche: surcos en el mar,

en el cielo, en la tierra, sucesivamente pájaro,
pez, topo, en fin jugar a agitar el aire,
el agua, el polvo, los frutos; haciendo de,
ardiendo por, marchando hacia ¿cosechando qué?

El gusano en la manzana, el viento en los trigales
porque todo cae otra vez, porque todo vuelve
a empezar y nada es idéntico a lo que fue,
ni peor, ni mejor,
que no cesa de repetir: vivir es otra cosa.

Guy Goffette


Siéntate, mi alma

Y luego llega un día y la felicidad está ahí
como el mar al pie de la mar, uno toca
la ventana, la madera, para apaciguar esa sangre
que creíamos desaparecida

junto con el viejo caballo que rumiaba el azul
y el grito verde de la hierba bajo el horno
helado; alcanzamos eso que no es todavía,
eso que vendrá: la vida

prometida, pero tenemos demasiadas piernas, demasiados
brazos y el corazón hace nudos
—siéntate entonces mi alma, siéntate, deja
al niño de tus arrugas, al niño perdido
deshacer la red del pobre pescador de agua

Guy Goffette


Un poco de oro en el fango

1. I

Yo me decía también: vivir es otra cosa
que este olvido del tiempo que pasa y los estragos
del amor y del desgaste - lo que hacemos
de la mañana a la noche: hender el mar,

hender el cielo, la tierra, a veces pájaro,
pez, topo, en fin: jugando a agitar el aire,
el agua, los frutos, el polvo; actuando como,
ardiendo por, yendo hacia, ¿recogiendo

qué? el gusano de la manzana, el viento de los trigos
pues todo recae siempre, pues todo
recomienza y nada es nunca igual
a lo que fue, ni peor ni mejor;

que no cesa de repetir: vivir es otra cosa.

***
5. V

Se dice: el sol después de la lluvia, el mar
después de la montaña, el amor después
y partir, partir. Mañana cuando todo será,
cuando todo habrá, cuando.

Promesas de muertos si vivir es más
que aguardar, que esperar. Cenizas arrojadas
sobre el fuego que rezonga un poco y después se calla
sin consuelo: la noche

cae, se alza el alba, un verano ha pasado.
Ya, dice el humo del caserío
mientras los animales sin cólera siguen
acumulando el oro del tiempo, el oro

de nuestros ojos ávidos, tan pronto cerrados.

***
6. VI

Y tú terminas por colocar el libro, allí arriba,
en su sitio exacto, ese pequeño hueco de sombra y de olvido
como el rincón de tierra que te corresponde.
También tú vuelves a tu correspondiente

lugar, delante de la ventana, la mesa,
este cuadrado de nieve que nadie ha forzado todavía
y que va en todos los sentidos como tu vida
entre las palabras, los muertos.

Bien sabes que ningún signo cura de la ausencia,
como tampoco el mirlo al caer invierte
el eje de la tierra, pero tú persistes, oh escriba,
en sobornar a los ángeles:

un poco de oro en el fango, vamos, que la noche siga abierta.

Guy Goffette















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