Hasta el agua te esperaba

Hasta el agua te esperaba,
iba pasando, encorvando su lomo de lagarto
sobre la línea de la orilla,
sus ojos de luz clavados en el horizonte.
Los árboles masticaban sus verdes murmullos
y el sol dormía, colgado en el cielo.
El agua sigue pasando, lenta
como engañándome el tiempo.
Y allá donde muere el camino
el viento y la arena te simulan,
y el sol te da vida,
en un juego que aliento
para acostumbrarme a tu ausencia.

Esteban Nicotra


La nieve se evapora

La nieve se evapora
en el aire dormido. Y es cierto,
da alegría ver
que algo cae o se diluye:
la vida que se vive,
el sabor de la manzana
que se pierde en la garganta,
el silbo del pájaro
y la espera en el silencio.
Ondas en el lago de mi vida
que he visto desaparecer,
quietud de la tarde, noche,
noche que baja
a despertar los sueños.
El cielo se puebla, inmenso,
de sonidos invisibles...

Esteban Nicotra


No estamos prisioneros

No estamos prisioneros
pero en el patio de paredes altas
sólo se oyen chillidos
o el silencio paseando bajo el sol:
aquí podríamos hablar,
y sin embargo, muy de tanto en tanto,
cambiamos algunas palabras
que vamos a rumiar en un rincón.
Ecos de voces...
En el silencio
el otro ya no escucha;
mira la pared,
vacío.

Esteban Nicotra



Terror del día

El terror del día
hace temblar el cuerpo
como si estuviera desnudo.
Cerrar los ojos, apretar los dientes, beber el propio
     aliento,
puede llegar a salvarte.
O tal vez el calor de tus recuerdos.
(Es extraño ver cómo quedan las cosas de los que
     se han ido.
No se hablan más que a sí mismas,
como si estuvieran ciegas).
Todo está bien mientras nada se mueva.
No hay que arriesgarse al azar de las calles;
la mañana mira por los ojos de las estatuas:
todo se refleja en su iris vacío.
Y los huesos gimen
su dolor de carne, de pequeña luz,
tan fácil de apagarse.
El cuerpo se ampara a sí mismo,
como las manos ocultan la llama
a los golpes del viento.

Esteban Nicotra


Una voz

En el insomnio de la noche,
entre el ronronear de la heladera
y el rumor de la calle solitaria,
me susurraba una voz junto a la almohada.
Y he quedado solo
en la playa de la noche,
árida y fría mesa,
donde recojo las huellas, los mendrugos de arena,
de aquella voz que vino a visitarme.

Esteban Nicotra
















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