Aurora

En el lodo de la marea, casi
al ocaso, reptaban por docenas
las estrellas de mar. Se hubiera dicho
que el lodo fuera el cielo y lo cruzaran
grandes estrellas imperfectas
tan lentamente como cruzan
el cielo las estrellas de verdad.
Todas se detuvieron
y como si sencillamente
se hubieran vuelto más sensibles
a la fuerza de gravedad, se hundieron
en el lodo, desvaneciéndose,
y se quedaron quietas. Cuando el rosa
de la puesta del sol rompió entre ellas
eran tan invisibles
como son invisibles al alba las estrellas.

Galway Kinnell


BAJO LA LUNA DE MAUD

1

En el sendero,
a un costado de este húmedo sitio
de fogatas olvidadas:
ceniza negra, negras piedras, donde los trampas
acaso acuclillados,
sin poder calentarse al calor de una débil fogata,
mastican entre las charcas
el pan maldito que impide recibir la extremaunción.

Me detengo,
reúno leña,
corteza seca, y por ella,
cuyo rostro
sostuve entre mis manos
algunas horas y que dejé
sólo para seguir sosteniendo el vacío que habitaba,

enciendo
una pequeña fogata bajo la lluvia.

La oscura leña
arde, adentro los escarabajos relojes de la muerte
comienzan a quedarse sin tiempo, puedo ver
los miembros muertos, entreverados,
suplicando una vez más al universo, y escucho
en la leña húmeda el crujido intermitente
que separa una vez más el mismo abrazo.

Las gotas de la lluvia intentan
apagar el fuego,
caen en él
y se transforman: se rompe una promesa,
la promesa hecha entre la tierra y el agua, entre la
                                                  [carne y el espíritu, se rompe,
sólo para ser ofrendada de nuevo
una y otra vez en las nubes, y para ser rota de nuevo
una y otra vez en la tierra.

2

Me siento un momento
al lado de la fogata, bajo la lluvia, pronuncio
unas palabras hacia el corazón del fuego:
piedra santa lisa piedra, y canto
una canción que solía desentonar
para mi hija cuando tenía pesadillas.

En algún sitio, lejos de donde estoy,
un oso negro yace en lo alto
de una loma, oteando
el aire. Percibe el aroma de las plantas
floreciendo y el olor de tierra mojada,
finalmente se levanta,
mordisquea algunas flores y se aleja pesadamente,
su pelaje resplandece
bajo la lluvia.

La grasa quemada rezume
de mis palabras, mas la única nota
sostenida
permanece: una nota de amor
que se tuerce debajo de mi lengua, como el ladrido
                                                                                                [del coyote
que al final se curva, transformándose
en aullido.

3

Una bebé
de redondas mejillas despierta
en su cuna. Sus verdes pañales
se rompieron,
filamento y vestidura se rasgaron
forzando que se abriera
la flor azul.

Entonces ella, la recién nacida,
la que canta y llora,
la que comienza el camino, su cabello
brotando apenas,
sus encías preparándose para su primera primavera
                                                                                         [sobre la tierra,
el vaho del amanecer aún adherido
a su rostro,
pone la mano
en la boca de su padre, para aprehender
su canción.
  
4

Todo ha terminado,
pequeña, los vuelcos
y giros, los saltos líquidos
de campana, sola en la unidad absoluta
colina abajo, debajo
del solitario ombligo milenario,
empujas de nuevo hacia adelante,
recordando las corrientes oscuras y lentas
mientras te acurrucas
y con una rodilla o con el codo presionas
la pared resbalosa, esculpiendo el mundo
en cada movimiento —una corriente trepidante
de sangre umbilical, vibrando, te inunda.
  
5

Su cabeza
entra en el túnel
que empieza a jalarla hacia afuera: se amolda
                                                                       [perfectamente
a su cuerpo, según su naturaleza, y la entrega
a la estremecedora presión de la partida, las lentas,
agonizantes contracciones dando los últimos
detalles al molde de su vida, en la oscuridad.
  
6

El ojo negro
se abre, la pupila
se enmaragaña con cabellos negros
y se detiene, el chacra ubicado en lo alto
del cerebro pulsa un largo instante, envuelto en la
                                                                                    [luz del mundo,
ella gira su rostro hacia la luz,
un bulto
de carne atónita
cuajada en queso celestial, resplandeciendo
con el violeta astral
de la vida subterránea. Y cuando cortan

el cordón que la unía a la oscuridad,
ella muere
un instante, se torna azul como carbón apagado,
las pequeñas extremidades tiemblan
mientras se vacían de recuerdos. Cuando

la ponen de cabeza, colgando
de los pies, súbitamente
jala aire, gritando
su primera canción, su piel se sonrosa,

y los implumes bracitos aletean
despacio, intentando aferrarse ya
al vacío.
  
