Coda

Una vigorosa canción precipita
esa larga congoja del oído.
Ciegos, seguimos entonces
la pendiente de la lluvia, su rocío acariciante
sobre campos que ignoramos.

Noche, reflotándonos.
Viento costero, un quejido
que interpela al océano
sobre cuánto hemos perdido, cuánto hemos abandonado,
qué sonidos se fueron a pique,
qué coronas se alejan a la deriva.

¿Dónde estamos? ¿Quién sabe ya
de reyes que bebían
mientras el día agonizaba? ¿Quién,
sacudiendo al hacha
para deponer a los reyes, adivina
hacia donde nos retiramos?

Basil Bunting



Guarda mi disse, le feroce Erine

Lleguemos a él primero como en un sueño.
anónima triple presencia,
memoria hecha sustancia y suma de la carroña del alma.
Luego en el despertar Ahora ser palpables, parecer
el único aspecto de la esencia del ser,
ataúd para la huella viva, Iscariote de uno mismo.
Entonces él despreciará la recurrente larga caricia del año
sin esperanza de divorcio,
envidiando la apatía de la idiotez o el esfuerzo
del definitivo remordimiento.
Caerá en la decadencia por temor a que la tensa fuerza
del entusiasmo de la mente
evoque aquellos demonios o nuevos espectros refuercen
su excesiva angustia.
Se reducirá, su hombría partirá, muda de la consciencia,
última capa de piel del despellejado: desesperanza.
Nutrirá su espanto con esmero, inseguro
incluso del consuelo de la muerte,
impotente para superar
la dispersión del alma, el trastorno de la mente.

Basil Cheesman Bunting
De las Odas: 10. Coro de las Furias




¡Mira! Sus versos están dispuestos
como mosaicos oro contra oro
oro contra lapislázuli
mármol blanco contra pórfido
piedra recostada sobre piedra, los dados
pulidos del mismo modo, no hay
cemento visible y no hay espacio
entre las piedras donde el friso progresa
hacia el imperioso ábside:
los rayos de tantas glorias
forzados a su centro formando
una gloria ni de piedra
ni de metal, ni de palabras
ni de versos, sino de la luz
brillando sobre la no materia;
una gloria no hecha

Basil Cheesman Bunting
De las Odas: 36 (“¡Mira! ¡Sus versos están dispuestos!”)




El rocío de mis sesenta años se evapora,
he construido mi última casa, o casucha,
campamento de cazador, la vieja
crisálida del gusano de seda:
diez pies por diez pies, siete de alto: y yo
tomándolo por habitación de paso, no por domicilio,
me salté las tradiciones ceremonias fundacionales.

He sellado los marcos con greda,
puesto bisagras en las esquinas;
fácil de desarmar y partir a otra parte
cuando me aburra de este lugar.
Dos carretillas de basura
y el costo de un hombre para cargarlo,
ningún problema.

Desde que piso la montaña Hino
el mediodía cae a través del toldo
sobre mi balcón de bambú, el atardecer
brilló sobre Amida.
He puesto mis libros sobre la ventana,
el laúd y la mandolina a mano,
apilado helechos y paja para acostarme,
un buen escritorio donde da la luz, cocina a leña.
Junté y acomodé piedras
para una cisterna, instalé
cañerías de bambú. Sin leñera,
hay madera suficiente en el bosque.

Toyama, ¡cómodo entre las enredaderas!
Toyama, profundo en la densa quebrada, abierta
al oeste donde los muerto salen del Edén
agachados sobre las nubes azules de las glicinas.

Basil Bunting
De "Chomei en Toyama"



El útil mellado
no talla la piedra;
mas un deshonrado
e inquieto cantero

al darle forma a los
adornos esquivos
llena su patio de
trozos malogrados.

Basil Cheesman Bunting



Es difícil hallar palabras breves,
formas para el tallado y el descarte: rey de York, Bloodaxe,
rey de Orcania, rey de Dublín.
No hagas caso del llanto;
rotula la piedra erigida
sobre el amor apartado, no sea
que una dicha insufrible impida
huir a Stainmore
a trazar
a la alondra, la escoda,
los riachos y los hatos
y el golpe del machado.
(…)
Es más fácil morir que recordar.
Al nombre y a la fecha
en unos meses los arrasan
rajados en blanda pizarra.

Basil Cheesman Bunting




Leyendo las obras selectas de X

¡Yo...
cementerio de bastardos, dejo
que todo esto mengüe y desaparezca,
que estoy celoso de las fornicaciones de las musas,
demasiado tímido aún como para ser un cabrón!

Mientras tanto
te has procurado una suficiente familia de versículos;
por lo general, han salido como tú.

Basil Cheesman Bunting



Prisionera de ningún paisaje
de ninguna estación
la mente se mueve en una cosecha
ilimitada.

Vine por un mes
hace cinco años.
Hay musgo en mi techo.

Basil Cheesman Bunting




Tengo ansias de espuma

Tengo ansias de espuma. Tumultuosa, que venga
con torrencial dulzura hasta la playa amarga
aún sin enjuagar seca y entumecida
de su propia impaciencia. Si al cielo le abruma
ese incesante verbo de un azul siempre igual,
tan inarticulado, su intranquila quietud
envenena las almas, que acaba por caer
en una esterilidad angustiosa y precisa
hasta desvanecerse: cuánto aún el mar debe
perfeccionar entonces alterándose inquieto
este aislamiento nuestro con la hostilidad suya.
La camaradería amable de su amado
ahonda nuestra envidia, mientras su indiferencia
nos empuja al suicidio. Persistentes recuerdos
de días esparcidos extreman su impaciencia
hasta una pasajera rebelión y enfatizan
la azarosa impotencia que siempre padecemos.
Mas cuando, enloquecidas y adornadas de espuma,
se nos lancen las olas con la ira del amor,
gimiendo un nombre extraño, agitando al llegar
súplicas reiteradas, en la euforia vivaz
de un oscuro deseo, bien podremos entonces
olvidar ese triste esplendor y jugar
a gusto hasta el momento en que exijan los dioses
una nueva, forzosa, desesperada calma,
y la espuma se muera, y amainemos de nuevo
en nuestra catalepsia, soñando con espuma
mientras la arena seca aguarda otra marea.

Basil Cheesman Bunting



Todo nacimiento es un crimen
y toda sentencia la vida.
¿Limpia de moho y trizas
rodará la bola en línea recta?
No hay esperanza de retorno.
Los sabuesos vacilan y se pierden,
la deshonra aparta la pluma.
El amor muerto ni sangra ni asfixia
solo empuja el codo del que dibuja.
Distinto, ¿qué puede decirle
a ella, distinta o acaso muerta?
El gozo es residual.
La culpa queda igual.

Basil Cheesman Bunting



Un canto recio nos remolca,
larga nostalgia del oído.
Ciegos, seguimos
la lluvia oblicua, el toque del rocío,
a campos que no conocimos.

Basil Cheesman Bunting








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