El problema con la poesía

El problema con la poesía, me di cuenta
al caminar por la playa, una noche --
fría arena de Florida bajo mis pies desnudos,
un espectáculo de estrellas en el cielo --

el problema con la poesía es
que nos incita a escribir más poesía,
más lebistes llenando el tanque de pesca,
más conejitos
brincando desde sus madres hacia el pasto húmedo.

¿Y cómo terminará?
a menos que el día finalmente llegue
en que hayamos comparado todo en el mundo
con todo lo demás
y que no quede nada por hacer
más que cerrar despacio nuestros cuadernos
y sentarnos con los brazos cruzados sobre los escritorios.

La poesía me llena con alegría
y me levanta como a una pluma en el viento
la poesía me llena de pena
y me hundo como una cadenita arrojada desde un puente

…mayormente la poesía me llena
con la urgencia de escribir poesía,
sentarme en la oscuridad y esperar una pequeña llama
que aparezca en la punta de mi lápiz.

Y con eso, el deseo de robar, de asaltar los poemas de otros,
con una linterna y una máscara de esquí.
Y qué triste banda de ladrones somos,
carteristas, rateros comunes,
pensé,
mientras una fría ola se arremolinaba a mis pies
y el faro movía su megáfono hacia el mar
que es una imagen que robé directamente
a Lawrence Ferlinghetti --
para ser perfectamente honesto, por un momento --

el poeta ciclista de San Francisco
cuyo libro, pequeño parque de diversiones,
llevé en el bolsillo de mi uniforme
por todos los pasillos peligrosos de la escuela secundaria.

Billy Collins



Introducción a la poesía

Les pido que tomen un poema
y lo sostengan contra la luz
como una diapositiva en color

o que apliquen el oído contra su colmena.

Digo soltad un ratón dentro de un poema
y observad cómo indaga buscando una salida,

o caminad en la habitación del poema
y tantead las paredes en busca del interruptor.

Quiero que hagan ski acuático
a través de la superficie de un poema
saludando con la mano el nombre del autor en la orilla.

Pero todo lo que quieren hacer
es atar el poema a una silla con una cuerda
y torturarlo hasta arrancarle una confesión.

Empiezan a golpearlo con una manguera
para averiguar qué significa en realidad.

Billy Collins


Japón

Hoy me paso el día leyendo
uno de mis haikus favoritos:
pronunciando las pocas palabras continuamente.

Es como comer
la misma pequeña, perfecta uva
una y otra vez.

Camino por la casa pronunciándolo
y dejo sus letras caer
en el aire de cada habitación.

Me detengo delante del gran silencio del piano y lo pronuncio.
Lo pronuncio delante de una pintura que representa el mar.
Marco su ritmo sobre un estante vacío.

Me oigo pronunciándolo.
Después lo pronuncio sin oírme.
Después lo oigo sin pronunciarlo.

Y cuando el perro levanta la mirada hacia mí,
me arrodillo en el suelo
y lo susurro junto a cada una de sus largas y blancas orejas.

Es ese acerca de la campana de una tonelada del templo
sobre cuya superficie duerme una polilla.

y cada vez que lo pronuncio siento la insoportable
presión de la polilla
en la superficie de la campana de hierro.

Cuando lo pronuncio junto a la ventana,
la campana es el mundo
y yo soy la polilla que descansa allí.

Cuando lo pronuncio ante el espejo,
soy la pesada campana
y la polilla es la vida con sus alas como de papel.

Y más tarde, cuando te lo digo a ti en la oscuridad,
tú eres la campana
y yo soy la espiga que te hace sonar,

y la polilla ha volado
de su verso
y se mueve como una bisagra sobre nuestra cama.

Billy Collins



Olvido

El nombre del autor es lo primero que se va
seguido obedientemente por el título, la trama,
la conclusión desgarradora, la novela entera
que de pronto se vuelve una que no has leído nunca,
de la que ni siquiera has oído.

Como si, uno por uno, los recuerdos los que solías aferrarte
decidieran retirarse al hemisferio sur del cerebro,
a una pequeña villa pesquera donde no hay teléfonos.

Hace tiempo besaste por última vez los nombres de las nueve Musas
y viste a las ecuaciones cuadráticas empacar
y ahora aún cuando memorizas el orden de los planetas,

algo más se te está escapando, la flor de un estado, quizás
la dirección de un tío, la capital de Paraguay.

Lo que sea que estás tratando de recordar
no está en la punta de tu lengua
tampoco merodeando en una esquina recóndita de tu bazo,

se ha desvanecido en un oscuro río mitológico
cuyo nombre empieza con una L, es lo que recuerdas, en tu propio
camino hacia el olvido donde te reunirás
con los que ya no saben cómo nadar o andar en bicicleta.

No importa si te levantas a medianoche
para buscar la fecha de una batalla en un libro sobre guerras
No importa si la luna en la ventana pareciera haberse desviado
de un poema de amor que solías saber de memoria.

Billy Collins


Te pregunto

¿En qué escena quisieras estar
que no sea esta,
una noche cualquiera sentado a la mesa,
el empapelado con flores cayéndose encima,
armarios blancos repletos de vidrio,
el teléfono en silencio,
sosteniendo una lapicera en la mano?

Me da tiempo para pensar
en todo lo que pasa afuera -
hojas acumulándose en los rincones,
el liquen enverdeciendo las altas piedras grises,
mientras el mundo navega sobre las dunas,
enorme, oceánico, la historia burbujeando en su estela.

Pero más allá de esta mesa
no hay nada que necesite,
ni siquiera un oficio que me permita remar al trabajo,
ni un Aston Martin DB4 color café
con agrietados asientos de cuero verde.

No, todo está acá,
los nítidos óvalos de un vaso de agua,
un pequeño cajón de naranjas, un libro sobre Stalin,
por no hablar del extraño pez
enmarcado en la pared,
y el modo en que estas tres velas
-cada una de distinta altura-
cantan en perfecta armonía.

Discúlpenme
si inclino mi cabeza, ahora y escucho
al bajo de la vela corta hacer su solo
mientras mi corazón
repica bajo la camisa
-rana al borde del estanque-
y mis pensamientos vuelan a una provincia
hecha de un cielo enorme
y casi un millón de ramas vacías.

Billy Collins








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