Apología del tango

Tango de dulce expresión...
Tango malevo y compadre;
dejá que en tu honor me cuadre
dominao por la emoción...
Tango que abrís tentación
con tu rezongo porteño,
ese compás tan risueño
que marcás en tu asentada
es caricia y puñalada,
flor amarga y ensueño.

Tango de triste gemido
hermano del malevaje...
Cómo has cambiado de traje
mi viejo tango querido...
Del arrabal has surgido
y al fin te llaman Señor;
tango brujo engrupidor...
¿Qué virtud llevás contigo
que hasta tu propio enemigo
te reclama en su dolor?...

Conozco tu primer huella
y te he visto en el suburbio
cuando en la faz del disturbio
comenzabas a hacer mella...
Hoy, ya nadie te atropella
porque es lujoso tu tren,
y andás entre gente bien
metido en el extranjero,
pero sos arrabalero
por más vueltas que te den.

Por vos, cayó pervertida
la mujercita inocente
y solloza amargamente
la pobre madre querida...
Por vos jugaron su vida
los taitas del arrabal
poniendo en juego el puñal
en más de un bailongo reo,
por disfrutar el trofeo
de bailarín magistral.

Melancólico viajero...
tango canyengue y glorioso,
mezcla de amor y sollozo
y de dichas mensajero...
Tango lindo y callejero
tan mimado y compadrón,
sos queja de bandoneón,
remedio para el esplín,
sos guitarra y sos violín
zarandeando una emoción.

No olvides tango querido
que nunca supe ofenderte,
y que al llamarme la muerte
me despidas complacido.
Tu funerario gemido
como un toque de oración,
será la fiel bendición
en mi latido postrero,
orgullo de mi nación
viejo tango arrabalro.

Francisco Brancatti


Señor

¡Señor! yo soy un desdichado...
Enfermo estoy de tanto padecer,
yo soy un paria que sufre resignado,
abandonado, sin dicha ni placer.
Morir así, será mi estrella,
¿qué debo hacer?... Mi vida está demás.
Vea señor, yo voy buscando a ella
sin saber adonde encontraré mi santa paz...

Era mujer veleidosa,
su gesto me lo decía
y el alma se me partía
porque por ella sentía
un cariño abrasador.
Pero llegó mi derrota,
para mi martirio cruento,
y en ese golpe violento
perdí hasta el aliento,
se lo juro por mi honor.

¿Beber? En mí no está el consuelo,
no he de apagar con eso mi dolor,
van muchas noches que sufro y me desvelo
pidiendo al cielo mi ya perdido amor...
Tal vez, usted que es hombre sabio
ha de saber qué ruta he de tomar,
concédame su cálido consejo, ¡Buen Señor!
¿No es cierto? ¿Que morir es descansar?

El alcohol no me adormece
el recuerdo de la ingrata...
Ese vicio nunca mata
la tormenta que desata
el volcán de una traición.
Por la mujer agresiva
tan desleal y caprichosa
en mi vida borrascosa
una muerte lastimosa
pondrá fin a mi pasión...

Francisco Brancatti









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