Arte de la fuga

Resiste todo, huye. En nombre
de nada. Deja los nombres
a los nuevos constructores de banderas.
Vamos, ratoncito, es hora.

Mira, esto es un bosque, esta
una lata de carne. Esto es un río.
Desde el puente ves una ciudad blanquísima,
una fuente de sangre coagulada. Y los años,
los años sobre sus caballos negros. La ciudad
está hecha de cal y yeso, de silencio.
El paso es este; la fuga, otra calle.

Fabio Pusterla



Canción de los senderos

Éranse unos senderos
perdidos en los prados
suaves en los pantanos o entre piedras.
Éranse pocos colores difuminados.
Era la rama quebrada
cruzando como flecha, el helecho
combándose de pronto sobre el lago.
Señales vagas ante nuestros pasos.

Éranse, bajo las piedras,
clavos, brasas, una araña,
éranse espadas filosas, paisajes de sílex.
Era una cara amada
arrastrándose en el polvo, eran pasos
que llevaban hacia atrás.
Perdidos en el pasado
éranse campos negros.

Fabio Pusterla


Dos orillas

I
Un bote cruza el agua, poco antes del alba:
¿se acerca? ¿se aleja? En la luz
metálica, aún, gris, en el aire frío,
entre vapores y brumas nocturnas, va seguro,
mueve despacio el agua, remo a remo.
Después llegará también el día, para alumbrar
lo que estaba borroso. Pero el bote
labra un límite frágil
y desaparece. Que sea inútil
este viaje. Inútil y esencial.
Ningún transporte o lugar adonde ir.
Sólo un agua que cruzar,
una luz que anticipar,
un día que separar
de la noche.

II
A veces, al verlo, piensas
en dos orillas imaginarias, invisibles.

De un lado
ruinas, grandes montones
de tierra o de grava, un escenario
arrasado, nocturno —quizá una calle estrecha,
de casas altas, corroídas, escaleras grises, barandas,
habitaciones y botellas vacías, el funeral
de confeti, un lavamanos
goteando para siempre o hasta nunca más,
hasta el último río
que estalla en las venas, hasta la mortandad
de espectros desgarrados, destrozados:
no nos recuerden, o sí, no sirve
para devolver nada, estamos en la llanura
helada, bajo una costra dura, ni siquiera ahí estamos
tal vez sólo querríamos no haber
estado nunca—,
un cansancio del sol y del tiempo, atrocidades
mínimas, cotidianas: veintiuno, veintidós, veintitrés,
ningún respiro;
y hacia la otra orilla que no está
algo de niebla vaga, azulina,
la claridad inesperada
que asombra y alegra cuando enciende
la renovada limpieza del aire
—estrellas, estrellitas, luciérnagas, polvillo
en la corriente de un río, alas imprevistas
que rasuran o, más simplemente, ahí nomás
la perspectiva de calles que entreabren
algo, una hipótesis o una mirada
más intensa de las cosas, menos grave:
recordaremos tu mirada dulce, les diremos tu nombre
a nuestros hijos como el de algún amigo,
te buscaremos en la llanura, en los pastos ralos—
y un movimiento invisible encrespa el agua,
sugiere un resplandor iridiscente,
alga, pez o reflejo...

Pero es que no hay orillas y no hay bote
ahí, o no se ve
ya más, y queda el agua
donde parece abrirse cierta sombra,
casi expandirse, parece, ensamblar
algo que no llegas a ver;
una sombra, una estela...

Fabio Pusterla


El esplendor

No, no es fácil hablar de todo. Y en este caso
bastan dos milímetros para cortar
el tiempo como un cuchillo: dos milímetros más,
dos milímetros menos, y todo cambia,
luz u oscuridad, flor o sequía
definitiva. No tengo palabras para hablar del vértigo
que de tanto en tanto me asalta, cuando la mirada
tiembla y debo detenerme, apoyar las manos, respirar.
Milímetros: era el título
de un libro muy querido,
pero ya rugía dentro,
dura, la desadornada, hoces y tijeras.
El vértigo pues dejémoslo mudo,
mudo el torbellino —por un instante se ha abierto,
más allá de cualquier palabra, sin aliento
ni ritmo— ¿se detiene la palabra cuando el espolón
del mal se cierne sobre ella? ¿Se rinde, acaso?
¿O, por el contrario, se lanza después la palabra,
conquista la luz, y el mal está mudo
desde siempre, despojado
de sentido, condenado
al silencio del hueso y de la carne?
Hablemos mejor del sol de tus años,
cuando pasas y sonríes por la vida,
hablemos del esplendor.

