El águila, el león y el cordero

Un Águila real se subió a la cima de un áspero cerro. Y desde allí pudo ver que al pie de la cumbre el feroz León se hallaba durmiendo.
-Es grande, es hermoso -se dijo el Águila-. Me llegaré a conocerlo.
Y, con batir las alas, se posó en el prado. Despertó el León, irguió su melena y le saludó con acatamiento. Ella contestó al saludo y comenzaron una charla en la que ambos despreciaban a todos los demás animales del Universo. El León dijo:
-Nuestras dos especies han fundado imperios.
-Cierto, cierto… Vos en la tierra y yo en el cielo…
Un Corderito que estaba escuchando, listo para la carrera, tuvo el valor de encararse con ellos:
-No hay duda de que ambos sois monarcas excelsos. Pero el hurto y la rapiña son vuestros procedimientos. No querría poseer vuestra grandeza, amigos. El lustre y realce de más alto precio es el que uno adquiere por sí, siendo bueno, y no por la prosapia de sus abuelos.

Gabriel Alejandro Real de Azúa



El sordo

Dijo un sordo: ¿por qué inventan
Que es bullicioso el Cochino,
Cuando tengo en la pocilga
Seis que no meten ruido?
Mienten pues los que tal dicen
O bien un linaje mismo
No tienen todos los Cerdos,
Pues son callados los míos.
Es de inferir que éstos eran
Seis trompetas del Juicio,
Que gruñir como verracos
Supieron desde muy chicos.
¡Ved cual ciega el amor propio!
Lo que era falta de oído
En el sordo, él lo atribuía
A falta de sus vecinos.

Gabriel Alejandro Real de Azúa



El termómetro y el hombre

Como entrasen tertulios, más de ciento,
De un rico al aposento,
donde encienden cigarros, chimenea,
Y cada vela que arde es una tea,
El termómetro allí, por consiguiente,
Subió mucho. Pues de esto un concurrente
Combustión en la atmósfera concluye
Que va a sobrevenir, se asusta y huye
Sin pensar que tan súbita ocurrencia
De la misma reunión es consecuencia.

¿Por qué, a causas sencillas y triviales,
No atribuimos las cosas?
¿Para qué recurrir a portentosas
Y sobrenaturales?
Lo que es somero y llano en el abismo
Nos gusta contemplar, para que asombre.
¡Así forja un coco siempre el hombre!
¿Pero, el coco quién es...? El hombre mismo.

Gabriel Alejandro Real de Azúa


Muerte de Plinio el naturalista

Cual docto observador infatigable,
El denso velo descorrer procura
Que las causas esconde de natura,
Y la hace en sus arcanos insondable.

¿Mas, qué se ha de ocultar a la admirable
Penetración de Plinio? Cosa oscura
No halla él; todo lo traza con pintura
Verdadera, sencilla, inimitable.

Pero ¡ay! Que sin piedad naturaleza
Castiga de su intérprete la audacia,
Que descubre y revela su grandeza;

Pues cuando del incendio el sabio quiere
Observar el fenómeno (¡oh desgracia!)
¡La llama le sofoca y Plinio muere!

Gabriel Alejandro Real de Azúa













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