Destino

Aquella muchachita de ojitos celestiales,
que nunca amor paterno la pobre conoció,
creció como el Nenúfar —la flor de los charcales—
mas su virtud fue tanta que el barrio adoró.
Vivió como en las tristes canciones de Carriego,
llorando su misterio, luchando sin cesar,
con el presentimiento de su destino ciego,
que, al fin... le hincó sus garras, al comenzar amar.

Tuvo un novio, cuya historia,
como ella, no sabía,
ni por qué razón impía
fue arrojado en un portal;
pero Esther era su gloria
y la quiso de tal modo
que, olvidándose de todo,
puso en ella su ideal.

Sus corazones tiernos, tan hondo se querían,
que, amantes, resolvieron unirse ante el altar,
y meditando, acaso, que así con Dios cumplían,
los vi en la noche blanca llegar al santo hogar.
Pero el destino adverso, vertiendo horribles males,
abrió una inmensa herida en su impiedad brutal...
pues un tatuaje fino, ¡dos cruces bien iguales!,
¡probaban ser hermanos con precisión fatal!...

Cruel testigo fue la noche
de aquella pasión doliente...
y cuando el sol nuevamente
su caricia dio a los dos,
en un trágico reproche
descansaban esos muertos
con los ojos bien abiertos
¡como interrogando a Dios!...

Juan Miguel Velich y que usaba el seudónimo de Moloney Reyme


Mandria

[Tango]

Tome mi poncho... No se aflija...
¡Si hasta el cuchillo se lo presto!
Cite, que en la cancha que usté elija
he de dir y en fija
no pondré mal gesto.

Yo con el cabo 'e mi rebenque
tengo 'e sobra pa' cobrarme...
Nunca he sido un maula, ¡se lo juro!
y en ningún apuro
me sabré achicar.

Por la mujer,
creamé, no lo busqué...
Es la acción
que le viché
al varón
que en mi rancho cobijé...
Es su maldad
la que hoy me hace sufrir:
Pa' matar
o pa' morir
vine a pelear
y el hombre ha de cumplir.

Pa' los sotretas de su laya
tengo güen brazo y estoy listo...
Tome... Abaraje si es de agaya,
que el varón que taya
debe estar previsto.
Esta es mi marca y me asujeto.
¡Pa ' qué pelear a un hombre mandria!
Váyase con ella, la cobarde...
Dígale que es tarde
pero me cobré.

[1926]

Juan Velich y Francisco Brancatti



Uruguaya

Uruguaya, reina de las Diosas,
por tu garbo y tu gracia gentil,
yo te ofrezco un palacio de rosas
con dinteles de oro y marfil.

¡Por qué no amar,
si es mi querer
el mirarme en tus ojos de hada
y embriagarme de dicha y placer!

Un palacio, uruguaya, que encierra
el ensueño, la dicha, el amor;
donde unir nuestro encanto quisiera
con tus besos de extraño calor.

¡Por qué no amar,
si es mi querer
el mirarme en tus ojos de hada
y embriagarme de dicha y placer!

En mi alma te llevo prendida
mi tesoro, mi Estro, mi ideal;
y serás la mujer preferida
que amaré, ¡oh, mi Reina Oriental!

Juan Velich







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