Antártida

QUIERO VIVIR un invierno
en la Antártida,
entre vientos huracanados
y sin ver la luz en tres meses.

Cuando despegue
el último avión hacia el norte,
nos quedaremos mirándonos los pocos
que se mirarán largamente.

Jugaremos ajedrez
oyendo a Mozart y a Sinatra,
enloqueciendo un poco
bajo los focos iguales,

y escucharemos Neblina morada
de Jimy Hendrix
como se escucha
una canción romántica.

Como los pingüinos
que forman contra el frío una rueda
compacta que apenas se mueve,
sellaremos los pernos para que no entre la nieve.

Al cantar tendremos cuidado
de no separar las estrofas
y escribiremos poemas en prosa
para no exponer demasiado los versos.             

Y cuando el sol se oculte,
odiaremos los ojos de buey
que la noche ha vuelto
inútiles, perversos.

Desearemos como nunca que un oso
asome su hocico
y recordaremos que no hay osos en la Antártida,
y nos preguntaremos a qué vinimos,

qué nos atrajo de la Antártida,
sin osos polares
y sin un océano
abajo del hielo.

Se hundirá cada uno
en su propia neblina morada,
sin terapias costosas,
con sólo haber venido.

Sólo el reloj nos dirá
a qué hora ir a dormir
e iremos como cuando de niños
nos mandaban temprano a la cama,

apagaban las luces
y nos dejaban ojiabiertos
en lo oscuro, en el castigo
de una noche antártica.

Soñaremos, juntando los Polos
en un paraje equis,
la llegada de los osos,
que no soportarán el frío del sur.

Soñaremos con osos que no soportan el frío
y a la postre se mueren,
que es el sueño más triste que se tiene
en estas latitudes.

Fabio Morábito



Cuarteto de Pompeya

I

Nos desnudamos tanto 
hasta perder el sexo 
debajo de la cama,

nos desnudamos tanto 
que las moscas juraban 
que habíamos muerto.

Te desnudé por dentro, 
te desquicié tan hondo 
que se extravió mi orgasmo.

Nos desnudamos tanto 
que olíamos a quemado, 
que cien veces la lava 
volvió para escondernos.


II

Me hiciste tanto daño 
con tu boca, tus dedos, 
me hacías saltar tan alto

que yo era tu estandarte 
aunque no hubiera viento. 
Me desnudaste tanto

que pronuncie mi nombre 
y me dolió la lengua, 
los años me dolieron.

Nos desnudamos tanto 
que los dioses temblaron, 
que cien veces mandaron 
las lavas a escondernos.


III

Te frotabas tan rápido 
los senos que dos veces 
caí en sus remolinos,

movías el culo lento, 
en alto, para arrearme 
a su negra emboscada,

su mediodía perenne. 
Abrías tanto su historia, 
gritaba su naufragio...

Nos denudamos tanto 
que nonos conocíamos, 
que los dioses mandaron 
la lava a reinventarnos.


IV

Te desmentí de cabo 
a rabo devolviéndote 
a tus primeros actos,

te escudriñé profundo 
hasta escuchar la historia 
amarga de tu cuerpo,

pues sólo el amor sabe 
cómo llegar tan hondo 
sin molestar la sangre.

Esa noche la lava 
mudó si paisaje en piedra. 
Tú y yo fuimos lo único 
que se murió de veras.

Fabio Morábito






“De la poesía no puede vivir nadie. Octavio Paz agotaba sus ediciones de tres mil ejemplares en cuatro años.”

Fabio Morábito


El justificante perfecto

Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante: quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y sin ni siquiera sentarse garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era sólo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aun el más intrascendente planteaba problemas de eficacia y de estilo. Quise escribir el justificante perfecto, confesó el hombre en una entrevista, y no me extraña, porque escritor es aquel que se enfrenta al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás sencillamente redactan. Podemos estirar esa anécdota e imaginar a alguien que, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte. Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpa a sus seres queridos y, como es un escritor, deja de redactar y se pone a escribir. Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos a quienes vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra.

Fabio Morábito



El viento, más...

