Caracas no existe

Yo no juzgo a Caracas eterna como el agua y el aire
Habrá que preguntarles a las palomas de la plaza Bolívar
a los facundos limpiabotas de las torres de El Silencio
a los taxistas acalorados en las cabinas de los Dodge Darts
a los buhoneros, a los prósperos diputados que salen del Capitolio al mediodía
rumbo a los restoranes, a las amas de casa que regresan de las compras
y han oído en la radio noticias tremendistas
Habrá que preguntarles si Caracas es una ciudad o sólo un paisaje
La puesta en escena del mejor romanticismo
donde sultanes, odaliscas, turbantes, rubíes
juegan bajo los techos de un harem extravagante
metido a mil metros de altura frente al mar Caribe

Habrá que preguntarles a los ancianos
que ejercitan su memoria en los bancos de la plaza
a los chicheros que baten su caldo con canela
a los perros callejeros que musicalizan las noches del revólver
a los zamuros que sobrevuelan en círculos
y dibujan sobre las cabezas sombreros taciturnos
Habrá que preguntarles a todos ellos si Caracas es una ciudad
O solamente una idea

Gustavo Valle


Itinerario

La realidad se consume
se pierde entre resquicios
penetra cada grieta
va en busca del alma
que ha perdido
para encontrarse con ella
al borde de un labio
sobre una palabra no dicha.

Gustavo Valle


La vigilia soñada

Duerme el árbol cuando
los pájaros duermen

Duermen las ciudades
cuando los hombres duermen

El mar duerme
cuando descansan
los peces que sostiene

Pero cuando los pájaros,
los hombres y los peces despiertan

el mundo parece ignorarlos.

Gustavo Valle



País oscuro

Con la hiedra que tapa las murallas
de la ciudad gobernada por bárbaros atilas,
se tejen los cedazos y bozales del pueblo,
y también las coronas mugrosas
que distinguen la jerarquía de los mercaderes de ultramar.

Como un ruido de gárgaras que empujan
las últimas piedras de su vida,
el anciano jefe habla a su reducida parentela
de sobrinos y edecanes.
Ordena sobre la mesa de cebar
el mundo y sus caminos.

Afuera las frituras levantan sus harinas.
al calor cenagoso en el polvo viajante.
Los mercados se asfixian y entristecen
en la pulpa deprimida de sus ramos.
Las azoteas se desintegran ruidosas
como decrépitas serpientes.
Mujeres taconean en las puertas
por algunas monedas miserables.
Muchos corretean las aceras
huyendo de una geografía y una sombra.
Hay olor a fogonazos y cenizas
enredado en los árboles del parque.

Las gentes hablan un idioma temible.
El acero y la ráfaga dibujan los mapas
y acuñan las letras de un nuevo silabario.

Gustavo Valle















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