Fabio Pusterla


El hurón de Tenerife

La hiena manchada del desierto
de vientre rasgado, los lagartos,
la ardilla que duerme sorprendida por algo
en el desván, ignorante de sus días, el elefante
de los hielos: descansan ahora callados,
quietos en los confines de la vida
y de la muerte, vanas momias resignadas.
Sólo el hurón, capturado en un gesto
de dolor de rabia o estupor
grita todo el engaño grita todo el deseo
de correr por los prados tras conejos y perfumes,
de morder o besar o transformarse
en luz en sangre en leche,
para desvanecerse y revivir en lo eterno,
como las nubes y los ríos.

Fabio Pusterla


"La palabra lo es todo, o casi todo, en la poesía. Cada uno de nosotros vive, experimenta emociones, alegrías, dolores y esperanzas. Cada uno, a su manera, piensa, define una visión del mundo y conoce, de cerca y de lejos, las pocas cosas que lo atraviesan profundamente: el amor, la muerte, los hijos, el tiempo, la dimensión de la alteridad. Pero todo esto, en lo que a poesía se refiere, está depositado en el lenguaje, en las palabras. Y este es el territorio que, si queremos intentar escribir, es necesario explorar, en su dimensión más amplia. Porque las palabras, además de ser potencialmente infinitas y siempre sorprendentes, han sido utilizadas por los seres humanos durante muchísimo tiempo. En palabras, pues, sobrevive una huella del pasado, de lo que podemos conocer casi directamente, y también del otro, más oscuro y lejano. Así, quien escribe poemas busca descender a la profundidad de las palabras para escuchar su respiración rítmica. No sé si es posible definir un idioma, no sé si tiene sentido hacerlo. El mío, el italiano, tiene al menos una característica: por su particular historia, mantiene muy viva la relación entre el nuestro hoy y la gran tradición a nuestras espaldas. Dante, para un lector italiano, no es "simplemente" un gran autor del pasado; es una presencia concreta y tangible dentro del lenguaje. No es poco. no es "simplemente" un gran autor del pasado; es una presencia concreta y tangible dentro del lenguaje. No es poco. no es "simplemente" un gran autor del pasado; es una presencia concreta y tangible dentro del lenguaje. No es poco."

Fabio Pusterla


Paisaje

Aquí llueve días enteros, hasta meses enteros.
Las piedras están negras de chubascos,
los senderos pesados.

En el borde de las acequias:
renacuajos, latas oscuras. Una maleta
alquitranada.

Un hilo de aceite se escurre
sobre la grava. Encima, cemento.
Si rascas la tierra: escombros,
ladrillos arrojados, dientes de conejo.

Pueden pensarse sonidos humanos,
pasos, pelotitas de tenis. Voces eventuales.
Cualquier fragmento se admite por inútil.

Porque esto es el vacío hay lugar para todo
y lo poco que hay es como si no hubiera.
También las vías están completamente inertes,
los lagartos inmóviles, los vagones
olvidados.

Después el gallinero. Las cosas sin historia.
O afuera. Una carretilla
que no tiene ruedas. Un pozo. Un balde pútrido
desprovisto de fondo. El nombre de un tonto:
Luigino. Plumas en la red, de gallina.
Agujeros en la red. Tramas rotas.
Eso que ustedes no llaman crueldad.

Yo soy esto: nada.
Y quiero lo que soy intensamente.
Y las palabras: ahora nadie me las robará.

Fabio Pusterla
De La cosa senza storia (Marcos y Marcos, 1994)










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