El viento, más
que yo,
se fuma este cigarro
entre mis dedos,
dejándome el placer
de sólo tres o cuatro bocanadas,
y el mar expropia las palabras
que te digo,
porque, acostada, no me oyes.
El sol, el viento y la marea
te ensordecen
y cuando me levanto
para dar dos pasos,
viendo mis huellas que se imprimen
en la arena,
pienso que esas pisadas mienten,
que ya no piso así
desde hace no sé cuándo;
son huellas de otro
que sobrevive en mis pisadas, pues las mías
son mucho menos elocuentes.
Tú, en cambio, que me ves
completo e indivisible,
sabes mejor que nadie cómo soy mortal,
cómo mis huellas en la arena me describen
y cómo se plasma en ellas lo que soy,
sabes mejor que nadie cómo no escucharme.

Fabio Morábito



En el mar, sobre ciertas rocas macabras...

EN EL MAR, sobre ciertas rocas macabras,
instalan faros para ahuyentar los buques.
Amarga luz que dice: aquí no hay nada, aléjate.
Luz que no alumbra,
que sólo señala la nada en que se asienta,
como un vientre de mujer hinchado
pero sin feto,
luz que no anuncia ni promete sólo indica
la oscuridad que la rodea, que la roe.

Fabio Morábito


“Hay que provocar un estado de incomodidad en el lector, la sospecha de que algo se va a descubrir. Ese te quito tiempo, pero a cambio te doy algo que tú no te esperabas.”

Fabio Morábito



“La poesía es el atajo lingüístico por excelencia.”

Fabio Morábito


“La poesía no es sinónimo de lentitud, como muchos creen. Es el atajo lingüístico por excelencia. Por eso los poemas suelen ser breves, un acelerador de partículas que permite saltar sobre muchas cosas e ir directos al grano. El poeta es un velocista.”

Fabio Morábito



"Los poemas son como un acelerador de partículas que permite saltar sobre muchas cosas e ir directos al grano."

Fabio Morábito


Mudanza

"A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver."

Fabio Morábito





No he amado bastante...

NO HE amado bastante
las sillas.
Les he dado siempre
la espalda
y apenas las distingo
o las recuerdo.
Limpio las de mi casa
sin fijarme
y solo con esfuerzo puedo
vislumbrar
algunas sillas de mi infancia,
normales sillas de madera
que estaban en la sala
y, cuando se renovó la sala,
fueron a dar a la cocina.
Normales sillas de madera,
aunque jamás
se llega a lo más simple
de una silla,
se puede empobrecer
la silla más modesta,
quitar siempre un ángulo,
una curva,
nunca se llega al arquetipo
de la silla.
No he amado bastante
casi nada,
para enterarme necesito
un trato asiduo,
nunca recojo nada al vuelo,
dejo pasar la encrespadura
del momento, me retiro,
solo si me sumerjo en algo existo
y a veces ya es inútil,
se ha ido la verdad al fondo
más prosaico.
He amortiguado el brillo
creyéndolo un ornato,
y cuando me he dejado seducir
por lo más simple,
mi amor a la profundidad
me ha entorpecido.

Fabio Morábito



Nos desnudamos tanto
que los dioses temblaron,
que cien veces mandaron
sus lavas a escondernos.

Fabio Morábito 




Si te revuelca la ola 

"Si te revuelca la ola 
procura que sea joven, 
esbelta, ardiente,

te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;

cuídate de las olas
retóricas y viejas,
de las olas con prisa,

y la peor de todas,
de la ola asesina,
la ola que regresa."

Fabio Morábito





“Siempre me ha gustado la experiencia de las personas que no tienen nada que ver, nada de qué hablar y quizá precisamente por esa lejanía encuentran una cercanía que no se da con las personas que nos rodean, con las que tenemos confianza, pero también nuestras defensas.”

Fabio Morábito


 “Yo llegué a México sin saber español y los 15 años ya son una edad tardía para aprender desde el punto de vista neurolingüístico. Pero cuando quise ser escritor no me quedó más remedio que hacerlo en mi lenguaje cotidiano. Cuando uno escribe lo hace en una cultura, en un contexto, rodeado de otros autores con los que dialoga. Durante un año sabático en Roma compuse unos poemas en italiano. Sonaban muy bien y me salían casi instintivamente. Pero yo no tenía nada que decir en ese idioma y acabaron en la basura.”

Fabio Morábito














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