El gran enero

Este jardín es una promesa.
El año que pasó toma cuerpo de titán
y aguanta el balcón de la memoria.
La arena volcánica abunda entre los pastos.
Huele todavía a las entrañas del mundo,
a pólvora o a sol, como todas las piedras.
La luz, en cambio, resulta compasiva.
Nimba los cuerpos contra las tardes de mariposas.
La presión del agua es mucha.
Los regadores giran como fábricas.
Su silbido apagado señala el crepúsculo.
Desde una silla, el mundo es de mi madre.

Felicitas Casillo


La Virgen Negra de Częstochowa

En uno de los altares de la catedral
está la virgen polaca de rostro llagado.
A esta ciudad, me dijiste, nadie viene a rezar.
Es posible, pero la oración nos sucede
como solamente puede ocurrirnos la palabra.

Con una plegaria te calmaba tu madre
en un orfanato de Hell’s Kitchen.
El farol de vidrio grueso y amarillo bailaba
contra la tormenta hasta que te quedabas dormido.
Tanta tristeza criaba un hueco
donde despertabas del sueño al llanto.

Por eso en la catedral avanza, hora tras hora,
el dogma azul de los vitrales
hacia la Virgen Negra de Częstochowa.
Nadie reza en la ciudad pero en este altar
contra la planicie se remansa el Varta
y duermen serenos los niños del este.

Felicitas Casillo


Las canciones del Valle de Josafat

Una enfermera conduce a Jürgen Habermas
a través de los senderos de boj.
Comienza entonces la tentación del ocaso:
¿A quién le importa ahora la esfera pública,
viejo maestro alemán?
Pobre de nosotros, continúa el estribillo,
cuerpos blandos sin coraza sobre bandejas de sal.

Junto a la mesa del parque,
cuando el sol talla esmeraldas,
el siglo madura frente a sus ojos,
y los cien años anteriores son una extensión dividida
en parterres al comienzo y le siguen trincheras,
vergeles amurallados, baldíos.
¿Dónde están ahora los judíos mayores?
Celosos hortelanos, se han dormido.
En las multitudes que calentaban sus manos contra el fuego,
¿lo supieron?,
buscaban el fugitivo gesto de un mesías.
Pero se hace tarde sobre el mundo
y acaso sea razonable el juicio en el amor.

¿Escucha, profesor, por sobre los demonios de vísperas?
Llegan desde el futuro
las canciones del Valle de Josafat.

Felicitas Casillo


Un poema de Navidad

Los evangelios tejen el nacimiento.
En polifonía de cuatro, uno suena donde otro calla
o repite desde una nota diversa.

El carpintero José confirma y supera en Mateo
la genealogía de reyes.
Después, el misterio de la precesión de la palabra:
todo sucedía para que se cumpliera lo dicho.
Por fin, el nacimiento, escueto,
y la maquinación de Herodes frente a la veloz realeza de Oriente.

A Marcos no se le reveló la infancia.
Comienza, en cambio, con la conmoción de un río:
el bautismo de Jesús adulto en el Jordán.

Lucas, por su parte, se demora en la familia:
sabemos que Juan llevaba seis meses de gestación
cuando el ángel del Señor visitó a María.
En la montaña, frente a Isabel, el solo de la Virgen:
diez versículos componen el Magnificat.
Después nace el Bautista.
Su padre, antes mudo, ahora profetiza.
Párrafos adelante, el nacimiento, otra vez sobrio,
y la adoración de los pastores,
cuyos nombres no conocemos.

Desde entonces, Juan sobrevuela los acontecimientos,
y curva el estilo hasta el enigma:
su nota grave sostiene los anteriores melismas.

Pero la escritura reserva los pormenores de esos días
en el corazón de María,
y fuera del tiempo, hacia una Navidad sin fin,
las canciones con nuestros nombres
ya se oyen desde los campos del tesoro
junto a las murallas de la Nueva Jerusalén.

Felicitas Casillo










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