Cuando murió Berryman

Dejó los zapatos, unos gastados mocasines,
en el puente. Era un par de cuero de cabra
que podría haberse quitado
en cualquier parte: en la universidad,
junto al escritorio, debajo de una mesa del café Tate,
a los pies de la cama de un amante.

Todas las noches pensaba, mañana.
Por la mañana, se acordaba
de su traje en la tintorería, de su ensayo
sobre Marlowe, de los estudiantes que esperaban
ante la puerta de su despacho. El 7 de enero
las razones se agotaron.

Se lavó y recortó la barba,
se puso una camisa nueva.
Poco a poco caminó
hacia el puente.

Chella Courington



Verano a los trece

A Anna Claire y a mí nunca nos gustó la hierba alta,
como si tuviéramos miedo a pisar una víbora.
Pero el agua del color del índigo
espera por nosotras al otro lado del peligro.

Nos quitamos los vaqueros, la camisa, la ropa interior,
señalamos nuestro lugar en la orilla,
tomadas de la mano como Ruth y Noemí
nos metemos en el agua hasta la cintura.

A cada paso el agua se mueve cada vez más alta,
estremeciendo de frío nuestros recientes senos.
Rodeo a Anna Claire con los brazos
y me aprieto contra ella en busca de calor.

Me empuja y se aparta,
se sumerge un poco más allá,
sale a la superficie, se arquea,
se sumerge de nuevo,
nada por debajo de mí,
me mece de espaldas con las manos,
me levanta en el aire,
floto sobre las yemas de sus dedos.

Mueve lentamente las manos,
toca mi hombros y mis muslos.
Me besa en los labios,
me abre los ojos con la lengua.

No pronunciamos palabra
antes de alcanzar el amarradero,
antes de aventurarnos de nuevo a través de la hierba alta.

Chella Courington










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