7

Llorabas,
hacía frío
en nuestra casa en la colina,
tu cuna se balanceaba
en la oscuridad, y justo donde comienza
la curva de la sonrisa, tallada en madera con un cuchillo,
una extraña tristeza, más extraña que la nuestra,
se filtraba desde el otro mundo,

yo iba a verte
y me ponía a cantarte,
sentado a tu lado. Y aunque no podías aprehender ese
                                                                                                              [instante,
te surgirá el recuerdo
desde las zonas silentes
del cerebro, un espectro, descendiente
de ancestros fantasmales, cantando
en las noches para ti;
no las canciones luminosas
que se dice
emanan de los resplandecientes y ondulantes cabellos de
                                                                                                            [los ángeles,
sino una canción carrasposa y oscura
que desde mi lengua florecía.

Y cuando la luna de Maud, con luz vacilante
y débil, se asomaba aquellas primeras noches,
mientras el Arquero,
en su cuna de estrellas,
mamaba el frío calostro del cosmos,

yo bajaba sigiloso la colina
hasta la ribera del río, que con un largo estruendo
alcanza la cima del ser y perece, desembocando
en los pantanos donde la tierra brota mezclada
con frías corrientes de agua, acariciando al mundo
con el tenue resplandor
del comienzo.
Ahí fue donde aprendí mi única canción.

Y cuando llegue el día
en que la orfandad te encuentre,
vacía,
sin el arrullo del viento y de la luz,
con trozos de pan maldito sobre tu lengua,

quizá mi voz regrese
a ti,
espectral,
desde aquel sitio a donde va todo lo que muere,
llamándote
¡hermana!

Entonces
podrás abrir este libro,
aunque sea el libro de las pesadillas.

Galway Kinnell


"Deja que nuestras cicatrices se enamoren."

Galway Kinnell


"El primer paso... será perder el camino."

Galway Kinnell



El puercoespín

1.

Colmado

de hierbas, henchido de manzanas

silvestres, a reventar de fibra y savia, inflado

de adelfas, amentos de chopo, retoños

de álamo y alerce,

el puercoespín

rebota y arrastra su última merienda

entre el hielo y el lodo, entre rosas y solidagos,

hacia el alto rastrojal.

2.

De carácter

se asemeja a nosotros en siete formas:

deja su huella en las letrinas,

se transforma bajo la luz de luna,

caga a las carreras,

utiliza la cola para trepar,

se ríe entre dientes cuando tiene miedo,

se engenta si hay más de uno como él en cinco acres,

sus ojos tienen su propio interior rojizo.

3.

Excavador

de pasajes subterráneos, de reticencias

bajo umbrales, de

huellas de terror

sobre puertas o marcos de ventanas, destazaría

el mundo,

lo ahuecaría, nos extirparía de él,

hasta que no quedara nada, si es que eso

pudiera librarlo de todo nuestro empeño y patetismo.

Adorador de las hachas

impregnadas de grano, de los brazos

de sillas reclinables, de objetos

hechos a mano,

remojados en el jugo de los dedos,

de superficies salpicadas

con grasa del puño y aceite de los codos,

de pinzas

que han sujetado nuestros harapos por la axila [o la entrepierna...


Impávido –aburrido–

ante el girar de las estrellas, éstas

lo asombran, ¡ángel

ultrarrilkeano!,


para quien la verdadera

porción de dulzura en el mundo es uno de esos

trozos

pesados, centelleantes, convulsos,

de agua salina

que caen por los despeñaderos del rostro humano.

4.

Un granjero disparó tres veces a un puercoespín

mientras dormía en la rama de un árbol. En

la caída se rasgó el vientre

con una rama

rota, se le engancharon las tripas

y siguió cayendo. En el suelo,

se levantó de un salto

y ofreciendo las entrañas se arrastró

y tambaleó a lo largo de cien pies de solidagos

antes

del vacío súbito.

 5.

El Avesta

condena a quien mata un puercoespín

a nueve generaciones en el infierno, y lo sentencia

a roer el corazón de su prójimo en busca

de la sal del deseo.

Ruedo

de un lado a otro en esta gran cama, bajo

la colcha

cuyos parches imitan este país de granjas y bosques

[fracturados,

la funda grasienta del hombre

se disuelve,

las púas hirientes se enderezan, florecen hacia afuera

–erizo holgazán flechado, de ojos enrojecidos

[y duros dientes,

desparramando plumas del colchón,

aguijoneando

a la mujer que tengo a mi lado hasta oírla gemir.

6.

También yo

me he agachado, las púas erguidas,

san

Sebastián del

corazón aterrado, y me han

batido a muerte con un garrote

en el hocico desnudo.

También he caído desde lo alto,

he huido, he

corrido

por campos de solidagos,

despavorido, buscando un hogar,

y entre las flores

he llegado a mí, vacío, la cuerda

tendida tras mis pasos

bajo el sol de otoño,

repentinamente glorificado por toda mi sangre.

7.

Y esta noche merodeo en la pradera invernal,

[el cráneo

roto o hueco como un

huevo sorbido, riendo para mí en silencio, molde

vacío de mí mismo, arrastrando

un vientre muerto de hambre a través de acres

[de flores fantasmales,

donde la bardana pierde el arca de su semilla

y el cardo sostiene en alto sus capullos

[desvanecidos

y los rosales frotan sus ramas muertas en el viento

para avivar el fuego abrupto

de las rosas.

