El dique

En las últimas vacaciones, Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos,
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran. 

En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después. 

Mamá llevó flores
y una botella de vino. 

No había nadie ese día,
sólo un hombre acostado en la arena
que, al ver la botella,
gritó de satisfacción.
A Papá le hubiera gustado, pensé,
y, entrando, al agua rompí el dique.

Griselda García


Encuentro y ardor y religión

hay relaciones que comienzan muy avanzadas
y crecen rápido y en silencio como yuyos
yo me podría enamorar de usted, por ejemplo
-y disculpe que la ponga de ejemplo-
yo podría, digo, pero no lo hago, me controlo
viví muchos años rodeado de gatas y de niñas
siempre me agradó el mundo femenino, tiene un misterio
sólo me queda una amiga mujer y casi no nos frecuentamos
tengo afecto por la persona que una vez fue
pero la tolero como a un perro tolerado por la gerencia
ya mi abuela me decía: “las mujeres serán tu perdición”
pero no fueron ellas sino su locura
aunque fueron, también, encuentro y ardor y religión
y quizás la única prueba de que verdad y belleza
son una sola cosa

Griselda García



Por qué miro a esa mujer

¿por qué miro a esa mujer?
y usted ¿por qué la mira?
¿por qué la miro? pregunta

si se viste así es porque
quiere que la miren
está provocando
¿por qué qué?
no ve qué tetas qué culo
¿por qué miro a esa mujer?

¿y esa? ¿y esa otra?
dios, qué infierno
¿no tengo derecho?
si les gusta que las miren
después se quejan
de que las violan
yo a mi hija no la dejo salir así

ahora se acerca qué quiere
se hace la guapa la compadrita
cree que me va a apurar a mí

esta mujer ¿qué hace?
¿qué le pasa, está loca?
que se calle que deje de gritar
está loca esta mujer

ella se lo buscó

Griselda García


Su ley

                                    JB: ¡qué angustia elegir en un menú
                                    cuando hay tan poco tiempo!
                                                                          Mario Trejo

Esa tarde había muerto la vieja dama de la poesía
y en las redes aparecían las viudas y los deudos
para añadir su cuenta en el collar de la finada.

También nosotros destejimos anécdotas
sobre la anciana signora
eximia en el ejercicio de la crueldad.
No quise mirar el menú
iba a ser una cena extensa, como las de antes.

En otra fête galante la vieja poeta insistía
comé, estás flaquita, te cuidás el gostro
tenés linda piel, todas las noches
sacate bien el maquillaje, ¿vino no bebes?
mucha agua sí, tienes que bebeg.
Entre plato y plato me ponía a prueba:
¿has leído a Saba, a Ungaretti, a Quasimodo?
¿cómo no?, ¿pego cómo no?, ¡no hay tiempo, queguida!

También Emeté tomaba lección:
Zelda, ¿de qué ópera es este aria?
si no respondías en los primeros acordes
eras una burra musical, una ignorante.
Los viejos poetas buscaban súbditos.

La dama aprovechaba mis silencios
y se adormecía con el vapor del vino blanco.
Décadas de otro huso horario
habían cambiado sus costumbres.
Me pidió disculpas, aunque no eran necesarias
llamó al mozo, no me dejó pagar y me dijo
lo que tenía que hacer para ser una grand poett:

almuegza tagde y hasta la noche no veas a nadie

Le agradecí y nos despedimos.

Ninguna lamentó el fin de una breve amistad.

Griselda García











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