Galway Kinnell



Espera

Espera, por lo pronto.
Desconfía de todo, si hace falta.
Pero no de las horas. ¿No te han llevado
hasta ahora a todas partes?
Tus asuntos serán de nuevo interesantes.
El pelo será interesante.
El dolor será interesante.
Los brotes fuera de estación recobrarán su encanto.
Los guantes de segunda mano recobrarán su encanto;
tienen recuerdos que hacen necesarias
otras manos. Y la desolación
de los amantes eso es: un gran vacío
cavado en estos seres minúsculos que somos
reclama ser colmado; un amor nuevo
es necesario por fidelidad al viejo.

Espera.
No te vayas tan pronto.
Estás cansado. Igual que todo el mundo.
Y nadie se ha cansado suficiente.
Espera un poco nada más y escucha.
La música del pelo,
la del dolor, y la de los telares
que traman otra vez nuestros amores.
Escúchala, será la única vez,
para que escuches, sobre todo,
los alientos de toda tu existencia,
que las penas ensayan y a sí misma se toca hasta agotarse.

Galway Kinnell


El voto

Cuando se va
el amante, el voto, aunque
quebrado, permanece, aquel
vestigio de la eternidad que trae
el amor se queda
con nosotros, y le da
dignidad al sufrimiento
y lo hace más agudo.

Galway Kinnell



Otra noche en ruinas

1
Cuando anochece
la niebla se oscurece en las colinas,
púrpura de lo eterno,
pasa un último pájaro
—flop, flop— que adora
solo el instante.

2
Hace nueve años,
en un avión toda la noche en tumbos
sobre el Atlántico,
pude ver, encendida
por los rayos que le salían,
la cara de mi hermano en una nube
que miraba hacia abajo en el azul,
instantes del Atlántico
a la luz de un relámpago.

3
A veces me decía:
“¿Para qué sirve un día?
Esa hoguera que enciendes en la cima
de la desesperanza
podría iluminar el cielo inmenso,
aunque para incendiarlo, es cierto,
tendrías que arrojarte tú a las llamas…”

4
Se rasga el viento en los aleros
de estas ruinas, vacío,
flauta fantasma de los ventisqueros
que afuera en la tiniebla se levantan:
barrancas invertidas donde barre
la noche nuestras alas arrojadas,
nuestras plumas manchadas por la tinta.

5
Escucho.
No oigo nada. Solo
la vaca, la vaca
de este vacío, mugiendo
hasta los huesos.

6
¿Es eso un gallo?
Revuelve
la nieve
buscando
un grano.
Lo encuentra. Le saca llamas.
Se agita. Cacarea.
Brotan
de su frente las llamas.

7
¿Cuántas noches le tomará
a uno como yo aprender
que al fin no estamos hechos de ese pájaro
que se lanza a volar de sus cenizas,
y que nosotros,
cuando entramos en llamas, no tenemos
más trabajo que abrirnos
y ser
las llamas?

Galway Kinnell


Sheffield Ghazal 5: Pasando por el cementerio

El deseo y el acto fueron una combinación conocida como pecado.
El ruido de una uña sobre una pizarra espanta a nuestro huesos.
La escalera que lleva a la sala del dentista olía al fuego que hay
adentro de nuestros dientes.
Al pasar por el cementerio, me pregunté si los huesos de los
muertos se vuelven quebradizos y se desmigajan, o si
perduran.
Un perro roería su propio esqueleto hasta no dejar nada, si fuera
posible.
Los miércoles de ceniza un grupo de niños venían a la escuela con
sus frentes manchadas, en penitencia de antemano, con lo que
quedaba de ellos.
Los viejos sermones sobre los males de la carne a menudo
causaban que partes de la piel perdieran sensibilidad, y
algunas veces hasta las hacían caerse.
Si presionamos nuestros huesos frontales contra un madroño, el
frío subterráneo pasa a nosotros, haciéndonos temblar por
dentro.
Un arrepentimiento en el lecho de muerte que buscaba arrancar
una brillante y terrible amenaza puede desentrañar toda una
vida y las vidas de aquellos que quedan atrás.
Los peces son la tierra santa del mar.
En ellos el espíritu es carne, la carne espíritu, la mente
simplemente un lugar más denso en la carne.
La mente humana puede ser el lugar más brillante de la tierra.
Al morir, el cuerpo se convierte en una sustancia ajena; una
persona que te amó puede lavar y vestir a este que por tanto
tiempo creíste que eras vos, Galway, unos pocos acogen la
memoria en él, pero algún otro lugar lo conocerá y le dará la
bienvenida. 

Galway Kinnell



Últimas canciones

I

¿Qué cantan los últimos pájaros
que descienden planeando en el crepúsculo
sobrevolando
bosques oscuros, y cuyas
alas inclinadas
se cierran sobre el mundo como los brazos de un amante
que dan forma, noche a noche, en sueños,
a una ausencia irremediable?

II

Silencio. Cenizas
en el hogar. Sea lo que sea
lo que nos aleja del cielo,
pereza, cólera, codicia, miedo, sólo
podríamos reinventarlo en la tierra
como canción.

Galway Kinnell










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